martes, 30 de junio de 2015

JESÚS DE NAZARET (15) ¿QUISO FUNDAR UNA IGLESIA?


Ni una Religión, ni una Iglesia. Rotundamente, y desde el principio, NO. No quiso. Eso fue obra de otros, mucho después.
Aunque la Iglesia Oficial siga convencida y predicando que fue fundada por Jesús a través de sus apóstoles.
Lo que no puede negarse es que, hoy día, el cristianismo es una nueva religión, como lo es el judaísmo, el islamismo o el hinduismo.

Muchos modernistas, al negarlo serían perseguidos y condenados porque, para Roma, nunca existió esa duda y sentenciaba que Jesús había fundado la iglesia sobre Pedro, a quien dio el poder de gobernarla y el “don de la infalibilidad” para no errar en su contenido.
Así que, si es “infalible”, quien no admita lo que la iglesia dice será un hereje y lo dicho una herejía.

Y el hecho de que no hubiera sido fundada no merma el hecho de la importancia que dicha institución religiosa y, en general, el cristianismo ha tenido y tiene en la historia, sobre todo en el mundo occidental.
Hoy se admite que ha sido el fruto de las primeras comunidades cristianas y de la concepción religiosa de Pablo, a quien, en general, es considerado “el verdadero fundador del cristianismo, tras haber hecho que el cristianismo primitivo, tan ligado, lógicamente, a la sociedad judía se separara de esas sus raíces judías originales”.
Precisamente, a Pablo se le llama “el apóstol de los gentiles” (de los no judíos).

Jesús nunca tuvo en mente fundar una Religión nueva, distinta de la que él había practicado y vivido en su familia, y menos una Iglesia organizada, como lo es hoy la Iglesia Católica.
Y si lo hubiera querido no sería, ni en la forma ni en el fondo, como está organizada, tan piramidalmente, como una monarquía absoluta, con el voto de obediencia al superior en la escala, gozando el primero de “infalibilidad” y con la sede central, el Vaticano, cuyo estilo está copiado del de los emperadores romanos.

En el siglo XV, Santa Rita de Casia, la abogada de las causas imposibles, de los casos desesperados, criticó duramente los excesos de una Iglesia preocupada más por los ricos y poderosos que por los desheredados, contaminada con/por los poderes mundanos y políticos.
Una Iglesia rica, llena de privilegios otorgados por los poderosos y muchas veces intransigente e inquisitorial.

“Si Cristo volviera” era/es un pequeño libro, de apenas 18 páginas, y que leí en mi adolescencia, y en el que se reflejaba la perplejidad de Jesús al visitar a su representante o Vicario, en el Vaticano, rodeado de lujo y magnificencia, él que había llamado bienaventurados a los pobres, a los hambrientos,…
Si Cristo volviera, decíamos nosotros, no sería cristiano.

Esta dinámica desde las primeras comunidades cristianas (a las que se les ha llamado el “primer comunismo”) hasta el boato y el lujo actual comenzaría ya en sus orígenes, cuando dejó de ser una secta perseguida por los emperadores romanos y pasó a ser la religión del Estado del Imperio Romano, quien la cubrió de privilegios y prebendas (Constantino y Teodosio)

El banquete imperial, pantagruélico, que se celebró tras el primer gran concilio, el Concilio de Nicea, en nada desmerece de los banquetes imperiales de todos los tiempos cuyos invitados por el Emperador son los obispos participantes, todos ellos masculinos, que comen reclinados en lechos, en compañía del propio Emperador y que esperan ser servidos por otros.

De la pobreza a la riqueza, de perseguidos a perseguidores, de siervos de Dios a señor de los hombres, de la catacumba a la catedral, de
 la caridad a la usura,…

¿Qué intentó, realmente, Jesús cuando rodeado de un puñado de varones y mujeres, de gente sencilla, comenzó a meterse con la élite religiosa y a criticar algunos aspectos de la religión judía, anunciando un “nuevo Reino”?.
No era, por supuesto, lo que la Iglesia católica da por supuesto: el anuncio de una nueva Religión y una nueva Iglesia, sino el anuncio de la exigencia de una superación de la vida religiosa que mamó de sus padres y que reinaba en el pueblo judío.

“Superar lo que hay” no es “fundar algo nuevo”.

