miércoles, 17 de febrero de 2016

CON LOS AÑOS A CUESTAS (20) LA RELIGIOSIDAD EN LA VEJEZ


Me confieso como visitador impenitente de iglesias.
Cada ciudad o pueblo que visito e iglesia que veo, iglesia en la que entro y, por lo general, sentado en el primer banco miro y veo la riqueza o la pobreza arquitectónica, escultórica, pictórica,…al tiempo que, lejos de la Iglesia como institución, remuevo mi fe, sin rezos, sin liturgias, sin…

Hace, poco más o menos, un mes, paseando por Salamanca, Rúa adelante y la puerta de la Catedral Nueva abierta.
Era temprano.
Sólo era posible asistir a misa.
Asomado a la capilla, maravillosa, y un cura celebrando misa.
Entramos y, solos, estábamos los dos, mi mujer y yo.
El cura pedía la bendición de Dios “para su pueblo, presente en la celebración de la Eucaristía
Me sentí a gusto.

Entro en cualquier iglesia y, si está celebrándose un culto religioso cotidiano (misa, rosario o novena) puedo contar cuántos son los asistentes y constato que todos son viejos, muy viejos.
Obvio bodas y bautizos, porque en ellos la masiva asistencia nada tiene que ver con la fe sino con el rito social de “hoy por ti, mañana por mí”.
Y sin contar a tanto turista hambriento de arte.

Y me acuerdo del soneto de Alberti.


“ENTRO, SEÑOR, EN TUS IGLESIAS...

Entro, Señor, en tus iglesias... Dime,

si tienes voz, ¿por qué siempre vacías?

Te lo pregunto por si no sabías

que ya a muy pocos tu pasión redime.


Respóndeme, Señor, si te deprime

decirme lo que a nadie le dirías:

si entre las sombras de esas naves frías

tu corazón anonadado gime.


Confiésalo, Señor. Sólo tus fieles

hoy son esos anónimos tropeles

que en todo ven una lección de arte.
 

Miran acá, miran allá, asombrados:

ángeles, puertas, cúpulas, dorados...

y no te encuentran por ninguna parte.

GENIAL.

El ambiente post-cristiano, profundamente secularizado, tan presente hoy día y que tan genialmente describió y previó Rafael Alberti


El hombre perdió el paraíso, como hemos afirmado más arriba, al usar perversamente la razón para escalar el cielo por un atajo.
El viejo nunca es un blasfemo. Ha temido demasiado a Dios para tener ahora que ofenderlo, cuando no está tan lejos el encuentro con Él.
El más allá no es, para él, un problema sino una estación más de la vida, una meta sencilla y cercana, aunque sea un misterio.

El viejo es religioso, pero no se siente iglesia, sino pueblo de Dios. La iglesia es y representa el poder y él abomina del poder.
“Yo creo en Dios pero no en los curas” – frase que se repite insistentemente.

Un viejo con poder y aferrado al poder es un esperpento de persona y resulta perverso.

La religiosidad del viejo es una religiosidad de corazón, no necesariamente de iglesia. Demasiado lo ha amenazado la Iglesia, durante su vida, en tantos sermones y catequesis, con las penas eternas del infierno en la otra vida, como para seguir encadenado a sus amenazadores.

La religiosidad del viejo no es del cumpli-miento (cumplo y miento), sino una religiosidad íntima, de corazón, no liturgista, sentida, vivenciada.
Es normal que, incluso asistiendo al culto en la iglesia, ni atiende ni le hace caso a lo que el cura dice. Eso es ruido que a penas roza su preocupación y su fe.

El anciano calla y mira. Reza en  silencio profundo, sin oraciones canónicas, oraciones muertas, peticiones ininteligibles (perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores). ¿Qué son las deudas, las hipotecas?. ¿Te las va a perdonar Dios, si tú a quien se la debes es al del banco de la esquina?. ¿Y tú perdonas lo que se te debe?. Ya sé que ahora lo han cambiado por “ofensas”
El viejo masculla esas oraciones preestablecidas, exangües, secas, pero no las siente.

El viejo no trata a Dios de Señor sino de tú, y le guiña pidiéndole cualquier cosa y paseando o sentado en un banco o cuando levanta la vista de la prensa gratuita o cuando ve jugar a un niño y recuerda, con añoranza, su niñez.
Cumple el mandato de Jesús, de no tener que ir al templo para hablar con Dios y, si está en él, es como si no estuviera.
Aquí, directamente, sin intermediarios, es más barato y más fresco el producto, de tú a Tú, como un hijo con su padre y no como un súbdito con su señor.

Habla poco de religión porque en él hay mucho de fe y de religiosidad, siente más que razona, porque todo en él es religioso, no eclesiástico.

Es religioso como estar vivo. Siempre ve un final feliz.
A él, de esperarle algo, le espera la gloria. Se la merece, méritos tiene acumulados, siente esa seguridad interna y que nadie intente removérsela.
Es palabra viva, sin catecismo. Éste es letra escrita, lo otro es vida íntima y no suelen coincidir.

La existencia no es, para él, amenazante, ni llena de violencia.
Él ha sido luchador, rival, contrincante, pero nunca enemigo.
El fuego eterno, si existe, no está hecho para él.

¡Hay que ver lo que le ha tocado vivir en este mundo como para que en el otro, si existe, encima, le toque sufrir eternamente con los sufrimientos temporales que ha soportado en éste¡.

El viejo alimenta esperanzas.

El viejo siempre tiene esperanzas.

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