martes, 31 de mayo de 2011

NÚMERO DOS. EL MITO DE AL-ANDALUS

La Andalucía actual, como hoy la conocemos, es del siglo XIX, en 1.833, cuando se unifican la Andalucía Occidental con el antiguo reino de Granada (Granada, Málaga y Almería).

Al-Andalus nunca (o casi nunca) coincidió con Andalucía. Llegó a estar hasta el Duero. Luego hasta el Tajo. Luego hasta el Despeñaperros, hasta que en el 1.212, con la batalla de las Navas de Tolosa, los reyes cristianos entran en la cuenca del Guadalquivir.

Al-Andalus, en árabe, no significa Andalucía, sino Hispania Musulmana, estuviese la frontera, en cada momento, donde estuviese.

Pero el mito de Al-Andalus, como la convivencia pacífica, la tolerancia, la armonía y el respeto entre las tres culturas o religiones (judaísmo, cristianismo, islamismo) es, sólo, eso, un mito. Un tópico y una falsedad. Es una visión edulcorada de Al-Andalus, una fabulación alimentada por pensadores, escritores (Antonio Gala y Noah Gordon), por el escritor y diplomático norteamericano Washington Irving, el autor de “Los cuentos de la Alhambra” y su “ruta del legado andalusí”, desde Sevilla hasta Granada; por periodistas varios (entre ellos Goytisolo), por cantaores flamencos, por políticos (empezando por Blas Infante), por Instituciones educativas (la Universidad de Granada) e Instituciones políticas (Junta de Andalucía), que propone y nombra a Blas Infante “padre de la patria andaluza”.

Fue Américo Castro quien puso en circulación el mito de Al-Andalus, como modelo de convivencia armoniosa y tolerante, y que se habría plasmados en ciudades como Toledo, Alcalá de Henares, Sevilla, Córdoba….
Pero que ha sido fuertemente contestado por historiadores de prestigio como Rodríguez Adrados y Domínguez Ortiz.
El Al-Andalus medieval, como todas las sociedades medievales, fueron brutales e insufribles.

A finales del siglo XX, Ignacio Olagüe publica “La revolución islámica de Occidente” en la que se desmarca de todos afirmando que nunca hubo invasión sarracena de la península en el 711. Los musulmanes no conquistaron, fueron invitados por el Conde Don Julián y penetraron por Tarifa de un modo natural, sin violencia, siendo recibidos con entusiasmo por la población hispano-romana, tiranizada por los visigodos.
Estaba Hispania en guerra civil entre los partidarios de Don Rodrigo, trinitarios (dogma de la Trinidad) y los de Witiza, de carácter arriano, que niegan la divinidad de Cristo y, por tanto, niegan la Trinidad. Por lo tanto, es una lucha entre unitarios y trinitarios, dentro del catolicismo, con la ayuda de los sarracenos, monoteístas, a los unitarios.
No hubo conquista en el 711, esto es un invento retrospectivo para justificar la Reconquista. La violencia sólo la ejerce el catolicismo con la Reconquista.

Al-Andalus no fue un paraíso de convivencia sino una yuxtaposición de comunidades definidas por su religión, una coexistencia siempre indeseada por las otras dos no dominadoras, ocurriendo degollinas por la religión mayoritaria (véase el Foso de Toledo) y una sumisión, un apartheid más que una tolerancia.
Que se lo pregunten al judío Maimónides, incluso al mismo Averroes, el filósofo islámico, desterrado a Lucena (Córdoba).

Fueron los viajeros románticos (Gautier, Amicis, Merimée…) los que forjaron el mito, que luego sería cantado por corifeos y fans, porque le gustaría que hubiera sido así. Pero no porque se repita una noticia va a ser/tiene que ser verdadera.

Al-Andalus era una nación islámica de religión, de tolerancia dudosa y de cultura árabe dominante.

Una yuxtaposición y coexistencia de culturas no es una convivencia de las mismas.
No hubo tal pasado idílico y multicultural. La cultura dominante, siempre, impone (no respeta), luego habrá asimilación o exclusión. No hubo tal “paraíso perdido” al que, (creo yo) se refería Blas Infante, con el verso “volver a ser lo que fuimos”, lo que supone que “lo que fuimos es algo deseable”, porque fuimos “hombres de luz que, a los hombres, alma de hombres le dimos”.

Suele exagerarse la influencia árabe en España.
El léxico árabe apenas influye en un 0,6 % de nuestro vocabulario (unas 1.300 palabras según unos, 4.000 voces de etimología árabe, según otros); además son nombres referentes a utensilios y usos agrarios, correspondientes a un mundo preindustrial y, ya casi, en desuso.
El flamenco nada tiene que ver con la herencia musulmana.
Ni las costumbres (fiestas… (que veremos en otro lugar), ni la gastronomía (el cerdo, el vino,…), ni incluso la arquitectura (porque el arco de herradura es visigodo, aunque los árabes lo retocaron haciéndolo lobulado) y la teja era romana (aunque desarrollaron otro tipo de teja).

Pertenecemos a la cultura neolatina.

¿De verdad que “dichosa edad y siglos dichosos aquellos en que Al-Andalus…?

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