En este intento de “renovación y superación” intentaba poner en el centro de la misma la dignidad del hombre, el “espíritu de la ley” y no “la letra de la ley”. El “sábado para el hombre y no el hombre para el sábado”.
Además con espíritu universalista y no particularista. Era para el futuro y para todos y no para el presente (arrojar a los romanos de las tierras de sus padres) y para algunos (el pueblo judío).

¿Era ésta una idea nueva, inventada por él o estaba enraizada en las Escrituras?

Pero el proponía a un Dios Padre en contraposición a un Dios Juez del Antiguo Testamento, un Dios de la compasión frente a un Dios de la venganza, un Dios no del “ojo por ojo” sino el Dios que se alegra cuando ve el retorno del hijo pródigo.
Pero este mensaje ya estaba en Isaías, cuando afirma que “Dios es más compasivo que una madre” (prototipo del cuidado y del amor) y que si una madre, alguna vez, puede abandonar a su hijo, Dios nunca lo haría.

En el pasaje del coqueteo con la samaritana que iba a sacar agua del pozo de Jacob (y que hemos comentado en otra parte) y con la animadversión, no sé si odio, entre judíos y samaritanos (considerados por los judíos “paganos al no reconocer la religión de Israel”), cuando va camino de Galilea, ante la provocación de la mujer de que sus antepasados habían adorado a Dios en aquel monte, mientras que los judíos decían que había que adorarlo en el templo de Jerusalén, dos iglesias disputándose el lugar de culto de Dios, Jesús sentencia al momento: “Créeme, mujer, se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre…Llega la hora, y ya estamos en ella en la que los verdaderos adoradores adorarán en espíritu y en verdad”.

Si estas palabras fueran históricas, en la religión que propone no van a tener importancia alguna los lugares físicos de culto y adoración.
En esa nueva religión que propone, ni en iglesias, ni en templos, ni en catedrales, sino dentro de sí mismo, en el corazón, en ese gran templo interior, que es lugar en el que mejor va a encontrase uno con Dios.

Una “religión del corazón” sin necesidad de lugares externos.

Una crítica al Templo de Jerusalén y una mayor crítica, hoy, a esa majestuosidad de iglesias y catedrales, de palacios episcopales.

¿Iba a tener Jesús, ante estas declaraciones, intención de crear una iglesia que le quitaría el oro a los pobres para enriquecer sus templos?

¿La disputa de si la Basílica de San Pedro debe ser la que más extensión tenga y ninguna otra catedral puede superarla? (como me cuentan los sevillanos, que los papas no permitieron que la catedral de Sevilla se construyera según lo proyectado, porque rebasaría en extensión a la de San Pedro

Uno se pregunta qué diría Jesús, si volviera, ante tal aberración.
¿Cogería el látigo otra vez pero ahora para correr a obispos y cardenales, a los pastores espirituales?

Pero si eso es así, respecto al lugar de culto, al dónde, ¿qué decir del qué, de la doctrina?

Bonhoeffer, el teólogo protestante, que murió en un campo de concentración nazi, dejó escrito que “Jesús no llamó a una nueva religión, sino a la vida”
Para Jesús, la verdadera religión era la vida, la forma de vivirla, la forma de comportarse con los demás.

Y, sin salir de nuestra España, nuestro teólogo Juan José Tamayo, afirma que “Jesús fue un creyente judío, sincero, radical, que frecuentaba las sinagogas, donde oraba y predicaba, que participaba en las fiestas religiosas de su tiempo y que no hizo otra cosa que introducir correctivos de fondo en la legislación y en las instituciones religiosas, proponiendo una “concepción alternativa de la vida religiosa, orientada a la liberación integral del ser humano.

Hoy diríamos que Jesús vino a liberar a los hombres del peso de las religiones, empezando por la suya, la judía, que imponía a la gente “pesos que no podían soportar” y que, quienes los imponían, eran los primeros en desentenderse de ellos.
No creo que estuviera en su mente la fundación de una nueva religión, con unas nuevas estructuras, que, como toda religión, haría cargar sobre los hombros de sus fieles pesos que ni ellos mismo podrían soportar.
La religión, toda religión, ahoga la espontaneidad, hay que rezar de rodillas, con la cabeza descubierta (o con velo las mujeres), con ropa no provocativa, siguiendo la orden del oficiante, rezando esta o aquella oración, tales días a tales horas y en tales sitios…
Los cultos y los ritos de toda religión, de cualquier religión, acaban siendo una esclavitud, mientras que la verdadera espiritualidad, la religión del corazón, es liberadora de cadenas.

