jueves, 26 de octubre de 2017

FREUD Y EL AMOR (1)



“El amor consiste en la relación del yo con sus fuentes de placer”.

Y como “las fuentes de placer” son muchas y variadas, también lo será el amor.

Tres mujeres marcan la vida de Freud su madre, Amalie, su mujer, Martha y, sobre todo, su hija pequeña Anna.

Hijo predilecto de Amalie y con la que tiene de connotación su teoría del Complejo de Edipo.

En los años de soltero (4 años y tres meses) escribirá más de 1.500 cartas, de una media de 12 páginas cada una (material de literatura amorosa), a su futura esposa, Martha, a la que sólo vio en 6 ocasiones.

Quehaceres profesionales, uno, y “sus labores”, la otra, además de 6 hijos. Todo muy monótono y cronometrado, como lo había sido Kant.

Si la base de la felicidad son las relaciones sexuales en la pareja, en Freud la teoría y la práctica no fueron a la par.

Igual que hay una “pulsión de nutrición”, que explica el hambre, hay una “pulsión sexual”, de carácter biológico, la “libido”, que ya aparece en la niñez (lo que le acarrearía muchos disgustos y reproches por parte de la sociedad puritana como era en la que vivía).

Otra de sus tesis es la separación de la sexualidad (concepto más amplio) con  la genitalidad (concepto más restrictivo).

La meta de la sexualidad es solamente el placer.

“Los impulsos sexuales incluyen todos aquellos impulsos meramente afectivos y cariñosos a los que se les aplica el término excesivamente ambiguo de “amor”.
Porque pueden amarse entre sí dos personas de sexo opuesto o del mismo sexo, como era frecuente entre los pueblos antiguos en el cénit de su civilización, aunque no se decida si esa inclinación es congénita o adquirida.
Los homosexuales no son unos “degenerados”

El amor y la cama, pues, no van necesariamente unidos.
Sin embargo, después de Freud, el amor parece ser el camino más corto para la cama.
“No hay felicidad sin orgasmo” –parece ser el lema.

La receta para curar la mayoría de problemas psicológicos es: “pene normal en dosis repetidas”

Una exaltación de la cópula que parece que él no la puso en práctica pues, a sus 37 años, vivía con Doña Abstinencia Sexual.

O sea, que el gran descubridor del poder de Eros era un puritano.

El amor siempre va ligado a las pulsiones eróticas y al instinto de autoconservación, aunque, años después, afirmara que el odio, la otra pulsión  de destrucción o tánatos es más fuerte que la pulsión sexual.

Si en la primera etapa de la vida domina la sexualidad y en la segunda el narcisismo en la tercera es la muerte la que triunfa sobre la vida.

Su hija pequeña, su ojito derecho, Anna, (más que su mujer, Martha) será la primera en descubrir el cáncer que afecta a Freud, y ella será la que intente hacerle más llevadera la enfermedad.

Su ojito derecho fue Anna, pero fue un buen padre con todos sus hijos.

¿Por qué no veía en Anna la “presencia acuciante del deseo sexual como lo veía, y así lo proclamaba, en el resto de los mortales?.

Anna será su Antígona, la que llevaba de la mano al padre ciego, siendo su confidente, su representante, su colega, su enfermera y la que primero leía los escritos de su padre.

Exceptuadas las tres mujeres de su vida (su madre, su esposa y su pequeña Anna) se vislumbra un Freud misógino para el resto del sexo femenino.
Cuestiona, en las mujeres, su sentido de la justicia y su inteligencia afirmando, además, que su naturaleza sexual es pasiva.


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