sábado, 1 de agosto de 2015

MARÍA MAGDALENA (15) LA FUNDACIÓN DEL CRISTIANISMO.



He dicho y repetido, en infinidad de ocasiones, que si no distinguimos entre “Jesús” y “Cristo” y entre “Iglesia” y “Cristianismo” estamos condenados a ahogarnos en un galimatías.

Se pregunta Hans Küng en el capítulo primero, “Los inicios de la iglesia”, ¿Fundada por Jesús?,  de su obra La Iglesia Católica y se responde él mismo que, “en el breve tiempo de su vida pública (máximo tres años, o tal vez sólo unos meses) Jesús no pretendía fundar una comunidad separada y distinta de Israel, con su propio credo y su propio culto, ni fomentar una organización con una constitución y una jerarquía, y mucho menos un gran edificio religioso. NO, Según todas las evidencias Jesús no fundó una iglesia en vida.
Pero –continúa- debemos añadir, inmediatamente, que SÍ se formó una iglesia, en el sentido de comunidad religiosa, distinta de Israel, inmediatamente después de la muerte de Jesús”

Y aquí entra la Magdalena.

Si el cristianismo primitivo hubiese seguido el rumbo de los primeros treinta años después de la muerte de Jesús, con mucha probabilidad María Magdalena podía haber sido considerada la fundadora e inspiradora de la secta que seguía las enseñanzas de Jesús de Nazaret.

En sus comienzos las mujeres tuvieron protagonismo en los primeros movimientos religiosos y, sobre todas ellas, la Magdalena, más que los mismos apóstoles.

El papel fundamental de las mujeres no sólo consta en los evangelios, tanto en los canónicos como en los apócrifos, sino en los adversarios mismos del cristianismo.
Un escritor pagano, Celso, se burlaba del cristianismo por ser una religión de mujeres que sólo atraía a la gente simple y sin cultura, como los esclavos y los niños.
Afirmaba Celso que el hecho de la resurrección, en el que se basaba la primitiva fe, había sido inventado por un puñado de mujeres histéricas, entre ellas, María Magdalena.

Pero no es verdad que todas estas mujeres procedieran del mundo rural y sencillo. No es verdad que todas fueran campesinas ignorantes.
La Magdalena era una mujer culta y Pablo habla de varias mujeres que eran de clase acomodada.

Sí es verdad que pudo ocurrir que muchas mujeres, que no eran admitidas en otras religiones se sintieran atraídas por la nueva doctrina cristiana, basada en aquel que había roto los moldes y reglas sociales de la religión y sociedad judía asoció a las mujeres a su aventura religiosa.
Aquellas mujeres que eran ignoradas en las instituciones y sociedad judía es normal que se sintieran respetadas en la nueva religión.

Las Cartas de Pablo fueron escritas en los años 50-60 d. C, antes que los evangelios y ya consta en ellas que las mujeres ejercían, igual que los varones, como dirigentes de comunidades, obispos, diaconisas,…
Y fue este primer Pablo (no el 2º Pablo, machista como los apóstoles) el que declaraba que ni para Jesús ni para él había distinción alguna entre varón y mujer, entre libres y esclavos,…

Las primeras iglesias o templos cristianos, en realidad, fueron las casas de estas mujeres que, como antes la Magdalena, ayudaban económicamente con sus bienes a los misioneros y predicadores.
En ellas se celebraban las primeras eucaristías y algunas de esas casas acabaron convirtiéndose en capillas propiamente dichas.

Pero, si al principio no, poco a poco fue relegándose el papel de las mujeres, prohibiéndoles ejecutar la eucaristía, bautizar,…y ubicarlas como “servicio” a obispos y presbíteros, como lo que ocurre hoy.
Pero hubo un tiempo en el que ejercían las mismas funciones que los varones.

“Fueron las cristianas más antiguas, las que siguieron a Jesús hasta el calvario, las fundadoras de la Iglesia, entre ellas María Magdalena” – afirma un biblista español.
En principio no dependían de Pedro y de ningunos de los 12.
Al inicio del cristianismo la iglesia tuvo varios puntos de partida y no sólo el que propugnaron Pedro y los demás apóstoles, varones.

Un doble punto de partida, en sus inicios, el femenino y el masculino.
Ellas nunca traicionaron a Jesús, ellos sí, negándolo o escondiéndose, atemorizados y desilusionados, al comprobar la muerte violenta del Maestro en la cruz.
¿Qué habría podido ocurrir sin la Magdalena y sus esfuerzos en convencerlos que había resucitado?

