lunes, 22 de enero de 2018

27.- EL FRANQUISMO, A VUELAPLUMA

EL FRANQUISMO (A VUELAPLUMA).

Sólo la torpeza de los sublevados hizo posible que lo que, en un principio, iba a ser un “golpe de Estado” acabara siendo una “guerra civil”, y que una semana del primero pasara a ser tres años de la segunda.
La torpeza fue que, desde la Sevilla de la sublevación asentada, hasta la lucha por Madrid, tardara tres meses en vez de una semana, por los desvíos de objetivos no necesarios y que ralentizaron y retardaron la toma de Madrid.

El franquismo, ya ha pasado a ser objeto de historia y quienes lo vivieron, en vivo y en directo, ya no son tantos y se tiene, por lo general, hijos y nietos, una vivencia recordada de sus padres.

Franco: “un tío con suerte, con mucha suerte”.
Así se le suele concebir.
Todo lo que fue ocurriendo, tras el 39, iba todo a su favor.

Suerte para él, políticamente hablando, fueron las muertes de Calvo Sotelo, de Sanjurjo, de Mola y de José Antonio Primo de Rivera, posibles o seguros rivales políticos y que su muerte le permitió quedar como único candidato a la Jefatura del Estado y protagonista único de los 40 años posteriores de la vida española.

El poder era de Franco, no de la Falange como ideología política, de la que prescindió cuando lo consideró oportuno y necesario.
Aunque es verdad que tomó de la Falange el saludo (semejante al del fascismo y nazismo) y la camisa azul (semejante a las camisas negras y pardas de los mismos), pero nunca les cedió poder, como tal.

Repitiendo la consigna antigua Franco podía proclamar lo que un rey absolutista, siglos antes, había proclamado: “El Estado soy yo”.

Suerte porque, como General (o Generalísimo) el ejército estuvo a su lado y de su parte y fue su pilar fundamental.
Sin olvidar la suerte de tener, también como pilar, los poderes fácticos que ya se habían opuesto a la República y que estarían siempre a su lado, apoyándolo.
Y suerte también porque las masas, que tanto habían sufrido, por ambos bandos, y hartas de tanta muerte y tanto sufrimiento, deseaban la paz (no más guerra) y el orden

 ¿Y qué decir de la Iglesia, con ideales semejantes y enemigos comunes?

El control de la sociedad, de vencedores y vencidos, que tanto deseaba Franco, la Iglesia lo deseaba tanto o más, cristianizándola y moralizándola, sin preocuparse de ayudar a presos, represaliados y condenados de una parte de ella, la de los vencidos.

Una Iglesia que siempre le estaría agradecida por los muchos privilegios, no sólo educativos, también jurídicos, fiscales, castrenses,.. que lograron sacarle a Franco.

El Ejército, la Iglesia y los Funcionarios serían las tres patas que sostenían el franquismo.
“Tú me ayudas y yo te ayudo”

400.000 españoles cruzaron la frontera con Francia y la mayor parte de ellos (unos 300.000 regresaron) con la confianza de que no habría represalias por el pecado de haber sido republicanos, no por haber cometido delito alguno.

Es verdad que Méjico fue la nación que más y mejor acogida dispensó a los huidos, pero tampoco hay que olvidar que acogió a los emigrantes selectos (profesionales), incluyendo el 12% de los Catedráticos de Universidad.

La derrota del Eje en la segunda guerra mundial ilusionó y dio esperanzas a los exiliados, que formaron un gobierno republicano en el exilio.

Y tras “la guerra caliente” llegó “la guerra fría” y en la Conferencia de Postdam Truman y Churchill defendieron a Franco, no por lo que era ni representaba, sino con la finalidad de alejar a España de Rusia y del Imperio Estalinista.

El aislamiento internacional fortaleció al régimen de Franco y la propaganda hizo su efecto: “no nos quieren porque nos tienen envidia” (que yo oía en mi adolescencia).

Cuando el cerco comienza a ceder, el ejército y los empresarios siguen fieles al franquismo pero no así los intelectuales, el profesorado, el mundo de la cultura, la Universidad,… hartos de tanta censura, de vigilancia de cerca, de adoctrinamiento, de depuraciones,..

