jueves, 18 de febrero de 2016

CON LOS AÑOS A CUESTAS (Y 21): EL VIEJO Y LA MUERTE

A los viejos se nos educó en “La Pastoral del miedo” aunque, luego, muchos la hayamos superado.
Yo, en concreto, leyendo y haciendo mío el pensamiento de aquel Emperador y Filósofo romano: “Si los dioses existen, no pueden ser malos y querer nuestro mal; y si no existen ¿para qué preocuparse?”

Y es que la muerte no es el “punto final” sino que, antes de presentarse, está preñada de incógnitas, de interrogaciones.
¿Habrá algo después, detrás, de ella?, ¿Y qué será? ¿Bueno o malo? ¿Creer que existe es afirmar que existe? ¿Es la creencia en algo causa de ese algo? ¿Querer que exista o que no exista implica su existencia o su no existencia? ¿Y si, luego, nada hay? ¿Pero y si sí hay? ¿Y qué será?..¿……?,  ¿……..?.

Además, la muerte para el viejo no es como la muerte para el joven.
Mientras éste la ve como un fracaso injusto, que le arrebata un derecho (el joven cree que tiene todos los derechos del mundo para vivir y seguir viviendo), el derecho a la existencia física el viejo la ve esperándolo a la puerta o a la vuelta de la esquina, sin saber de qué esquina.

Lees las necrológicas y ves que uno ha fallecido con 90 años y dices “¿qué iba a esperarse ya?, lo normal”; si el fallecido tiene 66 piensas “¡qué poco ha disfrutado de la jubilación¡”; si tiene 50 tu comentario es “¡qué pena, pero ¡bueno¡”. Ahora bien, como tenga 25 “¡qué desgracia, con toda la vida por delante¡”, como si no hubiera árboles de hoja perenne y árboles de hoja caduca, como si no hubiera flores que sólo duran un día y flores que aguantan más.

Tener 90 no es motivo para morirse (podría seguir hasta los 105), como tener 25 no es motivo para matarse en cualquier fin de semana en moto o en coche pero con alcohol.
Ninguna de las dos muertes es necesaria.

Yo no sé si cuando los curas hablan del más allá, de esa manera trágica y tétrica, de castigos eternos y de fuego que no se consume, se lo creen ellos mismos o es, más bien, un arma que tienen en sus manos para, entrando y saliendo en las conciencias de los hombres, seguir sometiendo a vasallaje a los vivos que les escuchan.

La Pastoral del Miedo.

¿Uds. creen que será una realidad real o es sólo un medio dialéctico para seguir detentando el poder?.
¿No es el “coco” de los niños un arma en mano de los padres?.

“ ¿Y ya qué pinto yo en este mundo?”, solía repetirme mi padre muchas veces, últimamente. Yo creía animarlo y convencerlo al decirle “hay que seguir vivo todo el tiempo posible” y quería hacerle ver que la vida es un fin en sí mismo.

Pero mi padre entendía la vida como felicidad y a él ya le dolía todo y le fallaban ya muchas de sus facultades y no era feliz. ¡Quién lo vio y quién lo ve¡.¡Con lo que el fue y lo que era ahora¡.

¿Sin calidad de vida merece la pena la vida?.

Cuando te falla la capacidad de moverte, y la vista y el oído se van apagando a diario, sin interés por la radio ni la TV ni la conversación, obligatoriamente encerrado en sí mismo, ensimismado, moviendo los labios no sé si rezando o musitando, mascullando recuerdos de tiempos mejores, con la vista perdida, sin control de orina y de… ¿Eso era vida?. Yo comprendía su deseo: “que me recoja pronto el Señor”.

La muerte para él fue un descanso. Se limitó a cerrar los ojos definitivamente, a sellarlos para no tener que abrirlos a la mañana siguiente y seguir sufriendo, cuesta abajo, sin freno y con movimiento uniformemente acelerado.

Quizás el mayor sufrimiento del moribundo sea ver y oír llorar a los familiares a su alrededor antes de morir definitivamente, cuando, para todos, el morirse es ya lo mejor.

