miércoles, 25 de diciembre de 2013

4-5- LA ECONOMÍA.


 
Puede definirse como “la forma específicamente humana de resolver las necesidades, basada esencialmente en el trabajo”.

Ese es el origen de la economía, y no otro, “resolver las necesidades humanas”, aunque después….

Y las tres necesidades humanas que “todos” tenemos son: comida, vestido y vivienda. Sin estar ellas satisfechas no podría subsistir el cuerpo, y sin cuerpo ni hay alma, ni hay espíritu, porque no habría existencia posible.

Y de satisfacer esas necesidades, y no otras, de ocuparse de la producción y distribución correcta de esos medios, esa es el origen de la economía.

Naturalmente son nuestros padres los primeros encargados de esa economía para la satisfacción de las necesidades del niño. Pero los padres, para hacer eso, no sólo necesitan comida, vestido y vivienda, también libertad, inteligencia y cultura, futuras necesidades cuando el niño deje de serlo.

Pero, una vez dejada atrás la niñez e ingresados en la juventud y/o madurez, la necesidad de comer no incluye, de manera predeterminada, qué y cómo podemos o debemos comer, con qué y cómo debemos cubrir nuestro cuerpo, qué tipo de refugio o casa podemos o debemos construir para mejor cobijarnos.

Todas ellas pueden satisfacerse de muchas maneras y es no sólo la razón y la voluntad, sino también los sentimientos, las costumbres y la tradición los que configuran la forma de llevarlas a cabo.

Por eso la economía, además de actividad productiva, también es cultura.

Escribía en entradas anteriores que mientras el mundo se le presenta al animal sólo como Estímulo que reclama y dispara una Respuesta, al hombre la realidad se le presenta como posibilidad/posibilidades.

No sólo como posibilidades positivas, también como obstáculos a superar, o a eludir.

Y posibilidades, además, no sólo para satisfacer necesidades elementales, indispensables para vivir, sino para crear nuevas necesidades, no necesarias, sino superfluas, que desbordan lo puramente biológico y se instalan en el “bien-estar”, no sólo en el “estar”, en el lujo, en la comodidad, en la ostentación, en la singularidad.

El fin de la economía está más allá de si misma, más allá de su mismo origen, queda desbordada en actividades no meramente económicas, más allá de lo puramente biológico.

La economía es por lo tanto  la producción y distribución de los bienes útiles y necesarios, sino también de los no necesarios y para todos ellos es necesario el trabajo. Deber y derecho fundamental humano, no sólo individual, sino también social.

Quien produce una cosa, para poder producirla, no sólo supone una materia que ya otros, anteriormente, han producido, sino que trabajará en equipo con otros y con vistas a que otros, demandantes, puedan disfrutar de esa cosa.

La economía es un entramado, pues, no sólo laboral, sino también social.

Por ser el trabajo no sólo fuente esencial de riqueza sino también de equilibrio personal, siempre será necesaria cierta propiedad privada para asegurar tanto la autonomía personal como familiar.

Algo que no ocurrirá con la esclavitud en la que éste no es dueño ni de su propia vida, no hay autonomía alguna, es una cosa más, que se compra y se vende en un mercado como puede hacerse con una silla.

E igual que el dueño de una silla puede quemarla para calentarse, algo que no hace normalmente por gusto, sino por necesidad, igualmente puede usar al esclavo, cosa suya, como un útil para jugar, para comerciar con él, para apostar por él, en una lucha cuerpo a cuerpo con otro esclavo, o con una persona, o hasta con un animal.

En la actividad económica por cuenta ajena en la que, por una parte, alguien pone el capital constante (-Marx dixit-), no sólo de las materias primas primarias, sino también de las secundarias o auxiliares (no sólo de la tela para hacer camisas, también de los botones y el hilo, de las máquinas tejedoras, de la electricidad que consumen, de los impuestos que conllevan, de las fábricas en que fabricarlas, de los camiones para el transporte, de los ordenadores que…. sino también del “capital variable” (-Marx dixit.-), del salario en dinero y/o en especie que el empresario paga y el trabajador cobra.

De esta actividad surge la “plusvalía”, que es la diferencia entre lo que “cuesta” la producción de una mercancía, sumados todos los costos, y lo que “vale”, su precio en el mercado. Esa diferencia entre lo que “cuesta” y lo que “vale”, ese “plus de valía”,  ese margen positivo, mayor o menor, esa diferencia, que es producida por el “capital variable” (el obrero) al manipular el capital constante y producirlo como mercancía y puesto en el mercado, queda en propiedad del empresario.

Uno engendra la “plus-valía” y el otro se queda con ella.

