domingo, 21 de febrero de 2016

LA MUJER EN LA HISTORIA (2): KINDER, KÜCHE, KIRCHE



 KINDER, KÜCHE, KIRCHE

Niños, cocina e iglesia, las tres K que la sociedad conservadora alemana reservaba a la mujer.

Papel que Hitler y su movimiento harán suyos –al menos los dos primeros- como reacción a la libertad y emancipación de Weimar.

El nazismo será un pensamiento eminentemente masculino y misógino, pero explotará a la perfección la imagen de una mujer entregada a su ideal, englobando en su organización -sin ningún poder decisorio- a muchas de ellas, seducidas por la verborrea de sus líderes.

“Las respetamos demasiado para mantenerlas en contacto con las miasmas de la democracia parlamentaria” dirá el flamante Ministro de Propaganda, Goebbels.

Para los jerifaltes del partido la mujer ideal será aria, rubia, de ojos azules, sin apenas maquillaje y con anchas caderas que prometiesen una larga descendencia. No debía fumar para no perjudicar a sus hijos, pues ante todo su deber era el de ser madre:

Se oficializa el 12 de agosto como Día de la Maternidad y se premia a las familias numerosas que permiten, en palabras del Fürher, “la permanencia de nuestra raza”.

La mujer sale del mercado laboral y vuelve al hogar familiar, su educación se centra en labores como el bordado, la cocina, la limpieza, la administración y control de la casa, etc…

De la enseñanza, en especial de la universitaria, desaparecerán casi por completo o les estará prohibida.
Por el contrario, se encuadran en organizaciones como la Liga de Jóvenes Alemanas, Unión de Mujeres Nacionalsocialistas y Liga de Mujeres de Alemania.

En el amplio tiempo libre que la mujer tendrá tras atender a su familia y ordenar la casa, se fomenta la colaboración en tareas sociales, visitas a la iglesia o la lectura de una revista donde, como es de suponer, se ensalza a la mujer madre virtuosa y obediente.

La guerra –tras los primeros reveses nazis desde 1941- hizo que las mujeres volvieran a cobrar cierto protagonismo en tareas auxiliares, como había ocurrido en 1914-1918.

Carteras, camareras, secretarias e incluso obreras de fábricas de armamento suplirán la mano de obra que está en el frente.

No obstante, la propaganda siempre tuvo a la mujer en la creencia de que vivía en el mejor de los mundos posibles, abnegada frente al “sufrimiento” del hombre e incluso siendo más fanáticas que los propios nazis, como se demuestra en los casos extremos de guardianas de campos de exterminio o en los últimos meses de la conflagración, donde las mujeres contribuyeron muchas veces a mantener alta una moral ya tocada de muerte.

Con el inicio del nuevo régimen, las esposas de los jerarcas nazis debían ser como, según cuentan, dijo el César: “no sólo serlo, sino aparentarlo, parecerlo”.

De esta forma ante la mujer alemana ellas representaban el más alto grado de perfección del ideal ario: devoción, amor incondicional al esposo, hijos y furibunda militante de los principios del nazismo.

En palabras de Heinrich Himmler: “Una mujer es amada por un hombre de tres maneras:
1.- Como niña querida a la que hay que reñir y quizá también castigar por su sinrazón.
2.- Como esposa leal y comprensiva, que comparte la vida con uno luchando.
3.- Como diosa a la que se le deben besar los pies, con su sabiduría femenina y con su santidad cándida y pura”.

La ordenanza Lebensborn de 1936 prescribía que todos los miembros de las SS debían ser padres de cuatro hijos, dentro o fuera del matrimonio.

Se protegían a los hijos bastardos y a sus madres.
El propio Himmler, por ejemplo, adoptó a un niño de un oficial SS fallecido.


Dejando aparte a Hitler, de  complicadas relaciones con las mujeres, las mujeres de los mandatarios nazis y otras muy apegadas al régimen serían figuras relevantes de la propaganda del mismo, pero en general, como escribiría Goebbels: para los nazis “la mujer es compañera sexual y de trabajo del hombre”, nada más. 

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