domingo, 18 de agosto de 2013

DROGAS MODERNAS.


 
Una de las drogas modernas, de diseño, de niños, adolescentes, jóvenes y maduros (y a la que se engancha, también, algún viejo) es “la droga tecnológica”.

No hay alumno de instituto (y muchos de la escuela) que carezca de móvil última generación y no disponga, en su cuarto de estudio, de un ordenador capaz.

Esa “racionalidad tecnológica” produce beneficios a sus dueños, pero, al mismo tiempo, adicción y dependencia en todos los demás, que son la gran mayoría.

Nunca ha habido tanta posibilidad de comunicación a distancia y tanta incomunicación en la presencia.

Observas a parejas, paseando o sentadas en un bar, y cada uno, manejando su móvil, comunicándose a distancia sabe Dios con quién, lo que supone un desprecio o una baja estima de lo presencial.

Estás en la cola de un banco o de cualquier mostrador de servicio público y como, cuando está atendiéndote, suene el teléfono, es descolgado inmediatamente y habla y habla, sabe Dios con quién, y se mete en la cuenta bancaria de quien llama, obviando la presencia de la persona con la que estaba hablando y con todos los que están en la cola.

Más de una vez me he indignado y le he reprochado la falta de respeto para quién está, ante él, presente, dando preferencia al comunicante ausente.

Si el Dios cristiano, durante tantos años como referencia vital, fue apeado de su pedestal y, en su lugar, entronizada la Diosa Razón, hoy es el Dios Tecnológico quien ha tomado el relevo y nos tiene alucinados al tiempo que esclavizados.

Hoy, más que nunca, sabemos “cómo hacer cosas”, lo que ignoramos es “cómo obrar moralmente bien” para ser felices.

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