lunes, 4 de mayo de 2015

EL DÍA DE LA MADRE: SEGUNDA CARTA



QUERIDOS PADRES (Y SOBRE TODO TÚ, QUERIDA MADRE).

Aunque físicamente en otro nido, más o menos lejos del antiguo hogar; aunque me haya ido, tú sabes que no me he ido del todo, porque tú, madre, siempre estás presente, cada momento, en mi mente.

Y me pregunto, ante cualquier estado, cómo lo harías tú, cómo reaccionarías, qué solución le darías, sabiendo que no vas a incomodarte si te llamo por teléfono a cualquier hora del día o de la noche.

Ahora, desde mi maternidad, deduzco todo lo que tú tuviste que hacer por mí, todo lo que por mí tuviste que pasar y de lo que nunca fui consciente.
Porque yo, ahora, me desvelo de noche y le doy vueltas a la cuna y/o a la cama de la habitación de al lado para ver si está desarropado, porque no quiero que se me resfríe, y tú, también tuviste que hacerlo, y nunca fui consciente de ello.

Y hay días que no me acuesto en mi cama, sino en una silla, vigilando la temperatura de mi niño, no vaya a ser que….y tú también…y nunca fui consciente.

No busco nada en mi niño, porque me veo retratado en él, pero si me regala una sonrisa quedan saldados todos los desvelos, es una bonoloto sucesiva diaria, y si, además, en su balbuceo, con su lengua “aprendiza”, me suelta un “mamá”, es el gordo de la primitiva y surgen en mí instintos “filiófagos” (palabro, pero muy significativo) y me dan ganas de comérmelo a trozos.

Verlo dormir es el surgimiento del éxtasis. Una se va porque tiene que irse, pero allí me quedaría, en la fruición.

¿Recuerdas, mamá, cuando le cambiabas el pañal a la pequeña y lo mal que olía? ¡Qué pestazo! –repetía yo uno y otro día. Pues ahora, mamá, los pañales de mi niño no me huelen mal, incluso hasta bien, debe ser porque son de mi niño.

Y si se mea en la bañera, en cuanto los pies tocan el agua, lo interpreto positivamente, como algo beneficioso, un plus de urea para el cuerpo.

O ahora me peleo con ellos, a diario, para que dejen recogida su habitación y deje de ser una leonera, como tú, también,…

Y empleo mucho tiempo en la cocina, preparando esa comida que tan buena te salía a ti y que, a pesar del entusiasmo que le pongo, no me sale tan rica como la tuya (y eso que me das la receta, pero que no me sale)

Y ahora sé qué estás ahí, al otro lado del teléfono, descolgándolo antes de que suene tres veces, para oírme y escucharme, para responderme, para aconsejarme, para acompañarme, para recoger a mi niño del cole y darle la merienda…para…cualquier cosa que te necesite.

Y ahora veo cómo se te cae la baba cuando coges a mi niño que, también, es tu nieto.
Y, aunque a veces, me cabree y piense, incluso diga, que “me lo estás malcriando o maleducando o deseducando” comprendo que los abuelos los educáis de otra manera, de manera diferente.

Y ahora comprendo por qué, lo que para mí era mi casa, para ellos es “abuelilandia”.

Y ahora, cuando te he hecho abuela, es cuando más te estimo como madre, porque sólo ahora soy consciente de qué es ser madre.


Y es que los hijos, cuando abandonan el nido, nunca dicen “adiós”, sino “hasta en cualquier momento, mamá”.

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