Para que unas partes, individuales (los hombres) formen un
todo (la sociedad) puede ser conseguido por imposición de una autoridad o por
consenso común y voluntad propia.
Pero mantener el orden en ese todo humano, en esa sociedad,
hacen falta unas leyes y una autoridad que legisle, que imponga la ley, que la
vigile y que la juzgue.
Estamos refiriéndonos al Estado como modo de estructurarse
una sociedad.
El Estado puede ser de muchas maneras, desde tiránico hasta
democrático, desde republicano hasta monárquico, desde monárquico absoluto
hasta monárquico democrático, desde…. a….
Toda sociedad humana, para ser auténtica, necesita tanto la
libertad para moverse en ella como una autoridad que imponga y vigile, con la
ley, la forma de moverse en ella.
En el tema anterior incidíamos en el progreso como lema de
una época, la ilustrada, y terminábamos con las patologías a que puede dar
lugar/ha dado lugar ese progreso desenfrenado, a toda costa.
E incidíamos, igualmente, en la ambivalencia de ese
progreso, sus aspectos positivos de progreso y sus aspectos negativos de
retroceso.
Sólo los pueblos libres son capaces de progresar, pues sin
libertad desaparece la iniciativa, decae la economía y se paraliza la vida
social. Sería una perfecta colmena humana, una maquinaria engrasada en que lo
normal es su funcionamiento mecánico.
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que
a los hombres dieron los cielos; con ella no puede igualarse los tesoros que
encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra,
se puede y se debe aventurar la vida” – hace exclamar a Don Quijote en consejos
a su escudero.
La libertad es como la sangre de la sociedad. Sin ella sólo
sería una “máquina” sin iniciativa, una sociedad paralizada, estática,
repetitiva, de mantenimiento de las mismas funciones.
La sociedad debe ser dinámica y es la libertad la que
promueve las iniciativas sociales, que surgen, crecen y se consolidan, pero no
a cualquier precio, sino dentro de la legalidad por la que la sociedad se rige
y que la autoridad gobierna.
Una sociedad sin estado, si es amplia, es imposible. Sólo
vale para pequeñas comunidades donde la tradición y los más viejos la
controlan, pero que apenas avanzan.
El Estado es mucho más que una simple máquina, porque sus
componentes son seres humanos, todos libres y diferentes entre sí, capaces de
obrar solidariamente, pero también igual de capaces para liarse en una guerra
de todos contra todos hasta poner en peligro, desestabilizar y acabar con la
sociedad de la que, hasta entonces, formaban parte.
La máquina, una vez puesta en funcionamiento, sólo necesita
(y no necesariamente) un vigilante que compruebe que cumple con la rutina de su
única función.
Pero el Estado es mucho más que una máquina porque su
función, su quehacer, es (como señalábamos en el tema anterior) es tan
ilimitado como lo es el bienestar de los innumerables seres que lo componen y
que no todos necesitan lo mismo.
La autoridad, pues, es una exigencia natural de la sociedad,
que sólo podrá ser salvada del caos, gracias a ella.
Aristóteles había distinguido las tres formas puras e
impuras de gobierno según el número de personas que gobernasen.
Formas puras son aquellas cuya finalidad es el “bien común”
de todos y no el privado de uno o de algunos.
Formas impuras, pues, las contrarias, las que tienen como
finalidad el bien propio.
Formas puras, pues, serían: Monarquía – Aristocracia –
Democracia (el poder en manos de Uno, de Varios (los “mejores”), de Todos (el
pueblo).
Formas Impuras serían: Tiranía – Oligarquía – Demagogia (Uno
(el tirano), Varios (los ricos) y Todos = Ninguno, anarquía.
Mientras una Autoridad Despótica se ejerce no sobre
ciudadanos sino sobre “súbditos o esclavos), con unas órdenes o leyes que
sofocan la libertad y que, por lo tanto, facilitan el desorden y la rebelión,
la Autoridad Política se ejerce sobre hombres libres que, ellos mismos, han
elegido para ser gobernados, pero no por imposición autoritaria sino por
diálogo y con razones, apelando a la responsabilidad de todos y cada uno y,
siempre, estando abierta a la rectificación.
