viernes, 12 de enero de 2018

22.- TODO DEBIÓ COMENZAR ASÍ (1)

TODO COMENZARÍA ASÍ.

Antes de que el trono divino de las primeras civilizaciones fuera ocupado por el Sol, existía el culto a la Tierra, encarnada por la figura femenina, la madre, la proveedora, la naturaleza; la… todo.

“El eterno femenino nos impulsa hacia lo alto.” (Goethe)

La historia del hombre…

¿En qué año?

Da igual.

Como una nueva criatura saliendo del útero, así llegaron los primeros seres humanos, descubriendo cautelosamente la luz según iban saliendo de la cueva, refugio y seguro de vida.
La humanidad daba sus primeros pasos, deambulaba de territorio en territorio mientras intentaba comprender el entorno que le rodeaba, pues ello implicaba supervivencia.
Cuando estos incipientes personajes se formularon las primeras preguntas acerca de su proveniencia, este no muy desarrollado instinto de curiosidad, lo primero que podían hacer era observar sus nacimientos.
Evidentemente la mujer daba la vida al igual que la tierra hacía crecer frutos de semillas fecundadas en su infinito vientre.
El “nosotros” y todo lo que les rodeaba era una sola entidad con múltiples extensiones y funciones: la naturaleza éramos todos.
Era sencilla la analogía, la gran fuerza creadora y benefactora tenía que ser una madre, tenía que ser mujer. Y entonces los hombres vieron que aquello era bueno, la noche era respetada y la luna admirada.

¿Año…?

Los hombres rendían culto a la Gran Madre.
Hacían sus primeras obras artísticas, esculturas con forma humana, femenina, con el vientre y los senos exagerados, clara alusión a la fertilidad.
Las tribus identificaron su descendencia por línea materna (se sabía que la madre era la que estaba pariendo pero no podía saberse quién era el padre, porque podía ser cualquiera que hubiera practicado sexo con ella) pues el concepto de familia era equivalente al de la misma tribu.

La clave de la supervivencia era la unión y la colaboración, ya sea para protegerse de amenazas de animales carnívoros depredadores o de la temperamental e impredecible fuerza climática.
No lo sabían, pero estaban viviendo, seguramente, el período de la más grande armonía de su historia: el sentido de pertenencia individual era algo desconocido, solo había una mente, la mente colectiva.
Sus restos no son ostentosos, no se ocuparon de dejar decoradas tumbas, inmensas murallas de defensa o armas de combate en manos de los que escenificaban sus producciones artísticas, no había razón para ello, aún no existía el miedo al olvido.
Y los hombres vieron que aquello era bueno, no había más adversidad que aquella a la que tenían que enfrentarse todos juntos.

¿Año…..?

Estos hombres mejoraron la manera en que producían herramientas y transmitían mensajes.
Representaban la divinidad como un principio femenino, la naturaleza, el ciclo eterno de la vida, la muerte y el renacimiento, encarnado también por la Luna y sus fases; pero también dedujeron que ésta tenía un consorte, un hijo, y comenzaron a verse a sí mismos.

Sus primitivos medios de comunicación les hicieron recurrir al abstracto y puro medio de los símbolos.
La serpiente, por ejemplo, fue considerada un símbolo de la tierra, de la sabiduría, de la vida; símbolo del tiempo y de los ciclos; símbolo de la fertilidad, de la sexualidad.
Era algo a lo que había que respetar, algo a lo que había que temer, como la naturaleza misma.

La encarnación de esta criatura iba a trascender los mitos y estaría presente en todas las culturas.


Y los hombres vieron que aquello era bueno; ninguna criatura cargaba con los pecados de los humanos, pues el pecado era una palabra aún desconocida.

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