viernes, 13 de mayo de 2011

EL YO Y LA MASA.

Suelo oír quejarse a la gente y afirmar que hemos sido la “generación sandwich”, ser los emparedados. Hemos tenido que cuidar de nuestros hijos y ahora tenemos que hacerlo de nuestros padres. ¿Y quién nos cuida/nos cuidará a nosotros?.

Los padres del 68 decían: “hemos pasado de tener miedo a nuestros padres, a tenerle miedo a nuestros hijos”.

Y es que todo ha cambiado mucho.

Desde siempre ha habido, poco más o menos, mitad varones, mitad mujeres (No digamos “hombres” y mujeres, será afirmar el “todo y la parte”, como si la parte no estuviera incluida ya en el todo; es como decir “españoles” y “andaluces”).
Mujeres y varones, varones y mujeres. Pero si el modo de vivir de los varones ha seguido/ha querido seguir por el mismo camino, el modo de vivir de la mujer ha cambiado/está cambiando.

Igual que, en el plano político, no es igual ser “ciudadano” que ser “súbdito”, en el ámbito social no es igual ser alguien “autónomo” (“ab-soluto”, “suelto de”, “no sometido a”, “libre e independiente”) como lo ha sido el varón, que ser alguien “relativo” (“relacionado con”, “dependiente de”, “sometido a”) como lo ha sido la mujer.
La mujer, siempre, fue la “hija del…”(médico), la “esposa del…” (boticario), la “madre de….”(el cura), la “abuela del…” (senador)….
El importante, en esta relación, es el término de la relación, con quien está relacionado, el médico, el boticario, el cura, el senador, que son los “ab-solutos”, los que no dicen relación a otro; el menos importante, en esta relación, es quien está relacionado, la mujer, el ser “relativo”, “que dice relación con….”, siempre “…..de” los absolutos.
Hasta el apellido pierde la mujer en la sociedad norteamericana: “El Señor y la Señora Smith”.

Pero la mujer ha comenzado a ser "absoluta", "independiente , “autónoma”, “autárquica”, “individual”, “persona”.

La relación de pareja o el matrimonio ya es de dos personas iguales, no desiguales, aunque distintas, no idénticas. La misma esencia humana, igual de humanidad en ambos, con los mismos derechos humanos, al ser, humanamente, iguales.

Pero esa independencia de los varones y de las mujeres ni debe conducir a la insolidaridad ni a la competitividad. Son dos “yoes” (no medias naranjas), enteros, iguales, que se relacionan formando un “nosotros” y que deberán sacrificar parte de sus proyectos individuales por el bien del proyecto común del “nosotros”.

Todos, mujeres y varones, tenemos una identidad personal (¿quién soy yo?: Tomás Morales) y varias identidades sociales (¿a qué grupo pertenezco: profesor).
Pero Tomás Morales, en la calle es un peatón, en clase es un alumno o un profesor (depende de los días), en la carretera es un conductor, en la casa un padre, en el bloque un vecino, en la ciudad un ciudadano, en la tienda un cliente, en el autobús un viajero, en el centro de salud un usuario, en el Unicaja un socio,….. Son los distintos roles o papeles sociales que mi identidad personal, Tomás Morales, debe desempeñar. ¡Y pobre de mí si los confundo en su aplicación¡
Mi identidad personal y mis identidades sociales no se oponen, sino que se complementan, deben ser enriquecedoras.

Si la primera función de la educación, en un niño, es la socialización, que requiere respeto a los demás y obediencia a la autoridad del maestro, llevada hasta la hipertrofia esta socialización sería diluir al niño en el conjunto, convertirlo en una hormiga anónima del hormiguero, disolverlo en la masa.
De ahí que simultánea y posteriormente la segunda función de la educación es la crítica, y para ello debe ser libre, y responsable.

Ni aislado, solipsista, solitario, ni disuelto, perdido.
No debemos desaparecer, como personas en la masa, pero no podemos prescindir de los otros.
Ni hiperindividuación (somos sociales por naturaleza), ni desindividuación, despersonalización, (perderíamos la iniciativa) y somos/debemos ser personas, autónomas, libres, independientes, aunque comprometidos con los otros, para bien de todos)

Ocurre que, al mismo tiempo que hay “hambre de libertad”, existe el “miedo a la libertad”, por lo que muchos estarán pidiendo un líder al que seguir, obedecer, subordinarse.
El miedo a equivocarse (que supone la libertad de elegir) lleva a muchos a esclavizarse al líder que elija por ellos, esclavizándose a él.
Ahí está Hitler.

Cuando hablamos de “sociedad” y de “voluntad general” no estamos hablando de “todos” y de la “suma de las voluntades individuales”.
Mientras la voluntad general va encaminada al Bien Común, la voluntad de cada uno va encaminada a conseguir el bien de cada uno, a sus propios intereses.

Últimamente está en aumento las identidades sociales: la pertenencia a un pueblo, a una nación (antiguamente un reino), a un estado, a una patria, a una religión, a una civilización (la occidental)…
El problema no es la pertenencia a una o varias identidades sociales, el peligro viene cuando una identidad social es excluyente de las demás y absorbente de la persona.
Despersonalizado en sí, individualmente, y enemigo de los demás, socialmente.

Éste sí que es un pecado, y no el pecado original.

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