No hacen falta sacrificar animales ni dar dinero al templo para conquistar la benevolencia de Dios.
Jesús proponía un nuevo tipo de relación personal del hombre con Dios, sin necesidad de sacrificios (no dejaba ayunar a sus discípulos) como si se tratara de un Dios sediento de sangre y de dolor, sino de un Dios del amor en el respeto a todo y a todos, y no sólo a los privilegiados y poderosos.

¿Sufrir por qué, para qué? ¿Desde cuándo el sufrimiento es un mérito ante Dios? ¿Es que Dios es un sádico que disfruta con el dolor de sus fieles y que sirve de mérito para la vida eterna? ¿Es que a Dios le agrada el humo, el fuego y el olor a quemado de animales? ¿Qué tipo de Dios sería ese al que adorar?

“Adorar a Dios en espíritu y en verdad”, ese es el mensaje y, para eso, son innecesarias las religiones.

Quizá la nueva religión que Jesús propone sea la no-religión, la ausencia de toda religión, porque el mensaje es humano y universal. Mensaje en el que los privilegiados tienen que ser los excluidos (los pobres, los parias, los despreciados, los humillados por el poder…) por ser los que ocupan el lugar privilegiado de ese Dios Padre.

¿Qué pasó, entonces, para que este puñado de ideas revolucionarias, sencillas y universalizables, acabaran convirtiéndose en una nueva Iglesia institucionalizada, a la manera, o más, de la sinagoga judía de hace 2.000 años?

Los avatares posteriores de esas revolucionarias ideas, a lo largo de la historia esconden el secreto de por qué se ha llegado donde se ha llegado si se partió de donde se partió.
¿Sería porque las primeras comunidades cristianas no tuvieron pretensiones de orden político y casi ni sociales, sino, más bien, espirituales y místicas y, posteriormente, la querencia al poder, la contaminación política, fueron difuminándolas hasta hacerlas desaparecer, e imitando en todo al poder romano, desde las catedrales y palacios, copias de las residencias imperiales, las vestimentas papales, cardenalicias y episcopales, imitaciones de la clase política romana, la forma de vivir (no de exigir a sus fieles) como vivían los reyes y demás jefes políticos, la exigencia de diezmos y primicias, religiosos, copia e imitación de los impuestos civiles,…

Jesús (y menos Cristo) nunca habría aprobado una iglesia institucional como la que, hasta hoy, se denomina “cristiana”

Aunque haya quien siga considerando a Jesús como un revolucionario político-social, simpatizante con los movimientos de liberación, como los zelotes, los guerrilleros de su tiempo, que creía que Dios iba a liberar a Israel del yugo de los romanos.

Es lo que tiene un personaje como el de Jesús, las muchas lecturas que pueden hacerse de él.

También es verdad (y hoy se sabe) que el judaísmo del tiempo de Jesús no era un bloque uniforme y monolítico, sino que estaba contaminado (¿) con el mundo griego.
En él pululaban movimientos mesiánicos y políticos de todo tipo, por lo que no sería raro que, también, las ideas de Jesús estuvieran entrelazadas con dichos movimientos, que iban desde los más radicales y políticos (los zelotes, nacionalistas y antirromanos)  a los más espiritualistas (como el de los esenios de Qumrán). Algo que se nota en la composición del mismo grupo de Jesús, por lo que, a veces, interpretaban de manera distinta las palabras y las acciones del Maestro.
También, pues, las primeras comunidades cristianas tirarían hacia un lado o hacia otro en la interpretación de la doctrina de Jesús aunque, hay que recordar que, todos dieron su vida en defensa de la fe en Jesús, hasta Judas Iscariote, suicidándose.
Por ejemplo, la disputa entre los mismos apóstoles sobre si los judíos convertidos a Jesús, al que consideraban el nuevo Mesías anunciado a Israel, debían o no circuncidarse, seguir o no seguir los ritos judaicos y frecuentar o no frecuentar la sinagoga.

EL GNOSTICISMO

La doctrina de Jesús fue interpretada de muchas formas, de ahí que alguna de ellas fuera considerada herejía (desviación) de la verdadera doctrina, que era la predicada por Pedro y Pablo, por ejemplo el “Gnosticismo”, que tanta importancia tuvo en el cristianismo primitivo durante el siglo I.
Hubiera quedado relegado al olvido, tras la persecución que sufrieron sus seguidores, de no haberse descubierto al final de los años 40, la famosa biblioteca gnóstica de Nag Hammadi, en Egipto, en la que se hallaron los famosos 5 evangelios gnósticos (el de Tomás, el de los Egipcios, el de la Verdad, el de María y el de Felipe).

