martes, 29 de junio de 2010

REFLEXIÓN (3) SOBRE FILOSOFÍA Y ENSEÑANZA.

Cada época tiene su filosofía y cada filosofía tiene su época.

Siempre se habla de un primer estadio, que correspondería al período judeo-greco-cristiano, que vendría marcado por una TEONOMÍA.
Un segundo estadio, de desencanto con Dios y lo divino, con la autoridad, en general, y de reencanto consigo mismo, vendría marcado por una mayor o menor AUTONOMÍA, obviando a Dios y maravillándose de sí mismo, correspondería al Renacimiento y a toda la Modernidad, con el descubrimiento de la razón y su desarrollo científico-tecnológico.
En un tercer estadio estaría en el más allá del desencanto y del reencanto, en la postmodernidad, en la filosofía de la sospecha, en la hipertrofia del valor de lo inmediato al tiempo que el desprecio de los valores objetivos. Confianza en nada y en nadie. Las cosas son como a cada uno se le aparecen, los valores son totalmente subjetivos, el individuo es la medida de todas las cosas, el aquí y el ahora, esto es lo que vale. No dejes para mañana lo que puedas disfrutar hoy, quizá el mañana se acabe dentro de un momento, el futuro consiste en disfrutar el presente. Oveja que bala, bocado que pierde. Comamos y bebamos que mañana moriremos. Cuanto más y más deprisa, mejor. Adicción a la velocidad, vive deprisa y dejarás un cadáver esbelto. La intensidad del vivir preferible al alargamiento de la vida, es la ANARQUÍA INTELECTUAL.

El centro sobre el que girar ¿existe?.

La verdad existe en la Casa del Señor, allí debemos habitar, en ella debemos confiar, “el Señor es mi Pastor, nada me falta”. La salvación está en ponerse en sus manos.
La verdad existe, pero en la casa propia. Sólo puedo fiarme de mí mismo. “Cogito ergo sum”, eso es lo único de lo que estoy seguro, todo lo demás no resiste la prueba de la duda.
No hay verdad permanente y universal, no existe la certeza, no podemos ni debemos confiar ni en Dios, del que nada sabemos, ni en uno mismo, que queda difuso y difuminado. Ni en algo objetivo (dios) ni en algo subjetivo (el yo) hay seguridad. Estamos/somos inseguros. Vivimos a la intemperie. Todo es centro, nada es centro. ¿Cuál es el centro del universo?.

Yo, por suerte ya, exprofesor de Filosofía, si ahora tuviera que enseñar, no digo ya filosofía, sino a filosofar, ¿desde dónde lo haría?. ¿Como un creyente?. ¿Y en qué Dios?. ¿Como un moderno, con la razón a cuestas, como criterio?. ¿Cómo un postmoderno, desde el anarquismo intelectual?.
¡Menudo problema de conciencia que me he quitado de encima¡

Hagamos una analogía o símil.

En España, por ejemplo, se luchaba contra Franco más que contra el capitalismo, de ahí que, al morir Franco, a muchos, más que liberarse de una carga molesta, se le difuminó el objetivo. No es igual luchar “contra” el presente y el pasado, que luchar “para” el futuro. Muchos, lo fácil que tuvieron el objetivo y, una vez muerto, desaparecido, para ellos desapareció el más allá del objetivo. Como si la muerte de Franco fuera el final y no el comienzo de algo nuevo y felicitante.
No ser antifranquista era ser franquista, motivo de sospecha y de exclusión. Entre nosotros la “cultura de la vergüenza”, más externa, siempre sometida al juicio exterior, dominaba sobre la “cultura de la culpa”, más interna y más progresiva. Ambas culturas habitan y descansan sobre cimientos distintos.

Durante el franquismo lo que se estilaba era “ser intelectual”, naturalmente de izquierdas. La derecha ni era ni podía ser intelectual.
Pero quien se autoproclama “intelectual” tiene mucho de “poderófilo”. A lo que aspira es a poder imponer su ideología, pero desde el poder.
Pero los políticos, (bien mirado) son siempre unos interinos en expectativa de destino, protestan desde la posición que ocupan porque creen merecer una posición superior. Son protestantes (protestatarios) sumamente interesados en sí mismos.
Todo intelectual crítico o es un político valioso (cuando protesta de las demás organizaciones) y es merecedor de un ascenso, o es un rebelde (cuando protesta y da codazos dentro de la propia organización) por lo que merece ser expulsado del partido. “Te has movido, ergo no puedes salir en la foto”.

Todo creído intelectual tiene tan alta estima de sí, es tan narcisista, que ni se preocupa en intentar escribir su biografía, hará lo habido y por haber para que haya alguien que se la escriba. Tiene el yo tan subido….

Ahora mismo, mientras estoy escribiendo, estamos intentando sacar la cabeza de la crisis, para no ahogarnos. Pero hay quienes, sin representación real, se autoproclaman representantes de todos, hasta de los que no quieren estar ni ser representados por estos especialistas en fogueo y que proclaman, engañosamente, que tiene que haber pechuga para todos, cuando, en realidad, ellos están haciendo lo imposible por sus habichuelas.

Recuerdo, ahora, mis 40 años de profesor de Instituto, de los de antes. Cuando en el Instituto se enseñaba el auténtico bachillerato, que era como una universidad en pequeño, en el que en vez de facultades distintas se impartían asignaturas varias y variadas.
Uno se sentía profesor. Uno se sentía revestido de una autoridad, pero autoridad moral, autoridad como servicio y entrega, no como autoritarismo. Ahora, muchas veces, me lo recuerdan los antiguos alumnos. No tanto lo que enseñaba como el entusiasmo en enseñarlo. Ser ejemplo a imitar de trabajador honrado que cumplía, placenteramente, con su deber.
El oficio de maestro, en contra de lo que se ha dicho siempre, no va dirigido, expresamente, al éxito del alumno, sino al testimonio, a dar y ser ejemplo.
Era cuando la Enseñanza Media era Media y no mediocre.
Media porque estaba en medio de dos excelencias, la Escuela y la Universidad. La adolescencia excelente entre la infantil excelencia y la excelente juventud, para desembocar en la madurez excelente de un trabajo no mal retribuido y acorde con las valías.

Añoro aquellos tiempos de excelencia.

Aunque pasé por todos los escalones y tuve que pelearme con la Geografía y la Historia, con el Latín y la Música, con la Literatura,… en aquellos años de Contratado e Interino (P.N.N. “penenes”, “Profesores No Numerarios”).
Los Penenes éramos y estábamos considerados como las jeringuillas de hospital, siempre dispuestos y capaces de pinchar todo tipo de culos, indiscriminadamente, daba igual intramuscular que intravenosa, para que luego llegase el Catedrático de Esa Asignatura, tan lleno de sí y tan tieso como de haberse tragado una escoba y te miraba con una displicencia….

Los Penenes éramos algo así como leprosos o apestados, vistos desde los Cátedros, que encarnaban la excelencia, aunque también la soberbia.
La sabiduría se les suponía, como el valor se le supone al soldado, no que fuera así, realmente.
Los Penenes éramos a la Enseñanza lo que el Estado a la Sociedad, un mal necesario. Había que cubrir huecos y allí estábamos nosotros, siempre a disposición y deseando trabajar, sin seguridad, porque dependíamos no de méritos adquiridos por experiencia previa o doctorados o cursillos, dependíamos de la voluntad del Director del Instituto.
Incluso una catedrática, que osó enfrentarse al Director, al curso siguiente apareció destinada en Lanzarote. (Me acordé de Unamuno).

¡Qué tiempo tan feliz, que nunca olvidaré…¡

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