miércoles, 18 de enero de 2017

ACOMPAÑANDO A J,L, SAMPEDRO (24-1) LA NOVELA

LA NOVELA. 1

¿Para qué sirve una novela? Una vez alguien me dijo que la misma palabra lo decía: “no-verla” (…) Pues bien, la novela sirve para vivir. Muchas otras cosas sirven para vivir, pero la novela también. Sobre lo que se suele pensar de que la Historia es la verdad y las novelas la ficción, yo no estoy tan seguro. No voy a entrar ahora a discutir el intento de objetividad de los historiadores, ni su buen hacer, pero yo les digo a Uds. que no ha habido en la Historia magnicidio más presenciado, testificado, comentado, abordado y estudiado que el asesinato de Kennedy; había miles de personas, lo fotografió no sé cuánta gente, lo filmaron, intervino la policía en el acto, y no sabemos qué es lo que pasó.

Donde se pone de manifiesto, una vez más lo que tantas veces he dicho y repetido: “no existen los hechos, sino las interpretaciones”
El mismo hecho, “presenciar una muerte en directo” y mientras unos lo interpretarán como “homicidio”, otros lo verán como “asesinato”, y será el juez quien decida cuál de las dos cosas es, pero es que él, como humano, además de juez, también está interpretando el hecho. Pero “su palabra es la ley”. Y lo curioso es que, si él dice que ha sido “eso” y no “lo otro”, las leyes se aplicarán así, pero si hubiera dictaminado que era “lo otro” y no “eso” serían otras las leyes a aplicar.

Pero no sólo eso. Es que, si alguien recurre a una Instancia superior, ésta puede considerar e interpretar el hecho de manera distinta a como lo interpretó el juez, y entonces, las leyes a aplicar serán otras.

Para acabar de liarla pudiera ser que se recurriera a otra Instancia superior y pudiera ser que…

Así que, para que esto no se convierta en un proceso hasta el infinito, habrá que acordar cuál es la última instancia que hoy, a nivel español, es el Tribunal Constitucional, pero que también se puede recurrir al Tribunal de Estrasburgo y aquí, por consenso, se acaba la escalera de recursos.

¿Y quién asegura que el Tribunal Europeo de Estrasburgo no puede errar en su “interpretación” y por lo tanto...?

De modo que ahora me van a decir a quién envenenó Lucrecia Borgia y quién era y cómo se murió Wifredo el Velloso. Tengo mis dudas, sinceramente.

Y es verdad que lo de la Historia tiene “tela”

Porque si ya nos lo complicamos en el tiempo presente o reciente, hay que imaginarse la verdad de lo de la “lúbrica” Lucrecia Borgia…

¿Es verdad que Lucrecia Borgia, la hija ilegítima del Cardenal valenciano Rodrigo Borgia y futuro Papa Alejandro VI (es decir, Lucrecia, “la hija del Papa”) era una mujer lujuriosa, hambrienta de sexo y de poder, promiscua, puta, perversa, intrigante, sanguinaria, envenenadora, incestuosa con su padre, el Papa y luego con su hermano, el Príncipe, al que Maquiavelo…?

¿O la realidad fue otra y ella era una mujer extraordinaria, inteligente, llena de coraje, bella, culta, estudiosa, una víctima de la desinformación, utilizada por su padre, el Papa, para sus alianzas políticas, casándola con un Sforza, pero que cuando dejó de interesarle declaró a su yerno “impotente” por lo que anuló el matrimonio (por eso/para eso era él el Papa), casándola, después, varias veces, teniendo muchos hijos y muchos abortos, visitando muchas camas…?

La versión que nos llegó de que era una lúbrica mujer (y todo eso que hemos indicado más arriba) ¿no fue la típica reacción de los Sforza ante la acción del Papa Alejandro VI y que se instaló en el imaginario colectivo?

¿Coincide la realidad de Lucrecia Borgia con la interpretación que nos llegó, y quedó instalada en la historia, de lo que nos contaron de ella, además, sus enemigos y por despecho?

Pero no vayamos tan lejos.

Tenemos a nuestra “Juana la loca”, la Reina Juana I de Castilla, que nunca pudo ostentar la corona de reina porque “estaba loca”.

