viernes, 23 de diciembre de 2016

ACOMPAÑANDO A J.L. SAMPEDRO (7) LA MUERTE

LA MUERTE

“Nuestras vidas son los ríos // que van a dar a la mar // que es el morir…. ¿Recuerdan las coplas de Jorge Manrique?

¿Un río o una ría?
                                                                   
Sampedro es más expresivo: “La muerte que deseo la he contado muchas veces: el final en una ría gallega, estoy pensando en Santa Marta de Ortigueira (…) ¿qué pasa cuando un río “llega” no cuando se deja “caer” de una roca, como pasa en los fiordos noruegos, sino cuando llega apaciblemente hasta el mar? Si está uno en el agua empieza a notar que el agua sabe de otra manera, que es otro gusto, y mientras lo piensa, cuando se da cuenta, ya es mar, el río ya es mar, no río”

La analogía es más expresiva que la del que cantaba las coplas a la muerte de su padre.

“Ría” que va dejándose zampar por el mar y que desaparece tragada por él.
Muerte que acoge y abraza a la vida, dejando de ser vida.

Si le preguntásemos a cualquiera qué es lo opuesto a “la vida” respondería, automáticamente, que “la muerte”. Y eso no es así, no es verdad.

“La muerte no es lo contrario de la vida: la muerte es la compañera de la vida. El día que nacemos empezamos a morir y hay que saber disfrutarlo, saber vivirlo, porque hay mucho que hacer”

Ortega diría que “vivir es qué hacer el yo con las cosas, que vivir es un quehacer”

Las fuerzas de la vida y las fuerzas de la muerte compiten, en cada uno de nosotros, desde el momento mismo de nacer. Sólo los niños y los jóvenes no son conscientes de ello porque ambas fuerzas son complementarias y no piensan en la muerte porque son pura vitalidad. El porcentaje de vida es casi 100, mientras el porcentaje de muerte es poco más que 0.
Cuando uno sube el otro baja y aunque es verdad que puede bajar al 0 automáticamente (por un accidente, por ejemplo) cuando se pasa de la madurez y uno se asoma a la vejez, cuando ya se divisa la ría, aunque sea a lo lejos, experimenta en sí mismo cómo la vida va haciendo aguas y la vitalidad va apagándose.

Digo “vitalidad” más que “vida”, aunque la primera sea el signo más visible de la vida orgánica y fisiológica, no lo es de la vida psíquica, afectiva, intelectual,…(y a mi experiencia me remito, que he dejado de jugar al fútbol o a competir con mis nietos a ver quién llega antes al árbol, pero que afectivamente, intelectualmente, reflexivamente,…. aquí andamos corriendo)

Deberíamos ser como exponía Heidegger, que el hombre “es un ser para la muerte” porque ella siempre, a todos, en cualquier lugar, en cualquier momento, le llegará sin desearla y tratando de esquivarla.
Nadie tiene la garantía de vida totalmente asegurada.

La muerte –para Heidegger- es “un existencial “

Pero la sociedad nos escamotea la idea de la muerte en lugar de reconocer que la muerte es el coronamiento de la vida, que forma parte de ella, que es el episodio final, la bajada del telón, ¿verdad?
En vez de educarnos en esa idea, escamotean el momento, prescinden del telón, y no nos habitúan a pensar que uno es mortal. Eso, en otras sociedades, en la sociedad clásica, era al contrario.
Y los reyes tenían bufones que les recordaban que eran mortales y cosas de ésas, porque eso es útil para enfocar la vida y para ver cómo hay que vivir”.

Saber que la muerte llegará, sin saber cuándo, ni dónde, ni cómo, debería ser un estímulo para vivir la vida a tope, sin desperdiciar momento alguno.
Vivir intensamente es desafiar a la muerte, es tenerla enfrente, enfrentarse a ella, aunque sepamos que, el final, ella ganará, pero que mientras el enfrentamiento dure nosotros estamos aquí y ella allí.