En esa relación laboral, contractual, entre empleador y empleado, que de tanto y tan gran abuso ha sido, en el pasado, el gobernante no puede quedarse al margen y deberá no sólo legislar laboralmente, sino hacer cumplir, por ambas partes, dicha legislación laboral, que defiende el derecho no a “un trabajo” sino a “un trabajo justo”, sin dejarlo a la mera voluntad de las partes en la que, por lo general, quien más fuerza tiene impone las condiciones.

Y no era raro, ya en la primera revolución industrial, vender por anticipado, por parte de los padres, el trabajo futuro de sus hijos, por lo que, cuando éstos comenzasen a trabajar no cobrarían “su” salario, porque ya había sido cobrado por sus padres.

En situaciones de extrema necesidad las posibilidades de abuso y de violencia son, casi, una realidad.

Todo salario debe ser “justo”, suficiente para sostener “dignamente” tanto al trabajador como a su familia. Un salario familiar más que individual.

Igualmente debe ser “justa” la legislación referente al trabajo de menores, a los horarios, a la seguridad e higiene en el trabajo,…

Pero justicia no sólo “conmutativa”, sino “distributiva”, consistente en un mayor apoyo de la autoridad política a los ciudadanos más indefensos. Estamos refiriéndonos a la previsión social, a las jubilaciones y pensiones, a los seguros de enfermedad y de accidentes en que la baja laboral no debe llevar prendida, de la mano, la ausencia de un salario.

Es necesaria no sólo la oferta de cualificación laboral, por parte del gobierno de turno, sino la adquisición de la misma por parte del trabajador, y la vigilancia para no permitir fenómenos de explotación.

También debe el Estado, a través de sus gobiernos, procurar que la oferta de oportunidades de trabajo sea suficiente y, de no serlo, asegurar al trabajador en paro un subsidio que cubra, al menos, sus necesidades mínimas.

Esto, todo esto, es lo que debería existir. Pero no es lo que existe.

Son muchos los millones de personas que carecen de la capacitación mínima para poder participar con cierto protagonismo en un sistema de empresa.

Sin contar con el abuso del empresario en contratar a graduados y licenciados universitarios en puestos en que un trabajador no, o menos, cualificado puede realizarlo, cobrando no acorde con su capacitación sino con su actividad. Y así podemos ver a licenciados en Economía o en Derecho tras las vitrinas de un banco.

Los poco y los no cualificados irán quedando al margen y el desarrollo social se realizará sin ellos.

A veces se trata de muchedumbres impotentes para resistir la competencia de métodos, productos y estilos de vida.

Y ver en los mercados productos “made in” países asiáticos, en los que la mano de obra es muy barata, pero que en lo único que el comprador se fija es en el precio…

Las grandes empresas, no sólo las multinacionales, han ubicado su instalación de producción en países orientales, de laxa o nula legislación laboral, y lejos del mercado de distribución normal y adquisición de sus productos, el mundo occidental.

Sólo así se explican las bolsas de pobreza y marginación, en los grandes núcleos de todo el mundo, desvistados por los brillos de una sociedad de lujo que observan pero que le es inaccesible.

Si el “capitalismo salvaje”, de siglos anteriores, ha desaparecido en nuestro mundo occidental, no menos “salvaje” es este nuevo “capitalismo sofisticado”, que esclaviza de otra manera.

Son muchos los países en los que a la carencia de recursos materiales se suma la ausencia de capacitación laboral por lo que asistimos a la emigración insegura, en pateras o por cualquier otro medio, guiados por la imaginación, ilusoria, de que nada más echar pie a tierra la solución a sus problemas está conseguida.

No sólo las ONGs sino también los Sindicatos y asociaciones laborales tienen ahí una vasta tarea en defensa de esos trabajadores, más expuestos a ser explotados, para defender sus derechos y su dignidad.

Y no podemos obviar la necesidad de persecución de las mafias que, bajo señuelos de vida óptima, transportan a seres humanos que, ya para salir, han contraído con ellos una deuda y que muchos, sobre todo las jóvenes tendrán que saldar con una explotación sexual, inhumana, indigna, y de cuyos servicios sexuales se sirven los bien instalados occidentales.

Es un deber moral la lucha justa contra métodos económicos injustos y con predominio absoluto, único, del capital y de los monopolios de los medios de producción.

No se trata tanto de una alternativa “socialista” (que, con frecuencia, es un capitalismo de Estado) sino de construir una sociedad sobe el trabajo libre, sobre el salario justo y la participación en la empresa.

Tampoco se trata de abolir el libre mercado, sino de ejercer un control estatal y social sobre el mismo.

 

 

 

 

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