Su madre, Isabel la católica, por la costumbre de buscar alianzas políticas, se puede afirmar que “la vendió”, la obligó a casarse con un hombre al que ni había visto en su vida, Felipe el Hermoso, pero ella, Juana, se enamoró totalmente de él por lo que ya en vida, por las ausencias, los celos hicieron acto de presencia y sobre todo tras la prematura muerte de Felipe (tras haberle hecho, creo que, cuatro hijos en los pocos encuentros sexuales en que, físicamente, coincidieron estar juntos) su estado de ánimo fue taciturno, triste,.. Pero “no loca” (así lo confiesa su pequeña hija, que se crió con ella en el arresto domiciliario de Tordesillas.

¿”Loca” o “maltratada”?

¿Realmente “loca” o sólo así considerada?

¿Cómo iba a consentir su madre, Isabel “la Católica”, que su hija Juana nunca quisiera tener contacto con los curas ni con la Iglesia, que nunca se confesara, ni asistiera a misa, siempre alejada y reacia a todo lo que oliera a religión,…y a la que le correspondía “ser la Reina de Castilla”?

Solución: “declararla “loca”, excluida, por lo tanto, de llevar la corona de reina y encerrarla en Tordesillas, primero por su padre, Fernando “el católico”, y allí siguió encerrada por orden de su hijo, Carlos I de España y V de Alemania y, posteriormente, por su nieto, Felipe II.

Y es que, sólo considerándola “loca”, ni su padre, ni su hijo, ni su nieto podían ser declarados como “usurpadores” del trono.

¿Y la leyenda de “las cuatro barras de sangre” de Wifredo el Velloso?

“El rey de los franceses mojó su mano en la sangre que manaba de las heridas de Wifredo, sufridas en la guerra, y pasando los cuatro dedos mojados por encima del escudo dorado del Conde de Barcelona, le dijo: “Éstas serán vuestras armas, Conde”.

A todo esto se recurrió para “interpretar” un hecho, “un escudo con cuatro barras rojas sobre fondo amarillo”.

Nada de esto es verdad.

¿Cuál es la verdad de la Historia?

Si tenemos en España un hecho tan reciente (y tan triste y lamentable) como nuestra “incivil guerra civil” y uno lee a unos historiadores (para mí más serios) o a otros, como Pío Moa y compañía, cada uno apoyándose en “textos” e interpretando el luctuoso acontecimiento como la cara y la cruz de una moneda, como la noche y el día, sin un posible consenso de “cual fue la verdad de ese hecho)

Por el contrario, cuando un escritor cuenta su verdad encarnizadamente en una novela, y cuando el lector la hace suya, estamos ante una verdad absoluta e indiscutible. Y si no, ahí está el Quijote, y Fausto, y está el Rey Lear y está Otelo.
Esto son verdades mucho más grandes que Pepino (Pipino) el Breve.
El arte es un modo de conocimiento y sirve para revelar la verdad de la vida.

Pero ocurre que “la vida” no existe, sino “vidas”, como no existe “el arte” sino “artistas” que interpretan la realidad y que la plasman en sus obras. No es “la verdad”, pues, sino “sus verdades” vitales, que son realidades.

Las “verdades objetivas”, interpersonalales, del peso y el volumen de una piedra, de la sangre que mana de una herida, de la muerte de ese perro, no son las verdades artísticas de los múltiples artistas.

Hay, al menos, hasta cinco tipos de verdades (ontológica, lógica, epistemológica, moral y artística) y sus cinco opuestos (nada, contradicción, falsedad, mentira y copia) (voy a obviar el desarrollo de esta afirmación. Quizá el día que nada tenga que escribir…)

Y sí, es verdad que para mí, es más real Don Quijote que el calzoncillo (suponiendo que los llevara) de Cervantes, siendo dos verdades (la obra y el calzoncillo) pertenecientes a dos mundos distintos.

A veces leo, y lo leo de personas cuya inteligencia admiro, que dicen que la novela está agotada. Me quedo estupefacto (…) ¿Cómo se va a agotar la novela? El mundo está ahí, y el mundo no se puede describir porque es infinitamente multidimensional, y cuando creemos que describimos, con todos los medios que Uds. quieran, no hacemos más que interpretarlo, que sacar de él unas migajas, que recomponemos como hace un pájaro su nido, y nosotros nos hacemos nuestro propio mundo. Y así vivimos”

Es la “perspectiva”  y es la “circunstancia” orteguianas.

Como “yo soy yo y mi circunstancia” y nadie, ni genética ni culturalmente, está igual de “circunstanciado”, cada uno es cada uno. No hay dos ejemplares iguales. Luego, cuando cada uno se acerque a la realidad, la verá desde “su” perspectiva, y nadie puede ponerse en el lugar del otro, porque todos somos distintos.

Y la visión que cada uno tiene de “la” realidad, desde “su” perspectiva, nunca puede ser igual a la del otro.