El populismo también calaba entre la gente y los mensajes eran atractivos: “ningún hogar sin lumbre/ningún español sin pan”. Pero todo era falso. Yo mismo lo comprobaba en mi pueblo, con quienes iban a pedirnos medio pan y un saco de paja muy a menudo.

La concentración parcelaria, con la mecanización del campo, y la colonización interior apagaron las revolucionarias incautaciones de fincas de épocas anteriores y fueron muchos los obreros, sobrantes ante la presencia de la máquina, que emigraron del campo a la ciudad a trabajar en la industria, quedando los pueblos semivacíos con destino a Asturias, al País Vasco, a Barcelona, o a la islas que ofertaban el turismo.
Mi pueblo perdió más de la mitad de su población, como tantos y tantos pueblos de León, Castilla, Extremadura,…

Los sindicatos clásicos, representativos y defensores de los trabajadores, desaparecieron ante el Sindicato Vertical, que era todo menos un Sindicato.

Igualmente se crearon los Institutos Laborales (donde yo me estrené como enseñante y educador) y las Universidades Laborales, muy mimadas y protegidas.

El clima social no era idílico, pero tampoco era especialmente trágico.

Girón de Velasco, que fue Ministro de Trabajo nada menos que durante 16 años (desde el 41 al 56), durante su Ministerio se crearon la Seguridad Social, el Seguro de Enfermedad, el plus familiar por hijos, la paga de Navidad,…

Fue la llegada y la entrada del OPUS quien acabaría con Girón de Velasco.

Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei (“Obra de Dios u Obra Divina), fue, en  el siglo XX, el equivalente a San Ignacio de Loyola en el XVII, en el catolicismo militante.

El lema era el de los Benedictinos: “Ora et Labora”, rezar y trabajar, considerar el trabajo bien hecho como la mejor oración grata a Dios.
Su novedad consistía, pues, en compaginar la vida seglar y la vida religiosa.
Pero no era tanto para los obreros como para personas de alto estatus (profesores, banqueros, tecnócratas,… (A este pobre escribidor también lo quisieron captar)), para los que era atractivo por la promoción que solía ocurrir entre ellos, al apoyarse mutuamente (nepotismo puro y duro)

Por su parte, los curas obreros, de la Iglesia oficial, sería un fracaso, entre otras causas porque se convirtieron en obreros, dejando de ser curas, y casarse, lo que, en la moral mayoritaria de la época no sentó bien.

En 1.962 se celebra el Concilio Vaticano II, que intentaba poner a la Iglesia en tono con la sociedad, que había dejado de ser religiosa y moralmente tridentina, lo que pilló con el pie cambiado a muchos Obispos y Cardenales.

En España tuvimos las dos facciones: a Monseñor Guerra Campos, más tridentino que Trento, y que se opuso a las nuevas doctrinas y que originaría la aparición de los Guerrilleros de Cristo Rey, fanáticos religiosos, tradicionalistas, y al Cardenal Tarancón, defensor de las nuevas doctrinas emergentes y que no desdeñaba el acercamiento al marxismo.

En el País Vasco, curas y monjes simpatizaban y colaboraban con los movimientos nacionalistas e independentistas (las famosas sacristías vascas, lugares de reunión).
El Abad de Monserrat, “El Abad Escarré”, benedictino y nacionalista catalán, opositor al régimen franquista.

Y no era raro, ver y oír desde los púlpitos, a los curas reclamando democracia.

Como Franco no quería soltar la prerrogativa del Concordato que le autorizaba, a la hora de nombrar obispos en España, proponer una terna entre los que el Papado podía elegir pero que, ante el descontento del Papa, éste optó por la estrategia  de nombrar “obispos auxiliares”, escapando, así, de Franco y de su privilegio o prerrogativa.

Recuerdo, todavía, el 22 de Julio de 1.969, cuando ocurrió, por fin, la proclamación de Juan Carlos de Borbón como sucesor de la Jefatura del Estado.

Y, ya, el 20 de Noviembre de 1.975, Franco moriría en la cama, pero su régimen no quedaría “atado y bien atado” porque tras un breve paréntesis con Arias Navarro nació la transición a la democracia cuyo nacimiento definitivo fue la Constitución de 1.978.


Pero esto ya es otra historia.

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