domingo, 19 de noviembre de 2017

MICHEL FOUCAULT: SEXO Y PODER (y 2)

En la época moderna hablar de sexo es algo totalmente normal y necesario, los discursos que se gestan son utilizados para la productividad de la especie, la pregunta sería qué impulsa a los hombres a hablar de sexo, qué hay en el sexo que sea tan necesario y no estoy hablando simplemente del acto carnal, al que biológicamente estamos acostumbrados, sino en la sexualidad como un dispositivo al servicio productivo de la sociedad. 

Transformar el sexo en discurso fue el primer paso para crear una ciencia del sexo.

Alrededor de la sexualidad se configuró toda una clínica, en que se establecieron problemas, síndromes, síntomas, enfermos, sanos.
Y, a partir de casos específicos, como el masturbador, el perverso, la pareja maltusiana y la histérica,… se empezó a forjar un nuevo tipo de normativa y un nuevo tipo de sujeto.

“A partir del siglo XVIII, cuatro grandes conjuntos estratégicos se despliegan a propósito del sexo, dispositivos específicos de saber y poder. No nacieron de golpe en ese momento, pero adquirieron entonces una coherencia, alcanzaron en el orden del poder una eficacia y en el saber una productividad que permite describirlos en su relativa autonomía”.

Así, la totalidad de los individuos dentro de una sociedad regida por normas se halla cuidadosamente fabricada, de acuerdo con una gran cantidad de fuerzas metodológicas centrada en los cuerpos. Razón por la cual quien no se ajustara a la norma debía ser analizado y tratado clínicamente, para una mejor productividad social.
Por tanto se expande un saber técnico acerca de las conductas de los individuos en el que se aprende sobre ellos y se los hace producir mejor.

“En la preocupación por el sexo —que asciende todo a lo largo del siglo XIX— se dibujan cuatro figuras, objetos privilegiados de saber: 1.- La mujer histérica, 2.- El niño masturbador, 3.- La pareja maltusiana y 4.- El adulto perverso.
Cada uno es el correlativo de una de esas estrategias que, cada una a su manera, atravesaron y utilizaron el sexo de los niños, de las mujeres y de los hombres”.

Foucault analiza los sitios en los que el sujeto es educado y amoldado, la razón lo que pretende es, siguiendo el legado de Nietzsche, hacer una historia de los sentimientos, de los comportamientos y de los cuerpos.
Para ello estará en la labor de estudiar aquellos dispositivos o mecanismos que permitieron alcanzar un saber en torno al sexo.

El discurso sobre el sexo excita e insinúa, por ello se vale de ciertas estrategias en las que el poder y el placer actúan en conjunto, para un bien en común y es la formación de nuevos sujetos, capaces de amoldarse al sistema del poder y también la identificación de otros sujetos que amenazaban este sistema: la mujer histérica, el niño masturbador, etc.

Estos sujetos fueron sometidos a un proceso de objetivación por medio del cual podían ser clasificadas sus acciones al interior de un campo de saber que dictaba lo normal y lo anormal.

No se trata de anular ciertas conductas, sino de hacer de ciertas conductas algo normal, y de otras algo anormal.

Así, para Foucault el sexo es uno de los dispositivos del poder, que necesita y puede ser administrado, hablar de análisis, contabilidad, clasificación, nos lleva directamente a hablar de Biopolítica, como una estrategia política al servicio del poder.
Hasta tal punto que durante el siglo XVIII y así como nos lo muestra Foucault, el sexo se convirtió en un asunto de policías.

“Policía del sexo: es decir, no el rigor de una prohibición sino la necesidad de reglamentar el sexo mediante discursos útiles y públicos” y esto lo que evidencia es una administración por parte del Estado de nuestras condiciones biológicas, la Biopolítica será esa estrategia política, que necesitaría de un código y una ley que vendría a administrar la vida de los individuos.

Durante el siglo XVIII, se da el epicentro de esta problemática, los sujetos están envueltos en una sociedad atada por censuras y en el transcurso de la historia se evidencia que, pese a las prohibiciones, el discurso sobre el sexo se ha multiplicado, ahora bien, punto clave para entender a Foucault y es que, aunque se hable mucho en torno al sexo, el discurso que se gesta gira en torno a la premisa de algo que no poseemos, por tanto nos enfrentamos a una represión aparente, se crea un lenguaje censurado para todos los individuos, y que es lo que lo que se conoció como el vocabulario autorizado y restringido, creado especialmente para hablar sobre el sexo.

De ahí, también, que las ciencias serían las encargadas de crear la norma adecuada para la sociedad, la modernidad con su fervor científico, impulsó al hombre a conocer biológicamente su cuerpo, y psíquicamente sus pensamientos.

Esto nos lleva a inferir que no existe un discurso entorno al sexo, sino una multiplicidad de discursos que han sido institucionalizados y reforzados por las ciencias, todo al servicio de la sociedad.

Por tanto la condición de silencio, de prohibición y de censura que se vivió en la pastoral cristiana ha sido cambiada, por un sexo más discreto, que se mantiene en secreto y que es regulado por las ciencias.

Basta con adentrarse en las instituciones para ver el reflejo de lo que la medicina, la ética, la psicología, las ciencias naturales, en fin todo un engranaje al servicio del Estado.

Analicemos a la “histérica” y al “masturbador”, dos casos estratégicos al servicio del biopoder, para una sociedad disciplinaria como la que es pensada en el contexto de Foucault.

Foucault evidencia cómo el poder se ha convertido en un objeto al servicio social, el sexo es un discurso racional con pretensiones e intereses, que consolidan el poder y sus mecanismos.

Podemos ver entonces que la represión de las acciones y del lenguaje no son ahora más que estrategias productoras del poder.
Estrategias que tiene como objetivo canalizar el discurso y normalizarlo.

La represión sería en torno a la forma como nos expresamos frente a la sexualidad, todo con un interés útil y aceptable para el desarrollo social. “la prohibición de determinados vocablos, la decencia de las expresiones, todas las censuras al vocabulario podrían no ser sino dispositivos secundarios: maneras de tornarla moralmente aceptable y técnicamente útil”. 

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