Es incómodo morir así. Ya no digo nada cuando la medicina inicia una pugna encarnizada en la carne del moribundo para intentar mantenerlo en vida, sea la que sea, a toda costa.

¿Qué mejor que morir con los ojos abiertos, sin gente alrededor, despidiéndose del reloj, compañero de tantas horas y testigo durante tantos años, con la luz entrando por la ventana, apretando las pastas del último libro que estaba leyendo….?.

Plácidamente, serenamente, morirse yéndose, como paseando, sin alaridos ni alharacas, despidiéndose,…

¡Cuánto deberíamos aprender de los animales moribundos, que se apartan de la manada y, en soledad, se dejan morir, tranquilamente, dejando y permitiendo que la manada siga adelante con la vida¡.

Aquí no.
Rodeado de muchos, llorando, hablando, fumando en el pasillo, dándole ánimos a un exánime.

¡Absurda situación¡.

En vez de recogerse, concentrarse, rezar, entrar en comunicación con lo trascendente, en paz, en silencio, agarrando esa mano invisible. Y no que lo distraen con mentiras piadosas, como si al ser piadosas ya no fueran mentiras, molestándole, descolocándolo.

Yo creo que el moribundo, al cerrar los ojos, lo hace más por aislarse del mundo familiar que por otra cosa.

En esos momentos finales, cuando más debería ser respetado, menos lo hacemos, entrometiéndonos.

¿Qué es, realmente, la muerte para el que se muere?. ¿Es el final?. ¿Es el principio de no se sabe qué?. La INCERTIDUMBRE es lo que martiriza, pero es la que deja una puerta abierta o entreabierta.

Ni el creyente crédulo, ni el ateo recalcitrante lo tienen tan difícil como el hombre normal, como tú y como yo, que dudamos, tenemos esperanzas, sospechamos, deseamos, pero a los que nos falta la firme creencia de que sí o de que no.
Tú y yo, muchos, somos compañeros del “quizás”.

¿Datos fiables del más allá?. Absolutamente ninguno. Ningún rastro. Sólo deseos de que sí.

Intuiciones, emociones, sospechas, anhelos,….. muchísimos. Datos objetivos, absolutamente ninguno.

¿Será el final?. ¿Será pasar a otra dimensión?. ¿Es llegar al límite de un camino para empalmar con otro que te lleve a otra vida distinta y superior?. ¿Es chocar con el muro final y estrellarte contra él cayéndote muerto y que otros recojan tus restos?.

Todo es posible, nada es seguro.

Cuando queda muy poco de más acá es cuando los de aquí más ruido hacen entorpeciendo la posible llegada del más allá al moribundo.

Todo su cerebro poblado de vivencias pasadas, de recuerdos entremezclados que llegan en tropel.
Respetemos que el moribundo se recluya en sí mismo, disfrutándolos.

Entre el nacimiento y la muerte media la vida que empieza a ser y que, ahora, está acabando de ser.

Muchas veces me he preguntado por qué se alegra tanto la gente de la vida futura, que aún no es, que no se sabe cómo va a ser, si va a ser y no se va a ver truncada, que sea posiblemente peligrosa,…..y no alegrarse de que el moribundo se abrace a su vida ya vivida y pasada, con sus intensas y recordadas emociones.

¿Pensar en castigos eternos en el más allá?. Pero…¿a qué mente calenturienta se le puede haber ocurrido semejante insensatez?.

A mis nietecillos, cuando hacen algo mal, es el hada mala la que se lleva sus juguetes preferidos o les da un coscorrón contra la esquina de la mesa.
Luego llegará el hada buena a restituirle lo robado.

Tu, también, amigo que estos escuchas o lees ¿sigues creyendo en las hadas?.

Si “el hombre es malo”, como dijo aquel filósofo, “los hombres son buenos”, digo yo. Quedémonos con esa imagen del moribundo, una buena persona que se está despidiendo, respetémoslo.


No hay moribundo malo.

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