lunes, 27 de octubre de 2014

LOS HOMBRES Y LOS DIOSES.



Seamos sensatos y pensemos con el cerebro.
No ha sido Dios quien ha creado a los hombres a su imagen y semejanza, sino que han sido los hombres quienes han creado a sus dioses según sus necesidades, sus deseos o sus temores para poder “ser felices” o, mejor, para ser “menos infelices y librarse de los miedos”

Los primeros hombres eran, todos, unos seres asustadizos ante los fenómenos de la naturaleza, que tenían que soportarla sin saber cómo ni por qué ocurría así; asustadizos ante una enfermedad, ante la fecundidad… cuyos fenómenos ocurrían pero no sabían por qué ocurrían.

Los hombres se sentían impotentes tanto ante una sequía como ante una avalancha de agua, por eso crearon al “dios de la lluvia”, para pedirle que lloviera cundo no llovía o para que dejara de llover cuando llovía demasiado, y él nada podía hacer.
Imaginaos que se lo pide a ese dios y funciona, llueve o deja de llover, según su petición.
Automáticamente asociará, psicológicamente, ambos fenómenos, “rezar” y “ocurrir” así que…y si, de inmediato, no ocurre seguirá insistiendo hasta que ocurra (porque, antes o después, ocurrirá: “siempre que ha llovido, ha descampado”), por lo que la asociación causal de fenómenos seguirá, cada vez más asociada.

El agua, pero también la salud y la enfermedad, el hambre y la sed, los hijos, la muerte, el rayo, el trueno y la tormenta, la guerra,…
Los hombres irán creando sus respectivos dioses.
Son dioses al servicio de los hombres, y si elevan oraciones, hacen sacrificios, promesas,… no es para una vida superior, en el más allá de la muerte, sino para estar mejor, más felices, aquí en la tierra.
No sólo quieren vivir, quieren vivir bien y muchas veces poder hacerlo no está en sus manos.
Dan el salto a la creación de dioses y a la creencia en ellos ante el misterio que los rodea y no comprenden.

Pero los primeros dioses fueron “diosas”, comenzando por Gea, la diosa tierra. Después las diosas de la fecundidad, de los campos, de la naturaleza,…

PERO, ya los griegos comenzaron a transformar las “diosas”, femeninas, en “dioses” masculinos, comenzando por los dioses de la guerra.
Y en una sociedad androcéntrica todo se vuele androcéntrico y varonil, hasta las diosas.

El monoteísmo acabó de rematar el proceso.
Nada de “dioses”, un “solo Dios” Omnipotente, Infinito, Eterno, Omnisciente, Omni…Todo.

Sin embargo quedaron vestigios de las diosas y a María, la madre de Jesús, se la venerará como una diosa, a la que dirigirse directamente, sin pasar por Dios alguno.

Aquellos dioses primeros, al contrario de los Dioses del Monoteísmo, nunca crearían infiernos para castigar a los malos ni cielos para premiar a los buenos, tras la muerte.
Aquellos primeros dioses eran terrestres, beneficiosos y no jueces.

Hoy, cuando tanto se habla de religiones, habría que recordar que “la religiosidad es demasiado importante para que pueda caber en una religión”, y, menos aún, en una Iglesia.

Además, ¿por qué vamos a necesitar mediadores externos para conversar con el dios interior de cada uno?

Y eso ya lo había dicho Jesús de Nazaret a la samaritana: “llegará la hora en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad”, es decir, no hay que tratarlo con alguien ajeno a uno mismo, ni tener que ir a ningún templo a pedírselo. Lo hará desde su interior, éste es el nuevo templo de cada uno.

El proceso ha sido: primero se dialogaba directamente con los dioses, después a través de mediadores, como los magos, hechiceros,…hasta que llegaron las Iglesias, totalmente jerarquizadas, con personas consagradas, especializadas en el asunto y que, para calmar la culpa de los creyentes se metían en un confesionario y como malos terapeutas, produjeron más problemas psicológicos de los que se pretendía resolver.


Las religiones son como las monedas, con sus dos caras, una puede llevarte a la psicosis y destrozarte en vida, la otra puede elevarte hasta el goce místico.

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