domingo, 8 de mayo de 2016

LOS HOMBRES Y LOS VALORES MORALES (1)





Hace no muchos días mi amiga Mayte se lamentaba en “La inocencia pulverizada” de la escena del autobús, en que normalmente usa para subir a clase a El Egido, de dos adolescentes.
Sin criticar (sólo extrañada de) la moderna indumentaria de las adolescentes y admirando sus cuerpos esbeltos, se le retorcía el alma al oír el vocabulario que usaban (“pura pornografía”) que (suponiendo que fuera un lenguaje apofántico) estaría manifestando lo que en su interior pensaban y había.


Ya, entonces, le recordaba a Mayte que nuestros esquemas mentales y morales, como personas mayores que somos, estaban ya casi fijados y que los márgenes de los mismos apenas daban para procesar el vocabulario y la conducta de esta adolescencia.

Como acostumbro a vivir en verano en la Carihuela, paseo a diario hasta la zona de ocio del Puerto de Benalmádena, y sorteo a l@s boteller@s, sobre todo los fines de semana.
Intento procesar lo que veo y me cuesta. Y se me viene a la mente esa especie de revolución oculta que está practicando la juventud y que es una subversión de valores.
No es que yo haya sido un angelito, en mis tiempos mozos, pero no tanto ni así.

Estamos en plena crisis económica y el gobierno, hoy mismo, acaba de aprobar usa serie de medidas (entre ellas mi “congelación”) y con éstas y otras medidas saldremos y superaremos la crisis. Pero ¿y esa otra crisis de conciencia?.
Los occidentales, tan bien protegidos por el sistema asistencial y sanitario, padecemos una enfermedad de la que no sé cómo diablos podremos curarnos y superarla, me refiero a “la enfermedad de la abundancia”.
Abundancia de cosas para alegrarnos el cuerpo al tiempo que padecemos la enfermedad de la pobreza de nuestro mundo espiritual.
Nunca hemos tenido tanto pero, creo que, nunca hemos sido tan mediocres. Los reinos del ser y del tener.

De verdad que somos contradictorios. Yo mismo, en los recreos, voy a tomar café descafeinado, y cuando pido un cerveza la pido sin alcohol o cocacola sin cafeína, y en casa procuro ingerir comida sin calorías, y la mahonesa que sea ligh, y cuando fumaba eran, ya, al final, cigarrillos sin nicotina,…. Todo ligh. Me pregunto si seré yo, como persona, también una persona ligh, y mis hábitos son el reflejo de mi ser interior, como las adolescentes del autobús con su vocabulario. Y, la verdad, me asusto.

Observo, filosóficamente, a la sociedad y deduzco que hemos convertido lo accidental en substancial, lo epidérmico en medular, lo fenoménico en nouménico, lo adjetivo en substantivo, lo periférico en epicéntrico,….

Y cuando veo a esa juventud, que convierte un medio en fin, entregada y persiguiendo el éxito, el poder, el gozo, el dinero (con el que todo puede comprarse porque a todo le hemos puesto la etiqueta del precio), vislumbro ahí a un hombre sin substancia, pura apariencia, mucho hueco, mucho vacío.

No hay comentarios:

Publicar un comentario