lunes, 28 de julio de 2014

8.- 36 DIOS Y EL CÉSAR


La Religión y la Política.
Dios y el César.
Los máximos representantes personales de lo religioso y de lo profano.
Cada uno de ellos exigirá, bien a sus fieles creyentes bien a sus ciudadanos/súbditos/esclavos, obediencia y sumisión así como reconocimiento y aportación económica para la administración, bien de los sagrado (la Iglesia) bien de los profano (los servicios públicos).
Uno impondrá sus órdenes bajo amenaza de castigo eterno, tras la muerte, el otro en esta vida con la pena capital, la privación de libertad o la confiscación de propiedades.

Cuando a Jesús, para algunos el Cristo (Dios), le lanzan la pregunta envenenada de si hay que pagarle el tributo al César (los que preguntan no lo hacen si hay que pagar tributos al Templo)…
“Envenenado” porque, respondiera lo que respondiera, afirmativa o negativamente, iba contra Él.
Si hubiera dicho que NO se le habría echado encima el poder político y si dice que SÍ se le habría echado encima el Sanedrín intentando hacerles ver a sus seguidores que no es Dios al someterse al César.
La respuesta es antológica: “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, saliéndose por los cerros de Úbeda y no respondiendo a la pregunta envenenada lanzada, no diciendo ni Sí ni No.
Y comprendo el orden de la respuesta, más segura que la contraria.

Lo normal es que el Estado/César lleve su camino y la Religión/Iglesia el suyo.
Pero la oposición es mala y/o peligrosa para ambos, así que  la norma ha sido: “vamos a llevarnos bien”, que es lo mejor para los dos. Tú me apoyas y yo te apoyo.

De mis tiempos de monaguillo, en los años 50, recuerdo la misa, en latín y de espaldas al pueblo, la súplica diaria de aquellos sacerdotes era: “Pro duce nostro Francisco” (Franco) y Francisco (Franco), a su vez, además de entrar en la iglesia bajo palio, devolvía privilegios varios y eximía de obligaciones que tenía el pueblo llano (el servicio militar, no poder ser juzgado por un tribunal civil, sino eclesiástico, entre ellos, estar presente (curas castrenses) en el ejército, formar para de la Cortes, exención de tributos, ayudas económicas,…

Así, la Autoridad civil, con la fuerza pública, controlaba y castigaba la conducta exterior de los súbditos y, mientras, la Iglesia controlaba las conciencias, desde la catequesis infantil, cuando más y mejor se gravan las enseñanzas, de manera que la mala acción, por lo general, era delito a la par que pecado, peligro de muerte o de cárcel o peligro de castigo eterno.

Cuando “se llevan bien”, por lo general, una religión se convierte en Religión Oficial del Estado, es decir, el subsistema religioso forma parte fundamental del sistema general del Estado, porque la religión se convierte en “un” vínculo (si no “el” vínculo) principal de la sociedad.

Es, entonces, cuando la práctica pública de la religión se constituye en un deber de ciudadanía.
A esta imbricación se la denomina “religión política” o “religión civil”.

El día 18 de Julio fue, hasta mis treinta y tantos años un día festivo total, en el que se multaba por trabajar en las labores del campo, al ser fiesta civil y religiosa.
La mejor ilustración histórica de Religión Civil es, sin duda, la romana.
Ningún estado ha sido tan piadoso, tan religioso como el romano, aunque, también, existía un culto privado, doméstico, pero fue, sobre todo, Religión del Estado, asunto público.
Cuando los emperadores romanos asumían, prácticamente, todos los poderes, antes dispersos en distintas magistraturas de la República, obtendrán también las funciones de “sumos pontífices” de la religión imperial romana.
Literalmente, “pontí-fice” (pontus facere) es el constructor, el que hace/ordena hacer los puentes entre una orilla y otra de un río.
(Cuando, tiempo después, sea el Papa el “sumo pontífice” el puente será entre la tierra y el cielo)

Incluso el propio Augusto y algunos de sus sucesores, después de su muerte, serán elevados al rango de dioses (hoy son canonizados, como ayer mismo, los fallecidos Juan XXIII y Juan Pablo II, santos, intercesores, intermediarios), siendo objetos de un culto oficial que era, al menos en sus inicios, sinceramente religioso.

El romano Terencio Varrón distingue entre Teología Mística (mitos e historia de dioses), apta para el teatro y la poesía, Teología Racional (la de los filósofos) y una Teología Política o de los dioses del Estado.

¿Qué de extrañar que, en los primeros siglos, la profesión de fe cristiana fuera contemplada como delito público en el contexto de la religión oficial romana y padeciera persecuciones por parte de ciertos emperadores?
Pero, posteriormente, con y tras Constantino y el Edicto de Milán y con Teodosio y Justiniano, el cristianismo vendría a substituir a la religión romana en el papel de Religión del Estado, y así seguiría durante muchos siglos y siendo perseguidores de…. ellos que habían sido perseguidos por…

En España, incluso, con el Nacional-Catolicismo, y desde el mismo año 1.936, bendiciendo a los ejércitos golpistas el Cardenal Segura, y dándole al golpe de estado contra el régimen republicano votado por el pueblo, con el nombre de “Cruzada” (rememorando tiempos medievales y contra los musulmanes).
Y así, hasta el 1.976, y ¡ay de aquel al que, públicamente, se manifestase en contra!

Otro ejemplo de Religión del Estado es Japón y el shintoísmo, originariamente practicado por la casa imperial japonesa y que, posteriormente, sería arrinconado por el budismo y el confucionismo, importados de China a partir del siglo VI.
En el siglo XVIII, un grupo de intelectuales japoneses se propuso un renacimiento nacionalista cultural y religioso, que significaban la emancipación respecto a la tutela e influjo de la cultura china.
Como parte de la recuperación de la identidad japonesa propugnan el retorno del shintoísmo primitivo, que se produce con la revolución de 1.868 y, de nuevo, los emperadores japoneses, que durante 250 años habían abdicado de sus responsabilidades de gobierno en los regentes o shoguns, que la ejercerían tres familias desde el siglo XII hasta el XIX, el “shogunado”.
Con la restauración del poder imperial, el shintoismo pasó a ser la religión oficial de Japón y la práctica de su culto fue un deber patriótico, por lo que las otras religiones fueron perseguidas.
Tras la segunda guerra mundial se restablecería la libertad de cultos.
En las exequias del primer nuevo emperador, etapa Meijí (en que el Japón se moderniza), en 1.912, uno de sus generales se suicidó ritualmente junto con su mujer, en un harakiri que, en pleno siglo XX, reanudaba la vieja costumbre shintoísta de que el emperador fuera a la tumba acompañado de sus inmediatos familiares y sirvientes.
El harakiri consiste en un suicidio ritual japonés por motivos de honor o duelo y que consta de dos partes: el suicidio mediante una incisión de espada en el vientre y la decapitación del suicida.


(P.D. Como, en otro lugar, hemos expuesto, las guerras de religión no fueron, precisamente, sólo ni sobre todo, por motivos religiosos).

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