miércoles, 4 de enero de 2012

(3). Ortega y la 2ª República.


Es relativamente fácil la unidad y la unanimidad para oponerse a algo o a alguien. Lo que es más difícil, y a veces imposible, es la unanimidad en qué hacer y cómo hacerlo, tras haber dejado el campo libre de ese obstáculo, sea una persona o sea una institución.
Es lo que le pasaba a la oposición política prerrepublicana.

Los intelectuales, como hemos expuesto en la entrada anterior, no formaron un grupo homogéneo “para”, aunque sí lo fuera en su lucha “contra” la Monarquía y, sobre todo, contra Primo de Rivera, que lo que consiguió, persiguiéndolos, fue convertirlos, a todos, en sus opositores y, luego, en republicanos, a cuya llegada se consideraban haber contribuido.
Ortega se siente protagonista desde su lejana Liga de Educación Política, de 1.914, en el seno del Partido Reformista, su posterior grito, en Noviembre de 1.930, “Delenda est monarchia” (“La Monarquía debe ser destruida”) y hasta su reciente A.S.R.

“Pongámonos a pensar en serio” – decía.

Será Azorín el que acuñe la expresión “República de los intelectuales”, a la que se apuntaron todos, por considerarse autorizados, debido a su lucha contra la Monarquía y la Dictadura y porque consideraron que era la hora de poner en práctica sus ideas políticas teóricas y que podían contribuir a un buen fin de la República.
Todos ellos son de la opinión de que la cuestión escolar es prioritaria.
“Somos trabajadores intelectuales –dice Ortega- que vamos a la educación política del pueblo”.
Se considera con poca vocación para el ejercicio de Gobierno, pero sí para ser mentor de gobernantes.
“Seré, siempre, sólo un Jefe de Negociado en el Ministerio de la Verdad”.
“Hemos venido, no por gusto, sino por deber, porque habíamos contribuido a…..”

Los Intelectuales se consideran “Padres de la patria”.
Pero los militantes comunistas reprochan a los intelectuales ser unos advenedizos a la República, cuando pretenden encarnar la conciencia nacional.
“Querámoslo o no, desde el 14 de Abril, todos vamos a ser otra cosa de lo que éramos”.

Pero los problemas políticos escapan a la oratoria de los intelectuales (crear un estado moderno y hacerlo funcionar, emprender reformas estructurales, redactar una Constitución y, mientras tanto, gobernar sin ella y con leyes de excepción).

Ortega, siguiendo, en esto, a Lenin y a Gramsci, afirma que a España no hace falta que la representen intelectuales.
“El ideal de un pueblo es que no sea necesaria la intervención de intelectuales en su vida política”.

Azaña sería más concreto. No cree que un intelectual esté mejor cualificado que otro para dirigir a un país.
El día 14 de Julio de 1.931 (como el día y mes de la Revolución Francesa) se abren las Cortes Constituyentes, y aquí están 64 catedráticos, profesores o maestros y 47 periodistas.
Prieto habla de “masa encefálica” y Unamuno dice que hay demasiados catedráticos.
Algunos son ministros (De los Ríos, Albornoz, Domingo) y uno de ellos, Azaña, es Jefe del Ejecutivo.
De los 115 diputados socialistas, 50 tienen título universitario. Besteiro es Presidente de las Cortes, De los Ríos será, por tres veces, ministro (de Justicia, de Instrucción Pública y de Estado). A él le toca ocuparse de la Constitución y de la Reforma agraria, entre otras.

A los intelectuales elegidos diputados, el sufragio universal les otorgó una legitimidad, pero los transformó en políticos.

Los intelectuales habían estado unidos en la repulsa a las formas pasadas de gobierno, pero, entre ellos, no había unidad de doctrina republicana.
Si la Constitución debía ser escueta o extensiva sería una de las primeras discusiones.
Ortega lo tiene claro: “en una Constitución no deben quedar sino aquellas normas permanentes de la existencia civil, y no decisiones fungibles, que se consumen al primer uso”, como por ejemplo, la disolución de las órdenes religiosas (que se hará o no se hará, pero que no debe constar en la Constitución).

Unamuno se ríe de la candidez de algunos diputados, que piensan sembrar para la eternidad y que aparezca como un acto de agresión a la República la apología del régimen monárquico. (¿No fue esto lo que hizo Franco con todo lo que oliese a República y a Democracia, considerarlo como una agresión al régimen?).

La proclamación de la República Catalana obligaba al gobierno a transigir.
¿Entonces, Federalismo?. Pero “federar es reunir” y nadie duda de la Unidad de España.
“Federarnos es algo parecido a divorciarnos” –afirma el Presidente de la Real Academia. “No cabe reunir lo que no está separado” = “no debe separarse lo que está unido”.

Unamuno considera irracionales los particularismos. La soberanía no puede dividirse.

Ortega condena “una división de España en dos Españas diferentes: una compuesta de 2 ó 3 regiones ariscas y la otra integrada por el resto, más dócil al poder central” (¿no tenemos hoy Autonomías de 1ª (las históricas) y de 2ª (todas las demás)?.

