El Código de Circulación no está en la carretera como el
prospecto y las instrucciones de uso o de dosis no están en las pastillas para
la próstata.
La carretera y las pastillas están ahí, independientes de mí
y ajenas a todo Código y a todo prospecto, independientes de ellos. De hecho si
el prospecto se pierde y el Código de Circulación se olvida o se incumple ellas
seguirían estando sin ellos.
El Código y el prospecto deben estar en la mente del
conductor o del enfermo. Ni siquiera en el Ministro de Transportes, que
legisla, ni en el médico que receta.
Ellas no tienen sentido. El sentido se lo damos o no se lo
damos nosotros.
Con la Vida ocurre como con la carretera y las pastillas. La
vida no tiene sentido independientemente de quien está viviéndola. Somos cada
uno de nosotros quien se lo da o no se lo da, se lo da de una manera o de otra.
Cuando leo u oigo la pregunta de “Cuál es el sentido de la
vida” suelo, internamente, cabrearme.
Pero lo mismo que ocurre con el “sentido” de la vida ocurre
con el “valor” de la misma.
La vida es un hecho, está ahí. Somos cada uno de nosotros
quien la valoramos, en mucho, en poco o en nada. Hay quien disfruta viviendo,
quien soporta la vida y quien se suicida o mata.
Somos los hombres los “donantes de sentido y de valor”.
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