domingo, 3 de julio de 2011

¿QUÉ ES EL TIEMPO?.

Es la pregunta que se hacía aquel romano, calavera como el que más, y, después más santo que ninguno. El mismo que se enamoró, que disfrutó del amor, que tuvo un retoño, fruto de la pasión y que, posteriormente, dejando que su esposa se volviera a su África natal u obligándola a irse, quedándose con el hijo de ambos, Adeodato (a-Deo-dato) “dado por Dios”, sería el inspirador de la moral sexual de la Iglesia, concebida como el gran pecado, el “pecado nefando”.
De la “sexualidad como goce y placer” a “la sexualidad como pecado a evitar”. La sexualidad sólo como requisito necesario para darle hijos a Dios. Pero que no es obligatoria, siendo inferior a la virginidad.

Es San Agustín, el de los sermones encendidos, el de los escritos con sangre, el de La Confesiones y La Ciudad de Dios.

“¿Qué es el tiempo?. Si nadie me lo pregunta, lo sé, pero si me lo preguntan y tengo que contestar y explicar qué es, entonces ya no lo sé. Gran misterio es el tiempo.
Hablamos de tres tiempos: tiempo pasado, tiempo presente y tiempo futuro.
Pero ¿cómo decimos que “ayer” ES tiempo pasado si YA NO ES y “mañana” ES tiempo futuro si TODAVÍA NO ES?. El tiempo que realmente ES, es el “ahora mismo”, el tiempo presente. Pero ¿qué ES el tiempo presente si, cuando queremos cogerlo, YA NO ES, al ser instantáneo?.
En realidad, el tiempo es el paso de lo que TODAVÍA NO ES al YA NO ES.
Siempre instalados en el NO ES.

Nosotros, cribamos nuestro pasado y, en nuestro disco duro, guardamos los momentos felices o los tropiezos morrocotudos, pero no registramos en la memoria el discurrir de la vida diaria. Nuestra “cámara de grabación continua” la hemos trucado en “cámara de grabación selectiva”.

Nuestro presente lo gastamos, medio disfrutándolo, porque pende de un hilo, siempre inseguro. Nos ocupa mucho tiempo la preocupación propia, familiar y nacional, lo que imposibilita el abandonarse en el goce. Vivimos a la intemperie, Vivimos en un sinvivir (lo que parece absurdo).

Sin embargo todos vemos nuestro futuro como mejor que nuestro presente. Confiamos en él, cuando el futuro es lo por venir, el porvenir. Lo que no puede ser calificado ni como agraciado ni como desgraciado, porque TODAVÍA NO ES, pero viene, siempre, cargado de esperanza.
Sin embargo, mientras el futuro lo vemos sólo en penumbra, el porvenir lo vemos ya preñado de dicha. Cuando, en realidad, no siempre van cogidos de la mano. Hay muchos futuros sin porvenir.
Porque son, casi siempre los mismos, los que padecen las mismas penas, en una lotería en la que no juegan.

Pero necesitamos creer en el mañana, aunque no sembremos en el hoy y hayamos malgastado el ayer.

Es el autoengaño que nos permite vivir: creernos con derecho a recolectar, en el mañana, sin haber sido, antes, sembradores. Como si fuera la buena simiente, y no la cizaña, la que el viento esparce por doquier.

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