sábado, 15 de julio de 2017

SAN AGUSTÍN: SÉPTIMA CARTA DE FLORIA EMILIA


Mónica estaba gestionando el asunto de tu matrimonio: «Ya habíamos solicitado como esposa a una joven a la que le faltaban dos años para tener la edad núbil (que, entonces, era de 12 a 13  años).
Y como esta joven nos satisfacía a todos, debíamos esperar»

«Cuando, por ser impedimento para mi matrimonio, apartaron de mi lado a la mujer con quien compartía mi lecho, el corazón, rasgado por donde más unido a ella estaba, quedó llagado y manando sangre.
Ella volvió a África haciéndote voto, Señor, de no volver a conocer a otro hombre y dejando en mi compañía al hijo natural que yo había tenido con ella.
Pero yo, desgraciado de mí, fui incapaz de imitar el ejemplo de esta mujer.
No pude soportar la espera de esos dos años que me restaban para recibir por esposa a la joven que había pedido en matrimonio, y porque no era un amante del matrimonio, sino un esclavo de mi pasión, busqué otra mujer”

No supe nada de esa mujer hasta leer tus confesiones.
¡Qué vergüenza sentirás, sabiendo que yo jamás me habría entregado a otro hombre!
Pero esas palabras son importantes para mí: con ellas admites que en realidad no fui apartada porque te fueses a casar.
Habría sido mejor que hubiéramos permanecido juntos mientras esperabas a que esa pobre muchacha estuviera preparada para el matrimonio.
Pero no deseabas casarte, sólo querías salvar tu alma de la perdición eterna

Supongo que Mónica no desaprobaba tu nueva víctima.
Había conseguido poner fin a una relación de muchos años con una mujer a la que amabas en cuerpo y alma;

Pudo por fin vengarse cruelmente por lo que sucedió cuando nos hicimos a la mar en África.

«Lo único que me detenía ante la sima más profunda de los placeres carnales era el miedo a la muerte y a Tu juicio futuro”.

No olvidas a la mujer que amaste, pero alabas a Dios por haberte separado ya de ella, porque ella ya no te puede tentar.

Que Dios te perdone.
Tal vez esté sentado en algún lugar viendo cómo desprecias sus obras.

En tus Confesiones escribes repetidas veces que en tu vida anterior estabas donde no está Dios.
Pero tal vez sea ahora cuando estás perdido de verdad.
También Edipo pensaba que iba por el camino correcto cuando marchó de Delfos a Tebas.
Ése fue su trágico error.
Todo le hubiese resultado mejor si hubiera vuelto a Corinto, con sus padres adoptivos.

A ti te habría sido mucho mejor el regresar a Cartago.
Aquí intuimos todavía el amor de Dios en las flores, en los árboles y en Venus.

Quiero mencionarte unas palabras de Horacio: «Piensa que cada día que amanece es tu último día».
No es seguro que éste vaya a ser tu último día, pero puede ocurrir.

La vida es breve, demasiado breve.
Y tal vez sólo vivimos aquí y ahora.
Si fuera así, espero que no hayas estado dando la espalda a esos días, que al fin y al cabo tienen luz, para adentrarte en un oscuro y siniestro laberinto del pensamiento del que yo no puedo rescatarte.

No vivimos eternamente, Aurelio.
Eso significa que debemos aprovechar los días que nos son entregados.

Y dijiste que donde yo estuviera, allí querías estar tú.
Pero no cumpliste esa promesa.
Como un ladrón te apartaste de mí y te adentraste en los escondidos caminos de los teólogos, sin llevarte mi hilo para guiarte.

Si lo que ves con los ojos terrenales no te place, quizá debieras arrancártelos, aunque eso para mí sería blasfemar.


Yo jamás me desprendo del camafeo que aprieto en mi mano.

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