Alguien sugirió que a la Estatua de la Libertad, en la costa
Este de Estados Unidos le falta la “otra pata”, la Estatua de la
Responsabilidad en la costa Oeste.
Y todo lo que cabe entre esas dos estatuas, Libertad y
Responsabilidad, está la vida política.
Ni es fácil saber Mandar/Gobernar (porque no se nace
sabiéndolo, hay que aprenderlo) sobre el todo social ni es fácil obedecer y
acatar las normas de funcionamiento.
Es un equilibrio el que ha de mantenerse. Lo más fácil es
ladearse hacia un lado o hacia el otro, sobrepasarse o exceso autoritario, o no
llegar o defecto permisivo.
Pero la única manera de resolver las dificultades es con el
“diá-logo”, con la exposición mutua de “razones”, limpiamente y serenamente.
El diá-logo supone confianza y colaboración mutua, condición
imprescindible de toda conducta libre y responsable.
La autoridad debe hacerse comprender y aceptar y los
ciudadanos acatar lo acordado.
De lo contrario, la protesta sustituirá al diálogo, la
fuerza a las razones, las medidas de presión a la negociación.
Sería una lucha partidista en la que cada uno quiere
llevarse el agua a su camino, tirar para taparse con la manta, y sólo saldrán
beneficiados tanto los más fuertes como los más astutos.
La autoridad se ejerce sobre personas libres, lo que supone
una dificultad para la autoridad y para los ciudadanos libres.
Por eso, al ser la libertad un valor del máximo rango, una
autoridad corrompida, que dañe la libertad de los ciudadanos, es un daño
gravísimo.
Nada hay más digno, pues, que ejercer la autoridad con
justicia y sólo será justa si se somete a la ley y es razonable.
Si no está medida y sometida a la ley está usurpando el
lugar de ésta y se vuelve despótica.
Los problemas sociales no tienen UNA sino varias y distintas
soluciones posibles, unas mejores y otras peores, y no sólo uh modo sino varios
cómo hacerlo, debe pues consultar y decidirse por la mejor forma de hacerlo y
distribuir funciones, coordinar tareas.
La autoridad va a ser quien decida, pero serán las
organizaciones quienes intenten resolver los problemas.
La función de la autoridad es “organizadora”.
Igualmente es función de la autoridad el promulgar leyes (se
sobreentiende que “leyes justas”), cumplirlas y hacerlas cumplir, sancionando
su incumplimiento.
De ahí la tercera función de la autoridad, la función
coactiva, superior a la fuerza de toda persona individual que pretenda
atropellar el derecho incumpliendo la ley.
Si nos preguntáramos en quien o en quienes debe recaer la
autoridad la respuesta es de Perogrullo: “en el mejor o en los mejores”. Y la
pregunta siguiente salta a la vista: ¿Quién o quiénes son ellos?
Sean quienes sean o los que creamos que son deben cumplir
ciertas condiciones:
.- Someter su autoridad a la ley.
.- Limitar la duración de su mandato.
.- Respetar una división de poderes que sirva de contrapeso.
.- No elegirse a sí mismos.
.- Poseer cierta excelencia intelectual (que no sea un
inculto y/o ignorante), ética (que no sea una mala persona, injusta, desleal,…)
y política (que sepa o tenga experiencia de gobierno).
Cuando se le acercaba a Platón algún discípulo que quería
ser político, gobernar, el filósofo le preguntaba cómo dirigía la economía de
su casa, y en caso de que el alumno respondiera que nunca la había ejercido en
su casa, con su familia, la pregunta de Platón siempre era la misma: “¿si no
sabes dirigir, administrar, llevar tu casa, quieres hacerlo en la polis?”
La función de la autoridad es crear y sostener la
convivencia, de modo que la discordia y la violencia estén ausentes. Y, para
ello, la única solución es “la ley” que obligue a…. (preceptos positivos) y
prohíba que…..(preceptos negativos).
“Ley” proviene del latino “ligare” (“atar”), en cuanto que
estamos ligados, “atados” a ciertas leyes, entre otras la leyes físicas,
biológicas, fisiológicas, y de las que no podemos desprendernos y, según otros
proviene de “legere” (“leer”), en cuanto
que las leyes no se inventan, sino que “se leen”, se descubren, porque ya
estaban allí, aunque “en-cubiertas”, “en-terradas” y lo que hace el científico
es “descubrirlas”, “desenterrarlas”.
