lunes, 18 de septiembre de 2017

ROUSSEAU: UNA VIDA CONTRADICTORIA (7)



Rousseau vivió en discrepancia con sus ideas, actuó en contra de lo que pensaba y quiso ser maestro de aquello que no supo, o no deseó, poner en práctica en su vida.

Su lema podía haber sido: “haced lo que yo os digo, pero no hagáis lo que yo hago” o quizás, “la intención es lo que cuenta, no la acción”.

De cualquier forma, mediante tales contradicciones internas vivió engañándose a sí mismo.

En el mes de junio de 1762, tanto el gobierno de Ginebra como el de París dictaron la orden de quemar sus principales obras, el Emilio y El contrato social, y de arrestarlo porque, según se creía, sus libros eran “escandalosos, impíos, tendentes a destruir la religión cristiana y todos los gobiernos”.

Mientras tales obras ardían en la hoguera, Rousseau huía procurando ponerse a salvo.
En realidad, no estuvo del todo seguro hasta que cinco años después, a principios de 1767, consiguió instalarse en Inglaterra.

Hacia el final de su vida fue obsesionándose con la idea de que, hasta sus mejores amigos, conspiraban contra él y hacían todo lo posible por traicionarle.

Su enemistad con Voltaire era manifiesta.

En cierta ocasión le envió una carta en la que le manifestaba abiertamente el odio que sentía hacia su persona.
Voltaire no le respondió pero escribió a otro amigo diciéndole: “He recibido una carta muy larga de Jean-Jacques Rousseau. Está medio loco. Es una pena.”

En el análisis acerca del pensador francés que hace su biógrafo, dice: “Dando por hecho que no era un actor, cabría preguntarse si Rousseau era esquizofrénico; pero probablemente tampoco lo era. Su poder de imaginación era tan grande, su timidez tan acusada, su indignación moral tan fácil de explotar, su vanidad tan aplastante y su egotismo tan irrebatible, que un momento estaba violentamente a la defensiva y hostil y al siguiente era todo tranquilidad, un hombre aparentemente normal y casi eufórico. Todavía hay otra explicación, más seria, de su comportamiento: daba incipientes muestras de demencia.”  

El remordimiento que sentía por los delitos que creía haber cometido en su juventud, se fue transformando poco a poco en un sentimiento de autocomplacencia.

Pensaba que el sufrimiento de las enfermedades que padecía y las persecuciones de que había sido objeto por parte de sus enemigos, eran el pago de aquellos pecados pasados.
Sin embargo, se sentía como el mejor de los hombres, el más bueno de todos. Incluso llegó a decir que su existencia había sido una especie de vida paralela a la de Jesús.
Y si el Maestro fracasó en su intento de convertir al pueblo de Israel; Rousseau fracasó en convertir a los suizos y a los franceses.
Si Jesús padeció; Rousseau padeció también.
Y de la misma manera que la humanidad necesitaba un redentor cuando vino Jesucristo; Rousseau era el redentor que requería la sociedad caída del siglo XVIII para reconducirla a la condición natural del principio.

En fin, toda una megalomanía que rayaba en la blasfemia.

El 2 de julio de 1778, Rousseau murió de apoplejía, se le paralizó el cerebro y fue enterrado en una pequeña isla situada en el lago de Ermenonville, en casa del marqués Girardin que fue su último protector.

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