El Gnosticismo era una mezcla de filosofía y de religión que intentó injertarse y conciliar su doctrina con la del naciente cristianismo, creando una doctrina ecléctica basada sobre todo en el pensamiento y que sería como la primera elaboración teológica del cristianismo.
Pero esta filosofía era anterior al cristianismo y su importancia radica en que intentó injertarse en la nueva religión, nacida de las raíces del judaísmo, dando lugar a un tipo de religión ecléctica que se había apoderado de la doctrina de Jesús para interpretarla a la luz de sus ideas.
Se veía, pues, venir el duelo entre ambas corrientes, la gnóstica y la apostólica, con el resultado ya sabido.

Los gnósticos eran esotéricos. Veían a Cristo no como hijo del Padre, sino como emanación del Pneuma o Espíritu del Padre.
Tanto el evangelio de Juan, como el Apocalipsis, como las cartas de Pablo, están cuajadas de términos gnósticos: Pléroma (plenitud), Aeon (emanación), Archonte (corona o dignidad), Adonai (imperio), que es el décimo Sephirot de la Cábala o fuego consumidor.

Los Gnósticos también están presentes en muchos de los evangelios apócrifos: El Libro de la Ascensión, de Elías, el Evangelio, de Nicodemus.

Gnóstico fue Valentín, egipcio, siglo II, que vivió en Roma, y hasta se le atribuye un evangelio, fue uno de los primeros doctores de la Iglesia y casi fue elegido Papa y que, si hubiera sido elegido, hoy los evangelios considerados inspirados podrían haber sido otros y no los actuales.

El Cristianismo acabó con la Gnosis siendo emperador Teodosio, siglo IV, que ya era visto con buenos ojos desde Constantino, y que se convirtió en la religión oficial del Imperio. Esto más los privilegios concedidos hizo que se llevara a cabo la persecución de todo tipo de herejía.
Es en ese momento cuando comienza el calvario de los Gnósticos y cuando los Obispos ordenan a los monjes que quemen todas las obras que contengan herejías contrarias al cristianismo oficial.
Pero muchos de los monjes, que ya eran críticos con algunas actitudes de la jerarquía eclesiástica, en vez de quemar aquellos manuscritos gnósticos, los enterraron, lo que hizo posible que hayan llegado hasta nosotros.

Y quizá algunos elementos de la doctrina de Jesús, que no pasaron a los evangelios canónicos, podrían ser gnósticos.

Los Gnósticos, que eran místicos, no creían ni en la resurrección ni en los sacramentos.

Pablo se enfrentó con los gnósticos, que habían influenciado a los cristianos de Corinto, a quienes Pablo considera seguidores de un Jesús diferente del que él predicaba.
El Jesús de estos cristianos, como el de los gnósticos, es un personaje espiritual, más que terrenal, le negaban valor alguno a la muerte en la cruz y, como hemos dicho, no creían en la resurrección, le daban poca importancia a los sacramentos y mucha a las experiencias místicas.
Un Jesús, pues, muy opuesto al de Pablo que fundó su teología en el Jesús crucificado y en su resurrección con el mismo cuerpo que tuvo en vida.
“Si Jesús no resucitó, vana es nuestra fe”.

Enfrentamiento, pues, entre dos teologías, dos visiones de Jesús y de su doctrina, pero que sería la de Pablo la vencedora, siendo la gnóstica condenada y proscrita.
Por ello se ha hecho difícil saber si en dicha teología condenada a la hoguera existían o no elementos incluso más primitivos e históricos  sobre Jesús que en el cristianismo de Pablo, que se impuso como religión oficial.

Con todo esto la pregunta sigue: ¿Quiso Jesús fundar una iglesia o, entre unos y otros, se la fueron fundando, con la pugna entre diferentes pensamientos filosóficos y teológicos que se fueron mezclando, que lucharon entre sí por su hegemonía y que acabarían configurando el actual cristianismo?

Ante este variopinto panorama es difícil imaginarse que Jesús transmitiera a sus apóstoles la base de la iglesia que él quería fundar, porque no había una base, sino varias, y en pugna, en competencia.