Y si no se hubiera impuesto la corriente masculina, asfixiando hasta hacer desaparecer la femenina, la iglesia, hoy, habría sido muy distinta, quizá más gnóstica y mística y menos aristotélica y racional.
Jesús nunca habría aprobado un papel secundario, sino igual, de las mujeres con los varones, con los mismos derechos y las mismas funciones.

Uno de los primeros comentaristas cristianos, San Hipólito, así como la iglesia oriental, desde el principio, consideraba a la Magdalena no como un apóstol más, sino como “el apóstol de los apóstoles”

Fue a finales del siglo III cuando todo comenzó a doblarse, afirmándose el liderazgo principal de los seguidores de Pedro y de los apóstoles varones, considerando apóstoles sólo a los varones y creando la sucesión apostólica (que continúa hasta hoy)

A partir del siglo IV, cuando el cristianismo deja de ser perseguido y sale de la oscuridad para convertirse en la Religión Oficial del Imperio Romano, es cuando la Magdalena comienza a ser vista, no como la compañera sentimental de Jesús, no como la persona de más confianza del Maestro, sino como “la pecadora arrepentida”, la “prostituta” a la que Jesús le perdonó sus pecados de sexo y de la que había arrojado siete demonios impuros.
Incluso fue considerada como la patrona de las prostitutas.

Así fue como la Iglesia rebajó y humilló la importancia decisiva de la Magdalena.
Hasta hace pocos años, en que se le ha devuelto su verdadera identidad, en la liturgia de su fiesta, el 22 de Julio, se la seguía considerando “ramera arrepentida” y “endemoniada”.
La liturgia ha cambiado y ya no aparece como exprostituta (lo que nunca fue), ahora se lee a Juan, como la primer testigo ocular de la resurrección
Y la primera anunciadora del prodigio.

Siglo IV, comienzo del fin del papel fundamental de las mujeres.

Año 305, Concilio de Elvira, celebrado en Granada, se exige a todos los sacerdotes que se abstengan de sus mujeres so pena de perder el cargo.
Año 352, Concilio de Laodicea, se prohíbe a las mujeres ejercer como sacerdotes.
Año 401, Concilio de Cartago, al que asiste San Agustín, se decreta que los clérigos deben separarse de sus mujeres definitivamente o serían apartados de la religión.

Fue así cuando y como la virginidad y el celibato fueron considerados como categorías superiores al matrimonio: la virtud se identificó con la castidad y el pecado con el sexo.

Y la Iglesia, que ya era una Iglesia de varones, ahora, además, era (y sigue siéndolo) una Iglesia de solteros, sin experiencia familiar alguna, pero que se considerarán expertos para aconsejar a los demás cómo deben ejercer la sexualidad.

A la mujer, ya definitivamente, se la aleja del altar, recordando que Eva, la primera mujer, había sido la causa de que en el mundo reinara el pecado original.
A partir de ahora la mujer será la gran tentación, el gran temor, el gran pecado para el clero.

Un clérigo bien podía ser un avaro, glotón, borracho, egoísta, racista, vividor, ricachón,… que no sería apartado de sus funciones, pero como tocara a una mujer…
Lo cierto fue que una cosa era la teoría y otra la práctica del clero, que gozaba de los placeres del sexo como un seglar cualquiera, o más.

En este contexto es de imaginar que la Magdalena cayera en el olvido absoluto, en todas sus facetas.

Hasta que se descubren los manuscritos gnósticos y la jerarquía eclesiástica se inquieta, viendo resucitar un fantasma que creía dormido y dominado, pero que no era verdad.

Y surgen preguntas, como: ¿no debería considerarse a la Magdalena como la verdadera fundadora de la nueva religión nacida de las cenizas del judaísmo reformado, como la principal discípula del Maestro,…?

La Iglesia de hoy sería, seguramente, menos interesada en el poder, más femenina, más compasiva, más vitalista, menos burocrática y jurídica, más vinculada a la conciencia, con sacerdotes y sacerdotisas, (casados o célibes, indistinta y libremente), con obispos y obispas, papas y papisas,… una representación de la vida real.

El papel más importante, y que así lo consideran los 4 evangelios, es el de la Magdalena.
Aunque “los apóstoles no creyeron a la Magdalena

Pero ¿no pensó y trató Jesús a las mujeres en igualdad con los varones? ¿Por qué, pues, los apóstoles siguieron considerando a las mujeres como seres inferiores, poco creíbles, de segundo rango en la jerarquía,…?

