viernes, 5 de noviembre de 2010

LA RAZÓN Y LAS RAZONES.

Cuando alguien, gritando y dando un porrazo sobre la mesa, exclama: “tengo TODA LA RAZÓN DEL MUNDO”, hay que apartarse y, aunque sea disimuladamente, salir de su vista, porque uno está ante un “dogmático” y éste, siempre, es peligroso.

La Razón es un instrumento cognoscitivo que el hombre, a lo largo del tiempo, y con el método de ensayo-error, hemos ido adquiriendo.
La Razón, subjetiva, sólo intenta que el hombre salga bien parado de la situación embarazosa en que se encuentra y, para ello, para salir con éxito, lo que tiene que saber es conocer “las razones” de las cosas, para huir de ellas, si las considera perjudiciales, para aprovecharse de ellas, si las ve beneficiosas.

La Razón busca “las razones” de las cosas. A eso se le denomina “conocimiento”.
“Conocer” es saber los “porqués”. Los porqués de por qué las cosas son como son y se comportan como se comportan y los porqués de por qué uno es como es y obra como obra.

El conocimiento perfecto es aquel que “dice, exactamente, lo que hay”, la coincidencia entre lo que uno dice que hay y lo que, en realidad, hay.

Pero ni las cosas se dejan apresar fácilmente, porque tras lo patente que muestran está lo latente, que hay, ni la Razón humana es lo suficientemente perfecta como para llegar a ello.

Cuando alguien, pues, dogmatiza que tiene “la razón” proclama estar en posesión de la verdad.
Pero la verdad siempre es esquiva. Uno puede acercarse más o menos a ella, pero nunca coincidir con ella, ésta nunca se deja apresar.
El dogmático es un convencido de su superioridad respecto a los demás.

Si fuéramos coherentes deberíamos decir que “tenemos razones” (y no que “tenemos La Razón”), porque estamos más cerca de la verdad.

Cuando alguien afirma “tener razón”, en realidad está diciendo que “sus razones son más acordes con la realidad”.
“Tener razón” significa que, en la balanza, “sus razones” pesan más que las de su adversario. Por eso el conocimiento es una pelea. Uno arroja “sus razones” a la arena para que se defiendan de las “razones” de los otros. ¡Y a ver quién tiene “más razón”! (no “La Razón”).

En el conocimiento, y para conocer, son necesarios tanto el diálogo como la contrastación.
Cualquier “vencido” por las “razones” del adversario, se apunta a la victoria y hace suyas las “razones” del otro.
Ser conscientes del error es un acierto.

Y lo bueno que tiene la verdad es que es difusiva e inagotable. Puede estar en 20 sujetos o en 20.000, sin que ella se vea afectada.

“Tener razón” es estar un paso más cerca de la meta de la verdad que los demás y es, además, una invitación a seguir la senda y ponerse codo con codo con el que va primero.
Ambos salen ganando, el que inició el ascenso, que será reconocido su mérito, haber sido el primero, y el que siguió la senda segura del que iba primero.

Pero cuando uno dice que “su senda es la única senda que existe” y que el que quiera seguirla que pague el royalty, está desnaturalizando la verdad, que es una utopía y una ucronía, que es el horizonte que te invita a caminar, sabiendo que, nunca, el horizonte va a estar preso del que lo mira.

A mí me interesa conocer “tus razones”, para contrastarlas con las mías y poder enriquecerme. Esto es “filosofar”, no “aprender filosofía”, que sería conocer lo que los antiguos dijeron.

La filosofía tiene que ser vital o no es.

Esa es “mi filosofía”.

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