lunes, 9 de mayo de 2016

LOS HOMBRES Y LOS VALORES MORALES (2)


Vamos por la vida enarbolando, muy alta y orgullosos, la bandera tetracolor del “hedonismo”, el “consumismo”, el “relativismo” y la “permisividad” (confundida con la “tolerancia” y, peor aún, con el “respeto”) y todos ellos sobre un fondo de materialismo y nihilismo.

Como nada hay, ya, absoluto, todo es relativo, no existe la Verdad, ni la Bondad, ni la Belleza, ni la Justicia, ni… ni…. ya todo vale (como si todo valiera igual), hay que ser tolerante y permitirlo todo (como si toda idea y toda conducta fuera permisible), y lo que más vale es el cuerpo, al que hay que alimentarlo con placeres materiales (hedonismo) y con cosas, con muchas cosas, con cuantas más mejor, porque ellas, su posesión, su uso y su consumo son la felicidad.

Por si todo esto fuera poco, la alta y última tecnología viene, teóricamente a ayudarnos y a hacernos la vida más fácil, pero prácticamente nos nubla la mente y nos confunde.

Del mando a distancia para cambiar los canales de la tele (comodidad) y para abrir la puerta del garaje (comodidad), sin tener que molestarnos, aplicamos la analogía y queremos, también, adelgazar sin esfuerzo físico, aprender sin esfuerzo intelectual, amar y ser amado sin esfuerzo emocional,….

Nos autoengañamos creyendo que existe el chip de nuestro cerebro, y que basta cambiarlo como se cambian las pilas del mando.
Como si tuviéramos en nuestras sienes unos puertos USB al que poder conectar la información para obtener conocimiento y poder ser un poco más sabios.
Y, sencillamente, no es verdad, es una ilusión.

Esto nos hace livianos, débiles, inmaduros, flotantes, demediados, indolentes, …

Seguimos siendo tan simples y elementales que no tenemos otro método que aplicar la Filosofía del Esfuerzo, hoy tan en horas bajas.
Porque hoy, como ayer y como siempre, a nadar se aprende nadando (el conocimiento de técnicas sólo mejora lo ya sabido), como a andar se aprende andando y a escribir escribiendo.
Lo que venga después sólo serán ayudas a la mejora, nunca a la existencia de ese hábito.

Nunca ha habido tanto ámbito de libertad y nunca hemos estado tan desorientados, tan desnortados.
He ahí la causa de la renuncia a los propios principios morales y criterios personales en favor de la disolución en el anonimato del “se”.
Digo lo que “se dice”, pienso lo que “se piensa”, hago lo que “se hace”….
La tiranía del “se….”.

Hoy, más que nunca, muchos hombres, se llamen como se llamen, son “Vicentes”.

Renunciamos a encontrarnos a nosotros mismos, porque es más cómodo perderse en lo social, y no señalarse para no ser señalado.
Así nos sacudimos la ingrata tarea de tener que pensar, para luego decidir.
Que otros piensen por mí.
Me descabalgo, me apeo de mí mismo.

Hoy a cualquier problema le damos la solución del diálogo.
Hay que dialogar.
Hay que consensuar.
Éste es hoy uno de las grandes pecados de la modernidad, el someterlo todo al diálogo.
Pero el diálogo sólo toma el mínimo común múltiplo de todos los dialogantes.
Es apuntarse a la mediocridad y renunciar a la excelencia.
La excelencia, si fuera común, dejaría de ser excelencia, como si todas fueran excepciones no habría regla.

La verdad no puede estar sometida al consenso.

La mayoría podrá vencer pero no por eso tener razón.

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