domingo, 5 de septiembre de 2010

J. STUART MILL Y FLORENCE NIGHTINGALE

Como he expuesto en “El hombre más inteligente del mundo”, J. S. Mill inició un movimiento que defendió el sufragio femenino conduciendo a la fundación de los Women`s Colleges en Oxford y en Cambridge.
De esta forma las mujeres pudieron acceder a la enseñanza superior y hacerse con títulos universitarios.
En el libro, antes mencionado, “El sometimiento de las mujeres”, Mill había expresado sus dudas sobre los fundamentos naturales de los roles y de la sexualidad de las mujeres.
Transformó el “sexo” en “género” y afirmó que las normas sexuales, supuestamente naturales, no eran sino pura convención.
Contrapuso, pues, al cliché de la mujer pasiva, la imagen de una mujer independiente y responsable.
Afirmó que la mujer era dueña de su sexualidad, con lo que hacía referencia al uso de métodos anticonceptivos y a una actividad sexual orientada a conseguir placer en el coito y a la autorrealización y, si lo deseaba y quería, también a la concepción, pero no por obligación.
Era lo más opuesto a lo que los hombres habían reducido a las mujeres: objetos sexuales, amas de casa y madres.
Esta posición supuso un bombazo en la sociedad machista de su tiempo pero se convirtió en breviario en manos de los/las propagandistas de la emancipación de la mujer, posteriormente llamada “mujer moderna”.

Coincidía esta toma de posición con la guerra de Crimea, en 1.855, en la que Florence Nightingale asumió la responsabilidad de la organización sanitaria en el campo de batalla, tarea anteriormente en manos de los mandos militares (varones, naturalmente).
Buscó enfermeras cualificadas, garantizó la asistencia médica y, así, redujo la mortalidad de los soldados heridos, nada menos que, de un 42 % al 1%.
El éxito fue espectacular, aunque fuera necesaria una guerra para mostrar la capacidad y la profesionalidad de la mujer.
Después de la guerra fue la encargada de reformar el sistema sanitario del ejército y colaboró en la consolidación de la Cruz Roja, que ya había sido fundada por Henri Dunant.

Todos recordamos a la francesa Olimpe de Gougues, declarando Los Derechos de la Mujer, paralelos a los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en tiempos de la Revolución Francesa, exigiendo el derecho al voto y el acceso a los cargos públicos. Reivindicación teórica y utópica, más acorde con el deseo que con la posibilidad de ser real, y que quedó en grito de protesta y papel mojado y que tendría que seguir siendo reivindicada durante muchos años.

Igualmente la inglesa Mary Wollstonecraft recordaría a los revolucionarios que en su Declaración habían olvidado los Derechos de las Mujeres, como el derecho a una formación adecuada, base para todos los demás derechos sociales, políticos….

Fueron las pioneras que abrieron huecos en la muralla de lo, entonces, absurdo, que costó mucho concienciar a los varones y concienciarse la población femenina, y que de la consideración de “posible” pasó a ser “probable” y que, poco a poco ha ido tomando “realidad” y que, actualmente, disfrutamos todos su implantación real, todos, y las mujeres las primeras y las que más.

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