El filósofo Epicteto, hace más de 2.000 años lo expresaba muy gráficamente; “No hay que temer a la muerte. Mientras yo estoy (vivo) ella no está, y cuando ella esté yo ya no estoy”.
Si nunca podremos estar juntos, si somos incompatibles, ¿por qué temerla?

“Morir no es un problema, el problema es cómo…”

El río, si es río, desembocará en el mar, ¿pero como un salto de agua o como una “ría”?

Vida y muerte colaboran mutuamente.

“Si hay vida, hay muerte. Imagínense que no se hubieran muerto los millones de personas que vivieron en la tierra durante todos los siglos precedentes. No se podría vivir”


Sólo la muerte real de unos y la muerte pensada (aunque no deseada) de los vivos es el acicate para vivir más intensamente la vida.

¿Cómo morir? ¿Por qué vivir? ¿Para qué vivir? ¿Para quién vivir? Son preguntas que se hace Sampedro.

“No quiero morirme de golpe, de un infarto. Espero tener la ocasión de vivir mi propia muerte. Me rebelo frente a la muerte ignorada. La muerte me ha parecido, siempre, una coronación, algo que forma parte de la vida”

Es el último capítulo de la vida, pero es un capítulo.

Es necesario ser un sabio, como él, para aceptarlo de esa manera, “vivir la propia muerte”, ser consciente hasta el último momento de que la vela de la vida está agotando la última cera.

La muerte del urogallo, morir como el urogallo.

“¿Ustedes saben cómo muere el urogallo? Una muerte que siempre he envidiado mucho.
El urogallo, cuando llega la época de celo, llama a la hembra con un canto muy especial. Se llena de aire y se le hincha la cara de tal manera que se le enciende todo, se ciega, no ve, no oye, no se entera de nada. Es el momento que aprovechan los cazadores para acercarse a la distancia conveniente, pegarle un tiro y matarlo. Morirse en ese estado de  exaltación siempre me pareció lo más bonito, lo más sublime, ¿Verdad?”
                    
¿Qué quiere que yo le diga, Sampedro?

Es que, para mí, -maestro- el urogallo no se muere, al urogallo lo matan.
El urogallo se un “muerto matado”.

A mí me hubiera gustado que en ese momento de esplendor, de euforia, de éxtasis,… hubiera explotado y toda su vitalidad se hubiera esfumado. Sería el 0 como consecuencia del 100.

UN MORIR POR UN ATRACÓN DE VIDA.

Hoy la muerte se nos presenta fea.
Hoy ya casi nadie se muere ni en el hogar en el que se ha desarrollado la función de la vida, ni en la cama que ha sido el mejor testigo de tantos mementos placenteros.

Escamoteamos el momento de morir y la muerte misma.
Morir en un hospital y el velatorio en el tanatorio.
No queremos verla de cerca porque “impone”.

 Incluso tocar el cadáver, ya frío, del ser querido, que yace ahí, blanquecino, “impone” y serán los trabajadores de la funeraria los que les cerrarán los párpados, le cerrarán la boca y lo acicalarán para presentarlos dignamente.

La muerte, fuera de la casa, donde los familiares van a segur viviendo sin tener que ver con la imaginación y la memoria los últimos momentos de agonía y “re-sufrir”, otra vez, la muerte del ya ausente.

Sampedro fue muy valiente, pero lo fue por ser un sabio, y moriría como quería morir, “muriéndose”, pero la gran mayoría de nosotros seguimos considerando tabú el hecho de la muerte y preferimos no despertarnos que tener que morirnos conscientemente.

Y que si lo piensas fríamente ¿por qué “impone” tanto el frío cadáver, si sabes que ya nada puede hacerte?

No es lógico, pero “impone” poner tus labios vivos y besar esa cara muerta que tantas veces has besado.

¿A que sí?


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