Ortega, incluso, propone destruir la base provincial tradicional y fomentar una descentralización regional, bajo la autoridad del poder central.
El debilitamiento del Estado era temido por Ortega más que la pérdida de la identidad nacional.
“La democracia es el pueblo organizado, no el pueblo suelto”.
No podía satisfacerle la fórmula adoptada por el gobierno, bajo la presión catalanista.
El Senado era calificado, por Ortega, como una “cámara castrada”.
El Congreso debería tener sólo 200 diputados, y no 400.
Defendía, a ultranza, el Tribunal de Garantía Constitucional, un 4º poder moderador.

La República se convierte en algo místico, en algo sagrado, que no permite ser criticada, lo que molesta enormemente a Unamuno, que lo considera una religión republicana, cuando la República ha prohibido la religión.

Poco a poco, casi todos los intelectuales consideraban la Constitución como un peligro para España, como si España estuviera supeditada a la República, y no la República a España (¿cómo una forma de gobernarse una nación debe primar sobre la nación misma que opta por esa forma de gobernarse?)

La Constitución, adoptada el 9 de Diciembre, es criticada por Alcalá Zamora.

¿Objetivo de los intelectuales?: la educación y la secularización de la sociedad.
La resistencia, tanto a la secularización como a la democratización, viene del mundo rural. Pero es que la cuestión escolar pasa por la cuestión religiosa.
Además, también está la cuestión económica, estancada.

La prioridad de Azaña, desde Diciembre del 31, está en varias reformas: la del ejército, la agraria, la escolar y las demandas autonomistas de catalanes, vascos y, aunque menos, de los gallegos.
Para estas reformas Azaña se apoya en los socialistas, rompiendo la unidad del Frente Republicano.
De los Ríos (sobrino del filósofo Giner de los Ríos, krausista), prosigue la construcción de 10.000 escuelas, programadas por su antecesor en el cargo, Marcelino Domingo. Pero el proyecto no pudo llevarse a cabo por causas presupuestarias, pero se mejoró la situación de los profesores así como la reforma de programas.
Azaña reformó el ejército, pero hubo división de opiniones en la reforma agraria. ¿Indemnización o mera expropiación?.
El balance de esta reforma fue muy negativo (sólo se beneficiaron de ella 4.300 campesinos, de los 70.000 previstos. Además, tampoco creció la productividad.
Fueron muchos los defraudados.
Azaña, además, estaba enojado por haber sacado de contexto su sentencia “España ha dejado de ser católica”, porque lo que anunciaba era, según él, la separación Iglesia-Estado y no que, por decreto, dejaba de ser católica. Ortega diría que España había dejado de serlo no el 14 de Abril, sino muchísimo antes.
Mantener a la Iglesia era mantener un Estado dentro de otro Estado.
Sí había, sin embargo, unanimidad en la disolución de la Compañía de Jesús, pero no la hubo respecto a las demás congregaciones.
Los jesuitas ejercían el predominio en la enseñanza, también influían, enormemente, en el comercio y la industria, además de que estaban sometidos, por sus votos, a otra autoridad distinta a la del Estado.

¿Y la Iglesia?: no estaba por la labor, ni en la laicidad, ni en la separación Iglesia-Estado, ni en el divorcio.
Muchos intelectuales, desde el comienzo, no tragaban la alianza Trono-Altar, como lo había sido durante la Monarquía.
El 24 de Enero del 32, siendo Ministro de Justicia, ya no De los Ríos, sino Albornoz, se llevó a cabo la disolución de la Compañía de Jesús, la ley del divorcio y la supresión de los presupuestos del culto y del clero.
Si a todo esto le añadimos la quema de iglesias y conventos y otras muchas formas de violencia anticlerical, es imaginable el primer desacuerdo de Unamuno, defensor de la España clásica.
Ortega no se inmutó, su ideario era laico.
El problema de los intelectuales es que comenzaron a ser políticos y les costaba someterse a la disciplina de partido, consideraban una pérdida de tiempo tanta discusión.
No congeniaron en sus relaciones con los poderosos (Iglesia, Ejército y Patronatos), ellos sólo atendían a su razón y a sus proyectos, y la política no era así.
La omnipresencia de los intelectuales en la prensa los hizo verse importantes en esa “República de los Intelectuales”, de la que se consideraban parte esencial en su advenimiento.
Unamuno estaba desilusionado por los derroteros que estaba tomando la República, con su constante recurso a la violencia. Es lo que hizo que se hiciera intimista e individualista, pero que no se callaba, criticando fuertemente a Azaña y buscando la aprobación de Ortega y de Marañón.
Pensaba que su papel era luchar contra el Poder y liberar a la República de los fanáticos.
En las elecciones del 33 votará a los “agrarios” (“los enemigos de la República”). Su objetivo era “defender al individuo de las garras del Estado”.
También Ortega critica al gobierno de Azaña.
Pero ambos se sienten como predicadores en el desierto, porque apelan a la Inteligencia y a la Voluntad, más que al pragmatismo político.
Azorín se va, directamente, a la oposición.

