sábado, 5 de marzo de 2011

LA PALABRA COMO ESTRATEGIA.

Suele decirse que los grandes estrategas guerreros de la historia fueron, por orden cronológico, Alejandro Magno, (con sus falanges macedónicas), Julio César (con sus legiones) y Napoleón (con la ubicación y movimiento de sus tropas).

En las guerras, quienes de más fuerza física disponían y quienes mejor las organizaban, las ganaban.

La sentencia frontispicia de Julio César: “veni, vidi, vici” es todo un tratado de estratega.
Llegué, y en cuanto vi de cuánto ejército disponía mi enemigo y vi cómo estaba distribuido, gané. Porque en ese mismo momento, mi mente se puso a funcionar y distribuí, mentalmente, mis tropas de cómo tenían que disponerse a luchar en la realidad, en el campo de batalla.

Pero en las guerras siempre hay pérdidas, todos, lo único que ocurre es que el vencedor, normalmente, es el que menos pierde (aunque también pierde).

La auténtica estrategia, tanto de un militar con sus tropas, como de un gobernante con las fuerzas sociales, es llegar, con la palabra, a evitar el problema, anticipando la solución y firmando “la paz”, tanto militar como social.

En una negociación ya se sabe que los dos frentes no pueden “sacar”, uno del otro, lo que se proponen ambos. Se trata de ceder. Cada uno intentará “ceder” lo menos posible, por lo que “sacará” lo más posible, y se evita el conflicto.

Evitar el conflicto, a la larga, es siempre mejor que ganar la confrontación. Evitar la guerra, siempre es preferible a ganarla. El vencido, ni perdona ni olvida y, en cuanto pueda, intentará reconquistar lo anteriormente perdido.

El día que la fuerza de la palabra hablada, (palabra de honor) y posteriormente, cuando nadie se fiaba del honor, por aquello de “donde dije digo…”, fue sustituida por la palabra escrita, y rubricada por ambos, (contrato), haciendo innecesaria la fuerza física, ese día se pasó de la barbarie a la civilización.

Es la estrategia del “con-vencimiento”, de que el otro se someta por la fuerza de mis argumentos, que los asuma, que los haga suyos.

Aunque el convencimiento depende no sólo del que intenta convencer, sino también, de la mayor o menor debilidad del convencido.
Cuando se juntan la fortaleza del argumento y la debilidad de la persona a convencer, mejor que mejor.
El de mentalidad inmadura no sabe discernir, no es capaz de criticar, de echar luz a las cuestiones, de ver claramente lo que se le pone por delante.

El diálogo es un puente en el que ambos pueden encontrarse, con la palabra, sin tener que ir a nado y armados a la orilla contraria. Pero, tras el diálogo, no se puede/no se debe destruir el puente, en cualquier momento puede llegar una desgracia en la orilla vencedora y el puente (el diálogo) volverá a servir para dialogar y llegar a acuerdos.

El no va más de la destreza militar es doblegar al enemigo sin combate. Palabras en vez de balas. Porque cuando uno se pone al mando de un ejército es como cuando uno empuña un martillo. El primero puede ver enemigos a matar, por doquier y el otro puntas a machacar por todas partes.

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