jueves, 23 de noviembre de 2017

MICHEL FOUCAULT, LA LOCURA, EL SEXO Y LA LIBERTAD (2)


Las reflexiones de Foucault servirán de apoyo a la antipsiquiatría, proporcionando argumentos psicológicos, filosóficos e históricos para cuestionar la psiquiatría tradicional.

El manicomio y la enseñanza reglada no existirían sin un discurso dominante.

El “poder” necesita “controlar las ideas”, “monopolizar el saber”, “imponer su visión del ser humano y de la realidad”.

En “Las palabras y las cosas”, Michel Foucault “sustituye el concepto de época por el concepto de episteme”.
Cada etapa histórica se desarrolla de acuerdo con un paradigma o modelo.

Foucault divide la historia de la humanidad en “tres epistemes: renacentista, clásica y moderna”.
Cada una representa una ruptura con la mentalidad anterior.
Nuestra época se caracteriza –entre otras cosas-  por la medicalización del comportamiento humano.
La medicina no cura, sino que vigila, clasifica y castiga.

Al igual que el “maestro” o el “policía”, el “médico” ejerce una estrecha vigilancia sobre el individuo, reprimiendo cualquier conducta que se desvíe de la norma.

Los manicomios no son centros de salud mental, sino espacios de reclusión con diferentes tipos de castigo: electrochoque, camisas de fuerza, internamiento indefinido, un arsenal farmacológico que colapsa la mente y el cuerpo.

Michel Foucault llama “BIOPOLÍTICA” a la alianza entre la medicina y el poder: “El control de la sociedad sobre los individuos no sólo se efectúa mediante la conciencia, sino también en el cuerpo y con el cuerpo.
El cuerpo es una entidad biopolítica, la medicina es una estrategia política”.
La sobremedicación y la psiquiatriazación del comportamiento son mecanismos para controlar al individuo, que desactivan cualquier forma de resistencia o rebeldía.

El primer paso para gozar de una “auténtica libertad” consistiría en rescatar a nuestro cuerpo y a nuestra mente de esa trama, reivindicando nuestro derecho a ser diferentes y a no ser castigados por ello.

Si queremos cambiar las cosas, debemos elaborar ideas diferentes, apropiarnos del conocimiento, desarrollar visiones alternativas del mundo.

Identificamos el poder con el Estado, pero el poder real no se ejerce sólo desde las instituciones.
Foucault habla de “microfísica del poder” para explicar que el poder configura aspectos básicos de nuestra vida cotidiana, indicándonos cómo debemos vivir nuestra sexualidad, qué podemos comer o cuál es la forma correcta de vestirse.

En su “Historia de la sexualidad”, investiga la coerción ejercida sobre nuestros impulsos en nombre del orden social.

A partir del siglo XVIII, se invoca la Razón para radicalizar el sacramento católico de la “confesión”, convirtiendo la minuciosa expiación de los pecados en una experiencia terrorífica.

Al igual que el “panóptico” (para vigilar y controlar los cuerpos), el confesionario (para vigilar y controlar las conciencias, el alma) somete al individuo, violando su intimidad.


“En Occidente –escribe Foucault- el hombre se ha convertido en una bestia de confesión”. 

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