A pesar de ese desprecio por la figura femenina (razonable desde el punto de vista social, pero incomprensible tras las palabras y actitudes del Maestro) las mujeres siguieron desempeñando un papel de primer orden en las primeras comunidades cristianas, quizá por la fuerza moral de la Magdalena cuando los apóstoles se convencieron de que no había mentido y que Jesús la había elegido como mensajera de una revelación excepcional.

La llamada “comunidad juanea” (pues tanto la Magdalena como Juan procedían de una cultura gnóstica), se fue formando como uno de los núcleos más importantes de las diferentes corrientes cristianas.
Movimiento que pronto entraría en conflicto con la corriente oficialista en torno a Pedro y a Pablo y de los apóstoles varones y que acabarían jerarquizando a la secta, todo lo opuesto a la doctrina gnóstica.

En el libro gnóstico “Pistis Sophia” Pedro se queja a Jesús de que María Magdalena hablaba demasiado cuando discutían con él: “¿Será que la prefieres a nosotros”?

Y, en el evangelio gnóstico de Felipe, Pedro vuelve a quejarse de que Jesús le preste más atención a ella que a ellos, los varones.

En el evangelio de María (único evangelio apócrifo escrito por una mujer) Pedro se muestra celoso de que Jesús haya hablado en particular con la Magdalena y le haya revelado secretos que a él le había escondido, y exclama: “¿Cómo es posible que le haya revelado a ella cosas que a nosotros nos ha ocultado?, ¿Es que, de verdad, la escogió y la prefirió a nosotros”?

Y, en el evangelio según Tomás, Pedro se muestra aún más duro: “Que María salga de entre nosotros, porque las mujeres no son dignas de la vida”

Estos evangelios apócrifos recogen algunas de las tensiones entre los apóstoles varones y las mujeres.
Algo que ya se vio en el diálogo, a solas, de Jesús con la samaritana, según los sinópticos.
No entendían esa liberalidad de trato del Maestro con las mujeres, a las que ellos, en su mentalidad social, consideraban inferiores.
Quizá por esa actitud recelosa de los apóstoles y que no podían comprender una vínculo afectivo tal, la relación entre la Magdalena y Jesús permaneciera en un segundo plano, u oculta.
De hecho ellos (todos casados excepto Juan (¿demasiado joven?) poca importancia les daban a sus mujeres y nunca se habla de ellas en los evangelios.
Los evangelistas no dicen ni una sola palabra sobre si Jesús estaba casado o no, era algo indiferente o irrelevante.

De hecho, tras la muerte de Jesús ya no aparecen las mujeres siguiendo a los apóstoles, como en tiempos de Jesús.
Es como si hubieran aprovechado la ocasión para desligarse de aquella costumbre del Maestro, que la respetaban mientras estaba vivo, pero que…

Se crearon comunidades cristianas en las que debió destacar especialmente la Magdalena, según consta en los manuscritos gnósticos, y que aparece como la protagonista, la compañera de Jesús, a la que le había revelado los secretos más ocultos de su doctrina.

Ahora es ella la que discute con los apóstoles y quien les confía secretos que ellos no habían recibido de Jesús.

Su fuerte presencia, como protagonista, aparece en la mayoría de los escritos gnósticos: El Evangelio de María Magdalena, el Pistis-Sophia, el Evangelio de Nicodemus, el Libro de la Resurrección de Cristo del Apóstol Bartolomeo, el Diálogo del Salvador,  las Preguntas de María, el Evangelio Árabe de la Infancia de Jesús, el Evangelio de Felipe, el Evangelio de Tomé y la Exégesis en torno del Alma.
En todos ellos aparece como la gran discípula de Jesús.

No es de extrañas que los escritos gnósticos hayan creado polémica y preocupación en la Iglesia Oficial porque en ellos María Magdalena no es la prostituta arrepentida que presentan los evangelios canónicos, sino la compañera, la esposa y la mujer más amada de Jesús.
Es, también, la personificación terrena de la gnosis o sabiduría.
Es el espíritu femenino que se une al masculino (Jesús).

Aunque los escritos gnósticos no son monolíticos, pues también en la corriente gnóstica del cristianismo primitivo existían divergencias, incluso en la apreciación del matrimonio y de la sexualidad.
Pero predomina la corriente que consideraba que la perfección del hombre se alcanza cuando en él se integran el elemento femenino y el masculino.
Ella aparece como “la mujer que conoce el Todo”
Ella es la más interesada en hacer preguntas.