Las primeras comunidades cristianas, que estaban conformadas de judíos, con los apóstoles, poco tienen que ver con una nueva religión y una nueva iglesia, sino con un judaísmo renovado, y observaban las leyes judías, los rituales y normas de higiene judíos y todas las prescripciones judías.
Todos estaban circuncidados y todos frecuentaban regularmente los cultos de la sinagoga.
Los primeros cristianos, pues (que serían llamados así bastante tiempo después y que esa palabra sería considerada como un insulto y desprecio por parte de los romanos) comenzarían a cuestionarse, para diferenciarse de los judíos, si prescindir del cumplimiento de alguna de las leyes judaicas, como, por ejemplo, la obligatoriedad de la circuncisión y de los rituales higiénicos.

Más que seguidores de una nueva religión eran seguidores de Jesús de Nazaret que había dicho que su misión no era abolir la ley judaica de Moisés, sino “perfeccionarla”.
Seguir a Jesús no era seguir a un profeta más, sino seguir al Masías que había sido anunciado por las Escrituras.

Los primeros cristianos, judíos, no eran igual que los posteriores cristianos, griegos, y a los que Pedro quería que se circuncidaran antes de entrar en el cristianismo. Lo que muestra que para los primeros cristianos el cristianismo no era más que un judaísmo que se abría a los gentiles.

La verdadera ruptura se produce con el judío fariseo Pablo que, de perseguidor, se convierte en un apóstol más, dando un revolcón al judeo-cristianismo, al que acabaría separando de sus raíces originales judías.
La Iglesia cristiana, pues, tiene y le debe más a Pablo que a Pedro y es más griega y aristotélica que judaica, muy diferente, pues, del pensamiento primitivo de Jesús (aunque lo judaico ha permanecido adherido más o menos fuertemente a lo largo de la historia, para bien o para mal.

El primer cristianismo, pues, compuesto por judíos, no era muy diferente del judaísmo. Era una rama de la religión judía del segundo templo, tan legítima como podía serlo la de los fariseos, los saduceos o los sectarios de Qumrán., de ahí su constante referencia al Antiguo Testamento.

Lo más señalado del cristianismo, entonces, sería que los gentiles podían ser cristianos sin ser primero judíos.
El entusiasmo de los apóstoles en su predicación tras la muerte de Jesús, se lo atribuían a estar imbuidos por el Espíritu que les era enviado por Jesús, ya resucitado. Esto sí era novedad (porque todos los profetas anteriores también decían que el Espíritu había descendido sobre ellos).

En estos primeros momentos, ningún indicio de estar formando o querer formar una nueva Iglesia jerarquizada, cuando ni siquiera existía el mecanismo para la sucesión de los doce apóstoles.
La jerarquía era la posesión de más y mejores dones recibidos del espíritu, que se manifestaría en tener más o menos carisma, ser más o menos santo.

Fue ya en el siglo II cuando el carisma cede ante el poder, que se impone y empieza a residir en los obispos, que se constituyen en sucesores de los apóstoles.
Un poder totalmente masculino y en el que las mujeres, que tanta importancia habían tenido, quedan relegadas.
Un poder copiado del del Emperador romano, pero ahora religioso, jerarquizado y con la obediencia al superior en la jerarquía.

De darle mayor o menor importancia a un apóstol o a otro saldrían los Patriarcados, al principio con idénticos poderes hasta que se hace con la primacía el de Roma, con la sucesión de Pedro (los Papas, que copian a los Emperadores).
Pero la tirantez entre los Patriarcados se acentúa sobre todo tras otorgarle al Papa de Roma la infalibilidad pontificia y, por tanto, un poder real y concreto sobre todos los demás patriarcados (Jerusalén, Alejandría, Antioquía y Constantinopla)

¿Pensó, soñó Jesús en fundar una iglesia como la que estaba surgiendo o todo fue obra de los seguidores posteriores, tanto su aparición como la estructura que está dándosele?

Y, la segunda pregunta: Si Cristo volviera a la tierra, ¿reconocería como suya o como inspirada en lo que el predicó, a la Iglesia y su Vaticano?


La Iglesia, aunque se diga que fue fundada por Jesús, en realidad, es la heredera de una fe que fue construyéndose a lo largo de los siglos sobre los frágiles pilares de una verdad histórica, sobre su mito y sobre los dogmas por ella creados.

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