domingo, 12 de noviembre de 2017

CARL ROGERS: EL PSICÓLOGO HUMANISTA Y EL SEXO.(1)

CARL ROGERS.

El genio cándido es el que cree, y está convencido de poder entrar, de conocer y de describir el carácter de las personas.

Nacido en Chicago es, junto a Abraham Maslow, uno de los padres de la Psicología Humanista que se abre paso entre las dos escuelas hegemónicas de mediados del siglo XX: el Psicoanálisis y el Conductismo.

La Psicología Humanista analiza e investiga a las personas sanas a partir de la introspección y nada quiere saber ni de experimentación con animales ni de casos neuróticos y psicóticos.

Ya, de entrada, substituye el término “paciente” (el que padece) por el de “cliente” (hoy, en los Centros de Salud se les denomina “usuarios” (que usan los servicios sanitarios que se les ofrecen) y tratándolo como un verdadero encuentro entre dos seres humanos, entre dos personas, en el que el terapeuta se limita a dejar que afloren a la superficie los problemas latentes de su cliente.

Las respuestas a preguntas tales como: “¿Cuál es tu objetivo en la vida?”, “¿Por qué te esfuerzas?”, “¿Cuál es tu propósito al esforzarte?”…las respuestas son muy distintas, como distintas son las personas preguntadas: “pasármelo bien”, “ganar dinero”, “alabar a Dios”,…

Pero cuando esas mismas preguntas se les hacen a personas de otros países y de otras culturas, sus respuestas son, todas, muy parecidas: “aceptar el cambio”, “superarme”, “la autosuficiencia”, “disfrutar de los placeres de la vida”,…

La mayoría de las personas tienen los mismos, o muy parecidos, objetivos.

La gran pregunta es: “¿cómo ser la persona que se es, pero sin máscaras, realmente?”

E irán surgiendo una pluralidad de yos que estaban dentro de cada uno de nosotros.

Porque no es igual perder un brazo, una pierna, un ojo,…que perderse como persona, perder el propio yo, aparentar ser otro del que se es, enmascararse.

Porque, dentro de cada uno, no hay un yo, sino varios yos.

En su obra “Matrimonio y sus alternativas” vence las defensas que ha levantado la sociedad burguesa sobre la intimidad de las personas.

Tiene, para ello, un antecedente a su favor para su estudio: los 47 años de convivencia con Helen, a la que conoció en la Escuela Primaria y con la que coincidió en la Universidad, aunque tienen intereses distintos, por ser bastante distintos.

Él es una persona culta mientras ella es inteligente (distinto de “culto”), honrada, de carácter suave, tranquila, no fácilmente excitable,…

Se casan con 22 años careciendo ambos de experiencia sexual, manifestándose su ingenuidad en esta faceta.

Algo bueno que hacen es trasladarse a vivir a miles de kilómetros, lejos de sus familias, a Nueva York.

Como todos los matrimonios pasan por altibajos.

Intervienen en un estudio experimental sobre sexualidad en el que participan parejas jóvenes recién casadas y descubren que “no hay nada de lo que no pueda hablarse” a la vez que duda si su mujer ha tenido alguna vez un orgasmo.

Los celos surgen en Helen cuando se entera de que Rogers tiene una relación, en paralelo, con otra mujer.

Sugiere Rogers que hay varios tipos de matrimonios, desde el “matrimonio complementario”, en el que uno suple las deficiencias del otro, combinándose muy bien, al “matrimonio por similitud”, en que son, básicamente, iguales, pero en el que los conflictos muchas veces se acentúan.

Son los dos tipos extremos de matrimonio y entre ambos hay una gran variedad, como el suyo, que siendo ellos diferentes, no es un matrimonio de extremos.

Si se cultivan las diferencias, en una vida marital conjunta, son muy significativas las ventajas.

“El amor consiste –llega a decir- en que una persona se preocupe más por la otra de la pareja que por ella misma”.

En sus investigaciones, a micrófono abierto, hace entrevistas y piden que, sinceramente, relaten sus experiencias íntimas.

En la obra narra, muy ampliamente, el caso de Irene, de 21 años, y el dolor que ha soportado en sus dos relaciones anteriores y sus dos divorcios correspondientes.

Siendo el sexo una de sus principales motivaciones para casarse no consiguió ser feliz al tener sus compañeros un concepto instrumental del sexo.
Sólo será feliz en su tercera relación sentimental al comprobar que es aceptada como persona por su compañero, que no tiene prisa, ni en la cama ni por irse a la cama con ella.


Se ve aceptada como persona y no como instrumento de placer del compañero, aceptándolo a él como persona, amándolo y siendo amada al mismo tiempo.

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