En Pistis-Sophia aparecen hasta 46 cuestiones que los discípulos plantearon a Jesús después de su resurrección, de las cuales 36 son formuladas por ella, mientras María, la madre de Jesús, sólo hace 2 preguntas.

En el Evangelio de Pedro la Magdalena se presenta abiertamente como discípula de Jesús.
Ella siempre aparece como la persona más interesada en conocer el verdadero pensamiento de Jesús, por eso es siempre la que más pregunta y acaba explicándoselo a los demás apóstoles, incluido Pedro.

Hasta Pedro, que mantenía con la Magdalena una relación ambivalente, acaba reconociendo que “el Señor la amó más que a ellos”.

Según su movimiento cristiano no era necesaria una Iglesia oficial como mediadora para vivir la fe de Jesús, cada uno podía o debía seguir su camino particular e interior.
La conciencia y la libertad versus la jerarquía, el poder, las leyes y el dogma, la mística frente a la dogmática.

Si hubiera triunfado la corriente gnóstica no habría habido Iglesia Oficial, porque sólo desde ella puede mantenerse el dogma y la disciplina, la obediencia, incluso con condenas e Inquisiciones.
Iglesia jerárquica oficial que incluso se atribuyó a sí misma el poder de la “infalibilidad”.

¿Cómo habría sido la Iglesia posterior si se hubiera impuesto la corriente gnóstica?

Es difícil imaginárselo.

Pero todos los expertos están de acuerdo en que la Iglesia Católica, tal como está hoy estructurada, no fue fundada por Jesús. Él nunca dio a entender que deseaba inventar una religión diferente al judaísmo, que era su fe, sino purificar la vieja fe de Abraham, hasta entonces reducida al ámbito judío, para convertirla en una revelación universal.

Cuando el franciscano brasileño Leonardo Boff y otros teólogos, se manifestaron en este sentido, fueron condenados por la Iglesia de Roma.

Después del Concilio Vaticano II y tras el descubrimiento de tantos manuscritos la Iglesia se inclinó a examinar la corriente bíblica y no sólo la puramente filosófica y teológica, elaborada desde antiguo con las teorías de Aristóteles.

Cuando se conocieron las lenguas semíticas y cuando los textos comenzaron a examinarse e interpretarse en su contexto histórico, muchas teorías, doctrinas, pensamientos y actitudes, que parecían inamovibles en la Iglesia, comenzaron a tambalearse.

Así aparecieron en la Iglesia dos corrientes bien delimitadas: la teológica (la línea de Ratzinger, el que había sido, antes de Papa, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe) y la bíblica (más abierta, la del Cardenal Carlos Martini, conocedor de las lenguas originales de la Biblia), pero ya sabemos quién y qué corriente salio ganadora del cónclave.

La corriente bíblica se muestra más progresista y abierta, más cercana a los orígenes del cristianismo primitivo y es la corriente que es consciente de la importancia de la Magdalena.
No sólo en los escritos gnósticos, también en los canónico, la Magdalena se yergue como la protagonista del primer cristianismo, ella que fue la compañera del Maestro.

Los manuscritos de Qumram, que en un primer momento infundieron pánico en la Iglesia, fueron trascendentales para conocer algunas disidencias de la Iglesia judía a partir de la vida monacal de los esenios.
Igualmente los escritos gnósticos, algunos de ellos escritos al tiempo que los canónicos, o antes.

Es posible o probable que Jesús hubiera pensado en la Magdalena como la mejor representante de aquellas comunidades cristianas primitivas, mientras los apóstoles, palabras como “rey” o “reino” las entendían en sentido literal, como un poder temporal o de simple liberación de los judíos frente a la ocupación romana de ahí los codazos entre ellos para ver quien ocupaba los asientos más elevados.

Si los evangelistas oficiales, fieles a la Iglesia oficialista de Pedro, cuando redactaron sus escritos, fueron incapaces de obviar la presencia de la Magdalena en la muerte y resurrección de Jesús es porque les fue imposible obviarlo.
La tradición sería tan fuerte y estarían tan convencidos de aquella verdad que conocerían los cristianos, que no les quedó más remedio que dejar testimonio de ello.

Casi a regañadientes se vieron obligados a confirmar que fue ella, una mujer, la que tuvo que encargarse de convencer a los testarudos e incrédulos apóstoles de que no todo había acabado para siempre, que con su condena como malhechor, crucificado entre malhechores y con su deshonrosa muerte en la cruz no se acababa la historia, sino que la historia acababa de comenzar en su nueva andadura.

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