martes, 13 de agosto de 2013

FILOSOFÍA Y CLARIDAD - 1


 
En otros lugares he dejado escrito que vulgarizar” es una manera considerada, por muchos, inadecuada, de “divulgar”.

Pero “vulgarizar” puede/debe entenderse como poner a nivel del vulgo, o sea, del pueblo, de la gente normal y corriente, no instruida, (y menos en filosofía) uno saberes vitales que deben importar a toda persona.

Se trata de ser, en pleno siglo XXI, un Sócrates.

Como la verdad desnuda siempre es vergonzosa, no en sí misma, sino para quien no está acostumbrado a los desnudos, no es mala idea semivestirla, (que no quiere decir taparla y esconderla), dosificarla.

No es, del todo, condenable ponerle un poco de aliño a un producto exquisito, con tal de que el no experto en sabores lo saboree. Tiempos llegarán en que lo saboree en sí mismo.

Pero, en los últimos tiempos, el gremio de los filósofos oficiales se ha especializado tanto, que ha empujado a la filosofía a expresarse en un lenguaje cifrado, tan oscuro que sólo los del gremio (y cada vez menos) lo entienden, alejando aún más, si cabe, a la filosofía de las mentes del común de los mortales.

Si alguien te pregunta cuál es tu profesión y respondes que “profesor”, automáticamente surge la segunda pregunta: “y de qué”. Si respondes que “de Matemáticas” o “de Química” te sueltan un laudatorio “JooPeee”, pero si respondes que “de filosofía” (como yo he hecho toda mi vida) pueden ocurrir dos cosas: 1.- que surja, encadenada, la tercera pregunta clave: “y eso qué es” o 2ª que se compadezcan de ti y piensen, para sus adentros, lo que decía el torero El Guerra: “aquí hay gente “pa tó”.

La filosofía, desde mediados del siglo XX, parece que la han enclaustrado y la han secuestrado y hablar de ella, a la gente normal, es como hablarle de los mundos paralelos.

Muchos de los filósofos oficiales parecen disfrutar con la práctica del oscurantismo, con la incomprensibilidad, con el uso y abuso de un lenguaje críptico (“la nada nadea”), alejado de la vida y sus problemas, convirtiendo el don preciado de la filosofía en un somnífero masoquista preñado de aburrimiento.

“Lo que puede decirse debe ser dicho claramente y, si no, lo mejor es callarse”.

No es el caso de filósofos como Fernando Savater o José Antonio Marina, muy criticados por el gremio, pero a los que, sin dejar de ser filósofos, se les entiende todo lo que dicen.

Cumplen el consejo de Ortega: “la claridad es la cortesía del filósofo”.

Quien ha llegado hasta ahí tiene que ser capaz de mostrar claramente el camino de cómo ha llegado y de cómo llegar.

Es verdad que el hombre es un animal, porque es un viviente sensible, pero también es verdad que la filosofía ayuda a desanimalizarse, a superar el nivel meramente animal, porque siembra curiosidad, extrañeza, asombro,… que, desde Aristóteles, es la condición del filosofar, del querer saber.

Pero filosofar supone estar, siempre, abierto al diálogo y nunca dogmatizar.

“Filosofía” y “dogmatismo” son dos conceptos incompatibles, como “filosofía” y “fanatismo”.

El filósofo ilustra, echa luz sobre los problemas de la vida y espera que los demás también los iluminen para salir, todos, bien parados o mejor parados, de ellos.

La filosofía invita a la amistad, a la cooperación, ayuda a vivir, no más, pero sí mejor, al tiempo que te prepara para los momentos infelices que toda vida trae consigo.

Si quedasen fuera los fanatismos ideológicos varios y los fundamentalismos religiosos, y fuésemos capaces de sentarnos a dialogar en el lugar neutro del campo de la razón, echando a la arena sólo argumentos, ¿habría tántas guerras, tánta violencia y tánta estupidez?.

Si fuésemos capaces de exponer y de solicitar razones, sólo razones (e ir al diálogo ayunos de consignas) de lo que se dice y de lo que se hace ¿estaría el mundo tan mal como está?.

Si, además, los filósofos se empeñan en vivir en el espacio etéreo, en las nubes, no es de extrañar que los no filósofos, terrestres, los miren con desinterés si no es con desprecio o con….

¿Tan difícil es retirar el papel que cubre el regalo?

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