La realidad es, como dice Sampedro, “multidimensional”, y cada uno la interpreta desde “su” circunstancia.

“La” verdad sería la suma de todas “las verdades relativas”, pasadas, presentes y futuras, de cada uno de los sujetos cognoscentes.

Nadie sobra, pero nadie es imprescindible, todos somos necesarios en la construcción del puzzle de la realidad.

Y, aunque “la realidad” fuera una y la misma (esa Catedral de León, con sus vidrieras super….) la perspectiva que de ella tiene el que está dentro y el que está fuera (el burro de la Sagrada Familia en su viaje a Egipto, caminando hacia la derecha y hacia la izquierda), el que la vea desde abajo y el que la vea desde arriba, la del artista vidriero y la del arquitecto, la del creyente y la del ateo, la del capitalista y la del obrero,…. Serán, necesariamente, distintas, todas necesarias, pero todas perspectivas.

Aunque es verdad que, aunque todas las perspectivas sean perspectivas, no todas son igualmente privilegiadas, como no es igual la del que la ve metido en un confesionario que el que la ve desde la nave central.

Las perspectivas, nuestras perspectivas, son esas “migajas” de las que escribe Sampedro.

“De manera que siempre habrá posibilidades de interpretar el mundo (…) No me digan que se han acabado las aventuras. Las aventuras que quedan por vivir son infinitas. De modo que me parece absurdo hablar del agotamiento de la novela”.

Como sería absurdo que no pudiera haber más personas contemplando la Catedral de León. Son infinitos los posibles futuros “miradores” de la misma. Ella, la catedral, no se agota en las miradas de sus espectadores.

“Y, en cuanto al interior, el corazón humano, la mina de galerías secretas, profundas y hondas que es el corazón humano, ofrece aventuras que para qué les voy a contar (…) ¿Agotado el tema? Eso es inconcebible. De modo que seguirá habiendo novelas, seguirá habiendo escritores, se seguirá haciendo de todo eso”

Me gusta, me encanta que se les llame a los poetas “mineros del corazón”.

¿Que “dónde están los poetas andaluces de ahora”?

Siempre ha habido, hay y habrá poetas, Andaluces, manchegos, gallegos, extremeños,…el mundo del corazón, mientras haya personas, siempre dará de sí para escribir.

Yo he sido uno de los que, en mi juventud, adquirió casi toda la colección Plaza, de obras de Premios Nobel, en tamaño de bolsillo y papel casi de estraza, y una de las novelas que leí fue “Las uvas de la ira”

(…) El arte como vía de conocimiento, en absoluto se contrapone a una ciencia social. Me viene ahora a la mente “Las uvas de la ira”, de Steinbeck, que retrata las migraciones interiores de Estados Unidos desde los campos de algodón hasta los viñedos de California. Es una novela, es literatura, pero a través de ellas es también una visión económica”

Y no sólo económica, también demográfica, yb laboral, y peregrina, y de aventuras,..

Es lo que hace Arturo Pérez Reverte: “novelar” la historia o historias.

“Y, a la inversa, lo mismo. Si uno escribe de economía con un poco de gracia literaria, resulta mucho mejor, Entre la economía concebida como una ciencia de comportamientos humanos y una novela no hay tanta diferencia como se insinúa habitualmente, A mí no me ha costado ningún trabajo alternar y compaginar la escritura con el estudio y la docencia de una asignatura llamada Estructura Económica, que trata de analizar el sistema en que vivimos, de ver cosas de ese sistema.
La única incompatibilidad ha sido la del tiempo, e incluso eso es discutible porque, si bien es cierto que el tiempo dedicado a una actividad va, inevitablemente en detrimento del que se puede dedicar a otra, no es menos cierto que ambas se han beneficiado de mi saber adquirido en el desarrollo de la otra”

En realidad, esa es la mejor forma de escribir, haciendo descansos y ocupando la mente a otras faenas.

Es uno de los métodos de estudio que siempre aconsejaba a mis alumnos: levantarse de la silla, al menos tras dos horas estudiando, y dar un paseo por la casa, saludando a la familia, visitando el frigorífico, saliendo a la terraza, sentarse un rato ante el televisor, echarle una ojeada a la rubia de enfrente,… para reanudar, con la mente más fresca, la tarea interrumpida.

Pero no todos los docentes (entre los que me incluyo) somos capaces de alternar nuestra materia a enseñar con una novela a escribir. Yo, al menos, me considero incapaz.


Ud. sí, Sampedro. Y a las obras me remito.

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