martes, 21 de enero de 2014

6.6.- UN POCO DE HISTORIA DE LOS SENTIMIENTOS.


 
El entendimiento conoce la verdad, pero es necesario que se sienta gratificado tanto cuando la conoce como cuando ha ejercitado una conducta correcta para llegar a ella.

Y lo contrario, la insatisfacción, con la falsedad y con el error.

Si, en la educación, se pone en funcionamiento el esquema conductual E-R, sobre todo de Skinner, el halago, el reconocimiento público, la alabanza, la palmadita en la espalda,… (Recompensas) hará que “se sienta bien” y tienda a repetirla.

Y al revés.

El sentimiento es una necesidad para estar motivado.

Las razones convencen al entendimiento pero no necesariamente estimulan a obrar.

El soldado, en un bombardeo, sólo puede mostrar valor si “se siente patriota” y se lo recuerdan, alabándolo, sus jefes.

En la Roma antigua, para estimular a los soldados, se les intentaba convencer, no con silogismos ni razones, sino con sentimientos como el “patriotismo”:  “Dulce et decorum (honorabilis) est pro patria mori”.

El orgullo de ser romano, de “sentirse” romano, patriota, infundirá el valor suficiente para luchar y, si es necesario, morir,

El animal sigue su instinto (igualmente el niño) pero un hombre no.

Si el hombre fuera un ángel o una bestia obraría, siempre, racional o instintivamente. Pero el hombre no es ni ángel ni bestia, participando de ambos.

Entre el instinto animal y el espíritu angelical se interpone el sentimiento.

El que el hombre sea racional (que lo es) no lleva a la conclusión de que “sólo es racional” (porque no lo es).

Igualmente si lo calificamos de “animal”.

Los sentimientos humanos van ligados al cuerpo, por lo que una vida sin sentimientos es antinatural.

Éste era el ideal de un Séneca, de los estoicos o de un Descartes: “Suprimid los sentimientos”.

La capacidad de conmoverse y exaltarse (sentimientos) pertenece a la esencia humana.

Ya Platón y Aristóteles estaban convencidos, y lo practicaban, que la educación se basaba en afianzar en sus alumnos los sentimientos adecuados ante una conducta, acostumbrándolos a que se sientan alegres, “se sientan bien” cuando su conducta ha sido correcta y que “se sientan tristes” ante conductas incorrectas, ilegales o inmorales.

Pero muy pronto se amplificó tanto la función racional que “los sentimientos” fueron calificados peyorativamente, como rebajando al hombre que, como es racional, sólo racionalmente debe obrar.

Hasta el punto que, tras el largo paréntesis de lucha entre la Razón y la Fe (relación con Dios) y ya no con el Instinto (relación con el animal). Descartes, el padre de la Filosofía Moderna, se atreverá a definir al hombre, ya ni como animal, sino como “cosa”, “res cogitans”.

Pero la pasión (un sentimiento) es sólo una enorme fuerza, con valoración inicial neutra, hasta que no divisemos hacía dónde, hacia qué meta va. Sólo entonces será digna de alabanza o de rechazo.

Apasionarse por ayudar y socorrer al otro, aunque sea distinto, no va a ser igual a apasionarse por matarlo o excluirlo, precisamente, por ser distinto.

Hume y Rousseau reivindican el papel fundamental de los sentimientos, siendo Kant el que a más altura los ubique en su Crítica del Juicio, en que afirma que “los sentimientos no son conocimientos sino estados subjetivos de placer o displacer (desagrado) que acompañan a todo conocimiento”.

Sin embargo, y coherente con su Ética Formal y Autónoma, proclamará no una “Ética del sentimiento” sino una “Ética del deber” y que no debe influir en la conducta.

Hay que obrar así o de la otra manera pero no porque te “guste más” (“sientas placer”), sino porque debes obrar así, “por deber”.

El placer no se busca pero acompañará a la persona cuando ésta obra éticamente bien.

Después de Kant, tanto el Romanticismo como el Vitalismo rezuman sentimientos.

La “afectividad” es la más radical función vital, con más valor cognoscitivo que la propia razón.

Amando, más que razonando, se conoce mejor al otro.

Y en la cima lo pondrá Nietzsche.

Igualmente el Existencialismo y el Vitalismo, al sentenciar que es la afectividad el a priori de todo conocimiento.

Max Scheler afirma que la percepción, captación, de valores, no se lleva a cabo vía cognoscitiva, sino vía emocional, afectiva.

Son los sentimientos los que descubren lo más valioso de la realidad.

Se da, pues, para Scheler, una función cognoscitiva de los valores a cargo de los sentimientos.

¿Una inteligencia sin sentimientos no sería como luchar sin fuerzas?

¿Y una inteligencia con sentimientos desbordados, desatados, no nos haría regresar a la naturaleza animal?

Nunca podrá una “Ética de los sentimientos” reemplazar a una “Ética apoyada en hábitos”, porque éstos constituyen la estrategia racional de afrontar la realidad, siendo, sin embargo, los sentimientos los que dan color, atractivo o repulsivo, a los objetivos/metas de esas conductas.

La tarea de la Razón no es suprimir los sentimientos, sino educarlos para sacarle el máximo provecho posible.

A través de/por la educación sentimental hábitos y sentimientos se compenetran.

Es la Razón la que debe distinguir y jerarquizar los sentimientos, alguno de los cuales quizá deba ser erradicado, mientras otros tendrán que reforzar.

Pero no es la fría y calculadora Razón Racionalista, sino la Razón Sentimental, que es la que debe llevar las riendas de los dos caballos del carro alado.

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