Los políticos decían ser como lo médicos, que deben curar al enfermo, de cuya enfermedad ellos, los políticos, no son los culpables.
Unamuno se opone a las Autonomías regionales y defiende el “castellano” como hegemónico.
Ortega aboga por la descentralización.
Albornoz es un anticlericalista declarado, lo que irrita a muchos intelectuales, denominados, despectivamente, “advenedizos” por los militantes comunistas.
En el núcleo del P.S.O.E., Besteiro y Largo Caballero andan a la gresca, a lo que se une la decepción de la U.G.T. por la lentitud de las reformas, mientras que los anarquistas y las juventudes socialistas están, constantemente, presionando.
Bolchevización del P.S.O.E., que rompe la alianza con los demás partidos republicanos.
La línea dura de Largo Caballero se impone y vence a Besteiro, en la dirección de la U.G.T.
Araquistain, el socialista más duro, en su revista Leviatán, intenta convencer al proletariado de que nada puede esperar de la República. Critica a Ortega, a Besteiro y a Azaña, que “cree que puede hacerse una revolución por medio de una Constitución Republicana”.
“Dictadura capitalista o dictadura socialista” –proclaman Largo Caballero y Araquistain desde Leviatán, que denuncian el peligro fascista.
Los socialistas están radicalizándose así que los intelectuales lo tienen crudo: o toman partido y dejan de ser meros intelectuales y ser activistas o volver a ser estetas en su torre de marfil.
Los jóvenes pasan, de una vanguardia estética, a una vanguardia revolucionaria, pero los viejos sólo reaccionan en función de principios éticos y no según criterios políticos.
Los sucesos de Octubre del 34 llevan a Unamuno a un mayor, si cabe, solipsismo, a Azorín a ser aún más antiparlamentarista, a Ortega a reclamar una Nueva República.
Los intelectuales dejan la política y ya son, o militantes o poetas, ya no es intelectual-político sino intelectual-revolucionario o, simplemente, intelectual

Las elecciones de Febrero del 36, con la victoria del Frente Popular es interpretada por Araquistain y los suyos como un plebiscito sobre la revolución y posterior represión de Octubre del 34.

Ortega critica el halago a las masas y ve en la actualidad revolucionaria su convicción del desgarro de la Patria.
Radicalización de unos y distanciamiento de otros ante el fracaso de la experiencia reformadora en España.
La República, amenazada o amenazadora, nada que ver con la República soñada.
Si en el 31 Marañón decía: “ni Monarquía ni Anarquía”, en el 34 Madariaga dirá: “Anarquía o jerarquía”. En el ambiente estaba instaurar un poder fuerte.
Muchos fueron los que no se decidieron y se inhibieron, los intelectuales de la “3ª España”, los que se habían negado a elegir ante la exclusiva y tomaron el camino del exilio. En ellos se cumpliría el adagio: “ni contigo ni sin ti…”.
Entre el poder y la calle, la exclusiva, no encontraban el sitio adecuado, de ahí la frustración y las esperanzas truncadas.
Ellos pensaban en términos normativos ideales, en su mente, más que en función de la calle, la realidad.
Sí fueron eficientes culturalmente, no tanto políticamente. No todos estaban dispuestos a ensuciarse las manos.
Razonaban como educadores, cuando lo que se necesitaban eras reformadores estructurales.
Contribuyeron al advenimiento de la República, participaron en la redacción de la Constitución, muchos fueron diputados, algunos ejecutivos pero, en general, en todos ellos, la desilusión.
El triunfo de la idea republicana del 31, frente a la agonía del 36. Malos tiempos para ellos. Y los jóvenes militantes revolucionarios desconfiando de ellos.

En el 37, Azaña, en sus Memorias, los criticará, despectivamente: “republicanos para ser ministros y embajadores en tiempos de paz, republicanos para emigrar en tiempos de guerra”.

La República no había nacido en el mejor momento: desarreglo económico, fractura social, cuestionamiento de los modelos políticos liberales, aspiraciones nacionalistas,… Todo un mal rollo para los intelectuales.
Fracaso de la Razón, fracaso de una República que nació en un entorno internacional poco favorable, mientras, dentro, las arcas del erario estaban vacías, la hostilidad de los patronos, así como de gran parte del ejército y de todo el clero.

Como, después, reconocería Azaña, España había pasado, sin transición, del Antiguo Régimen a la Revolución Social. Y eso tiene un coste que hay que pagar.

La crisis europea de los años 30 desembocó en una crítica al liberalismo, así que, para nuestra República, el único modelo a seguir (mal modelo) era la U.R.S.S.

Los intelectuales se vieron desbordados por las masas, que son más, No importa tanto la Razón y tener razón como el instinto de las masas.

Ortega se refugiará en el silencio político. Se exilió fuera y, después, lo exiliaron, le hicieron el vacío, dentro.

En Europa Mussolini repetía que “la acción tiene que vencer a la palabra”, mientras Hitler se negaba a presentar un programa, Franco estaba entre los descontentos.

Tristemente, primero sería la guerra civil española, luego la 2ª guerra mundial.

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