Igualmente el hombre, ya no como ser vivo, sino en cuanto hombre,
al ser “social por naturaleza” está sujeto a unas “leyes naturales sociales”
(los Derechos y Deberes humanos) que deben ser concretados en leyes positivas,
humanas, que nunca deben ser opuestas a las naturales, y que son variables
según cultura, tiempo, lugar,…
Las leyes no son mordazas o prohibiciones, corsés, que sean
obstáculos para la libertad, en sí, no son un instrumento represivo del estado
(aunque en ciertas condiciones, de tiranía, puedan serlo) sino que es la
posibilidad social para poder vivir en convivencia.
La ley es como el camino seguro por el que se debe caminar y
seguir para no caer en la cuneta de la violencia, pero no puede uno andar por
él como le dé la gana, porque los demás también gozan del mismo derecho que tú
para transitar por él. Habrá que ir como lo ordene la ley: aquí hay un stop,
aquí no se puede adelantar, se debe camina por la derecha o por la izquierda,
de noche habrá que llevar un chaleco reflectante para poder ser visto por
otros,….
Si la violencia es “la fuerza y el poder sin medida”, la ley
es la medida que limita la fuerza y el poder. También los débiles tienen
derecho a caminar.
Es Platón quien habla:
“La ley no existe
para privilegiar a un grupo concreto, sino para el bien de toda la sociedad, y
para ello introduce armonía entre los ciudadanos por medio de la persuasión o
de la fuerza, hace que unos hagan a otros partícipes de los beneficios que cada
cual puede aportar a la comunidad”.
Una ley que en vez de mirar el “bien general” de la sociedad
buscara sólo el “bien privado” de uno o de un grupo, sería un “privi-legio”,
que debe estar ausente en la sociedad.
La ley, al asegurar la paz y la seguridad es un aval para el
hombre, muy distinto a la sucesión de guerras, guerrillas, revueltas,
insurrecciones, atropellos,…. tan frecuentes en la historia y que sólo se
explicarían por la finalidad de derrocar al tirano y a las leyes tiránicas que
ha impuesto.
Y cuando no puede llegarse a un acuerdo, tras el diálogo,
porque el diálogo no existe ni lo permite el tirano, el pueblo, la sociedad, se
levanta en armas.
La definición clásica de ley es “orden (no simple consejo),
racional (no irracional o supranacional), dirigida al bien común (no al propio,
al de uno o al de unos cuantos (que sería “ley privada), promulgada (y dada a
conocer) por quien está al mano de la comunidad (por la autoridad, por el
gobernante, no por un ciudadano cualquiera).
Al ser racional, la ley no se funda en el capricho ni en el
afán de poder del legislador sino en el descubrimiento de que esa orden es la
mejor para el bien de todos, que es lo que más y mejor conviene al hombre en
sociedad.
Tanto los poderosos como los débiles son igual de ciudadanos
y ello queda garantizado por la ley justa.
Se repite la misma solución que llevó en la esfera económica
a la fijación de pesos y medidas para el intercambio de bienes.
Un kilo o un Kilómetro tienen el mismo peso y la misma
distancia para todos, lo que facilitó el comercio entre los hombres.
Alguien se imagina que un kilo, aquí……o un Kilómetro
allá……tuvieran….
Cuando se consiguió que la ley fuese “escrita” eso supuso un
avance social.
Podríamos decir que, ahora y así, teóricamente, cualquiera
podría ser juez. Bastaría saber si la balanza y el metro son lo “justo”.
El Estado se expresa en la ley y la ley se convierte en rey
invisible que somete a los trasgresores de la norma e impide los abusos de los
más fuertes.
Al aceptar la ley, el hombre acepta sobre sí una medida
racional, no la violencia ni la arbitrariedad.
“Si la estabilidad social depende del respeto a la ley, el
pueblo deberá luchar por su ley como por sus murallas” – Heráclito dixit.
La muralla es la defensa contra los enemigos exteriores como
la ley lo es de los enemigos interiores.
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