domingo, 19 de enero de 2014

6.4.- EL SENTIMIENTO.


Quizá sea verdad –como leo- que Aristóteles, en un mal día, definió al hombre como “animal racional” y, desde aquel día, casi toda la humanidad, y todo Occidente, lo aceptaron  y siguieron (seguimos) repitiéndolo como papagayos.

Y me pregunto si no es más característico del hombre el “sentimiento” que la “razón”, si nuestro psiquismo no es más “sentimental” que “racional”, si nuestra conducta no está motivada más por los “sentimientos” que por la “razón”.

Me pregunto ni no tendría razón Pascal cuando sentenció: “el corazón tiene razones que la razón no comprende”.

Es clásica la división de los sentimientos en:

         1.- Sentimientos sensoriales, localizados somáticamente en partes concretas del cuerpo (como el dolor físico).

         2.- Sentimientos vitales (como el cansancio, el aplanamiento,…) con una localización somática difusa.

         3.- Sentimientos psíquicos (como la alegría y la tristeza), sin localización somática, que son “maneras de estar”, motivados por algo o por alguien, que los ponen en funcionamiento (¿por qué o por quién estoy alegre o estoy triste?

         4.- Sentimientos espirituales, que, más que “maneras de estar”, son “formas de ser”.

“Ser feliz” está en una escala superior a “estar contento”.

Como “hacer el amor” (1) no es el “enamoramiento” (2) y como el “amor humano” (3) no es el “amor místico” 4) de San Juan de la Cruz.

Estamos convencidos que son los sentimientos lo que mueven el mundo.

Lo hemos comprobado en nuestra vida cotidiana y en momentos extraordinarios e, igualmente, hemos experimentado cómo los razonamientos se han venido abajo cuando los sentimientos afloran.

Seguramente tuviéramos razón y deberíamos haber reprendido a nuestro hijo, pero su mirada, su sonrisa y ese beso nos ha dejado desarmados.

La razón, objetiva y cabal, nos aconseja un comportamiento que está basado en la reflexión y la experiencia.

Nos induce a comportarnos en función de lo más objetivo que podamos encontrar en nuestro interior, capaz de hacer que nos equivoquemos lo menos posible.

Cuando proyecta el hombre una situación, en realidad está haciendo un cálculo probabilístico de lo que puede suceder y por ello, presiona su meninge para encontrar la mayor cantidad de posibilidades.

Todo lo que podamos llevar preparado, racional y objetivamente, puede venirse abajo en cuanto una sonrisa o las dos manos juntas solicitando perdón, nos atraviese de parte a parte.

Al final, los sentimientos mueven más mundo que las razones. No digamos que las ideas.

El ser humano es un animal sentimental desde siempre, probablemente desde que descubrió que prefería mantener con vida a ese hijo con parálisis cerebral que, estando, no está, porque vive ajeno, aparte, a lo que la vida es.

Y sacrifica su vida, con la atención constante y continua, en vez de disfrutar, libremente, de la vida en sus múltiples aventuras.

¿Por qué?

El sentido de ese sacrificio es un “sentimiento”, porque “fría y objetivamente, “racionalmente” considerado, ¿para qué, si el hijo no se entera y la madre, alegremente, lo sufre?

Conductas humanas salvadas por un sentimiento, una sensación, un impulso irracional que en pocas ocasiones se emparentan con la lógica, racional.

Pero, ordinariamente, los sentimientos se mueven en el campo personal.

¿Es  que no hay “sentimientos colectivos”?.

Generalmente los objetivos generales suelen obedecer a “razones” pero cuando una colectividad se une alrededor de un “sentimiento” hay que echarse a temblar, porque irá más allá de un mitin.

¿Cuáles son los componentes políticos de los nacionalismos, sino “sentimentales” más que “racionales”?

Se sustentan en creencias que la propaganda política interesada se empeña en hacer ver como vigentes ahora más que nunca y que deben seguir instaladas y magnificadas.

Porque, por ejemplo, mientras los nacionalistas escoceses se decantan mayoritariamente por el “NO”, los catalanes lo hacen por el “SÍ”.

Los escoceses, en los estudios de opinión, sospechan (60%) que con la independencia perderán poder adquisitivo y sus bolsillos se resentirían.

En Cataluña, sin embargo, donde tanto se miran los dineros, no parecen tener ningún temor a ello, más bien al contrario, tendrían lo mismo que ahora y, además, como dejarían de estar “robados”… tendrán más.

De poco sirven los avisos de las autoridades europeas y de economistas y empresarios, menos o nada tintados de nacionalismo.

La cuestión identitaria (“un sentimiento”) parece estar por encima del pragmatismo secular del seny.

Un reciente estudio independiente echa un jarro de agua fría al bolsillo escocés, mientras que por estos lares, parece que estuviéramos dispuestos a pagar lo que fuera con tal de salirnos con la nuestra.

¿Puede meterse una cuña de pragmatismo en el ambiente sentimental? ¿Puede enfriarse y bajar la fiebre del sentimiento identitario? ¿Prima más el “sentimiento de pueblo con peculiaridades propias” que la fría y más objetiva economía previsible?

Hoy mismo J. A. Marina acaba de publicar un artículo titulado PATRIOTISMO.

“Es la pasión política más difícil de analizar.

Sólo en nombre de Dios se han realizado más actos nobles y más actos indignos que en nombre de la Patria.

Martha Naussbaum defiende un “patriotismo cosmopolita”, porque considera que el “patriotismo nacional” introduce un componente bélico.

Ningún argumento racional convencerá a un patriota, porque está movido por una energía “heroica”, “martirial” o “asesina” (las comillas son mías).

Es verosímil que se pueda condecorar justamente a una persona por patriota y condenarlo justamente por asesino”

(Y es verdad. En España tenemos cientos de ejemplares).

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